Sentía envidia la Virgen del Rocío de los atascos en Lima. Qué barbaridad. A paso de procesión avanzaban los coches, balanceándose de un carril a otro. Igual daba: en volandas llevaban los limeños al Señor de los Milagros y todo alrededor del Rímac se paralizaba. Terrones buscaba alternativas de una cuadra a otra, rodeando manzanas, haciendo ochos. Habíamos dejado el hotel casi dos horas antes. Faltaba un kilómetro cuando los ocupantes de la furgoneta tomamos, como Juncal, una decisión heroica; en realidad, la única posible para llegar a los toros: andar era el camino. Y entre las simpáticas gentes del Perú cruzamos el puente que conducía a la bella Acho. ¡Qué ambientazo! Los reventas no vendían entradas: las compraban. «¡Compro...
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