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La odisea por salidero de gas

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Discapacitada y con varias patologías como diabetes, HTA y cardiópata, con problemas en ambas rodillas y la cervical y con 70 años, Dora Sigas Martínez (Céspedes, No. 261, entre 24 de Febrero y Remus, Palma Soriano) está desesperada por negligencias e insensibilidad para atender su situación.

Refiere que, en medio de tantas dificultades y carencias, el 12 de septiembre pasado pudo adquirir la balita de gas licuado luego de un año sin poder comprarla por falta de combustible. Y al comenzar la venta, ella tenía que trasladarse hacia el depósito a dos kilómetros de su hogar. Como vive sola y no tenía quien la auxiliara, tuvo que pagar 760 pesos por ese traslado.

El 15 de septiembre pasado fue instalada la balita con la ayuda de un vecino, y se detectó un salidero con fuerte olor a gas. De inmediato, fue cerrada, pero el olor permanecía. Y Dora decidió llamar al depósito, para informar sobre la situación. Y ahí comenzó la odisea…

Pasó casi todo el día llamando y nadie respondía. Ese mismo día comunicó con Luna, mecánico de la entidad, y le explicó la anomalía. Y este le dijo que había que llevar la balita al depósito. Dora le suplicó si podían ir a su hogar para revisarla, pues le resultaba difícil trasladarse hacia allí, coger un carro, además que no contaba con dinero. Y él respondió que no tenían que ir, que tenía ella que llevársela.

El 16 de septiembre Dora se presentó en Atención a la Población en busca de ayuda. La atendieron Julieta, jefa del departamento, y sus dos compañeras, Leticia y Mercedes, de forma muy amable. Julieta comenzó a llamar varias horas al depósito, y no respondían.

Tras larga espera y ya agotada, le dijeron que se fuera para su casa, que le avisaban cuando comunicaran. Lo intentó Julieta los días 17 y 18 de septiembre sin ningún resultado. El 23 de septiembre Dora volvió a visitarla para explicarle que la situación se había agravado, pues el fuerte olor se expandió por toda la casa. Julieta pudo comunicarse, y quien la atendió le dijo que ese mismo día tenían que revisar dos balitas cerca de la casa de Dora, y le dio la dirección. Pero nunca fueron.

Después de tanto esperar, dijeron que Dora tenía que ir personalmente para hacer el reporte.

El 6 de octubre Dora fue al depósito tras una larga caminata. Al llegar se encontraban en la puerta del local el custodio, el operario, otra persona más y el jefe de turno, Ibrahim. Al explicarle, le pidió los documentos e hizo el reporte en una hoja aparte, pues la oficial no aparecía. Y le dijo que volviera a su hogar, y le pusiera una frazada empapada en agua encima. Que cuando el mecánico retornara del almuerzo, se lo entregaría para que la visitara. Nunca fue.

Dora esperó los días 7 y 8 de octubre. El 9 fue al Partido, pero la persona de Atención a la Población estaba de certificado médico. Ya agotada, irrumpió en llanto. Y la compañera de la recepción llamó al depósito, y le dijeron que al otro día visitarían a Dora. Nunca fueron.

El 17 de octubre Dora fue a la estación de bomberos a pedir ayuda. Y el segundo de la unidad le dijo que ellos tenían prohibido tocar las balitas, que fuera a Gas Licuado para que se la repusieran.

«¿Hasta cuándo tendría que esperar?, cuestiona, ¿hasta que mi hogar y el de los vecinos ardieran en llamas? El 20 de octubre, cansada de tanta indolencia e incompetencia y ya con síntomas del virus chikungunya volví a visitar a la compañera Julieta, quien volvió a llamar, y pidió que fuera atendida.

«Y le dijeron que llevara la balita ese mismo día para reponerla. Rápidamente comencé a buscar quien pudiera llevarla. A las dos horas, un vecino la llevó. Y al llegar al depósito, vio a la directora Yanet, y le explicó todas las carreras dadas. Y ella respondió que solo me daría la segunda balita, porque ya había pasado un mes y ya había hecho los reportes de septiembre y octubre sin aún haber terminado el mes en curso.

«El vecino le pidió que le preguntara a Ibrahim, y ella no quiso entender, diciendo que nadie le había entregado ningún reporte, habiéndose entregado cuatro reportes: dos en Atención a la Población, uno por el Partido y el mío propio. Yo le había entregado mi número de teléfono al vecino por si alguna duda me llamaran para explicarle mejor. Ella me llamó y le expliqué, pero aun así me dijo que me entregaría solo la segunda balita. «Si todos los afectados pudieron obtener sus dos balitas, ¿por qué a mí, que no tuve la culpa que la vendieran con problemas, no me la pueden reponer? ¿Por qué tanta incompetencia y falta de sensibilidad con una persona vulnerable?», concluye.

 

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