Nueva ola de leyes republicanas anti-LGBTI en Estados Unidos

Imagina que un niño de 8 años le pregunta a su profesor por qué los padres de uno de sus compañeros son dos hombres. En Florida, el profesor puede responder, pero su contestación abriría las puertas a un litigio para su distrito escolar. ¿La razón? La llamada ley ‘No digas gay’, una de entre numerosas leyes republicanas anti-LGBTI que se están considerando, o ya se han aprobado, en varias legislaturas de Estados Unidos en los últimos meses.

El caso de Florida está lejos de ser excepcional —o acaso el peor de todos. Al contrario, es solo el ejemplo más mediático por lo que ha desencadenado: un enfrentamiento del gobernador republicano del estado con The Walt Disney Company. El gobernador Dan Patrick denunció que Disney hubiese asegurado públicamente que haría lo posible por retirar la ley de ‘No digas gay’.

Pero cientos de otros proyectos legislativos anti-LGBTI podrían ser aprobados en Estados Unidos antes de las elecciones del próximo noviembre. Ese mes, los demócratas se juegan las mayorías en las dos cámaras y la posibilidad de que Joe Biden tenga o no las manos atadas en la segunda mitad de su primer mandato.

A juzgar por las leyes ya aprobadas, y otras muchas en consideración, cabe pensar que los republicanos están apostando por temas controvertidos para la campaña electoral. Y, al más puro estilo Donald Trump, pretendan que las guerras culturales enciendan a sus votantes. ¿Pero funcionará?

Leyes republicanas anti-LGBTI: un campo diverso

La amalgama de leyes republicanas anti-LGBTI que se está viendo a lo largo de Estados Unidos tiene objetivos diferentes.

• Un centenar de ellas pretenden limitar o directamente prohibir la discusión de temas de orientación sexual e identidad de género en las escuelas públicas.
• 40 de ellas pretenden limitar el acceso de jóvenes trans a tratamiento sanitario que tenga que ver con la afirmación de género.
• Y más de 60 de ellas pretenden limitar la participación de jóvenes trans en deportes femeninos.

En total, las legislaturas estatales de varias decenas de estados están considerando más de 300 leyes republicanas anti-LGBTI. Algunas ya son ley. Otras, serán bloqueadas por gobernadores que discrepan con el prisma ideológico o se niegan a participar en una nueva conflagración cultural.

• Los estados de Alabama, Arizona y Texas ya han aprobado prohibir el tratamiento de afirmación de género para menores de edad.
• En Alabama, los doctores se pueden enfrentar a 10 años de prisión si facilitan bloqueadores de pubertad, hormonas y otros procedimientos médicos a menores trans.
• En Arizona, ningún menor trans tiene ya la posibilidad de someterse a cirugía de reasignación hasta que cumpla los 18 años.
• Y en Texas, el fiscal general del estado definió como ‘abuso de menores’ el uso de bloqueadores de pubertad, hormonas y cualquier cirugía que tenga que ver con afirmación de género.

El potencial político y electoral

La cantidad de iniciativas anti-LGBTI en Estados Unidos contrasta con lo rápido que ha avanzado el país en materia social.

• En 2015, el Tribunal Supremo legalizó el matrimonio homosexual en una decisión que aceleró el apoyo de los estadounidenses a las bodas entre personas del mismo sexo.
• Ese mismo año, los republicanos de North Carolina recibieron atención y críticas a nivel nacional por una ley que obligaba a los alumnos de escuelas públicas a usar los baños según el sexo que les asignaron en su certificado de nacimiento.

Desde entonces, el movimiento conservador anti-LGBTI tuvo que reorganizarse en torno a iniciativas menos controvertidas en Estados Unidos. Es ahí donde entran dos pilares clave para entender la nueva ola de leyes republicanas anti-LGBTI:

• Uno, la participación de jóvenes trans en deportes femeninos. Las encuestas generalmente muestran que una mayoría de estadounidenses se oponen a ello.
• Aunque las percepciones cambian cuando los encuestados tienen que considerar leyes que prohíben la participación de jóvenes trans en equipos deportivos que coincidan con el género con el que se identifican.
• Y dos, un mayor control de los padres en la educación de sus hijos. Las encuestas señalan que un porcentaje cercano al 50% de los padres sienten que carecen de influencia en la educación de sus hijos.
• Aunque solo una minoría cree que habría que prohibir a los profesores la enseñanza de asuntos de sexo y sexualidad en los colegios.

El truco anti-LGBTI en los estados: los padres

Aunque las encuestas estén lejos de mostrar resultados unánimes, los republicanos creen que pueden aprovechar un hueco para introducir más leyes anti-LGBTI en Estados Unidos. Y ahí los padres juegan un papel determinante, incluidos aquellos de las zonas residenciales ricas que llevan emigrando al partido demócrata desde hace años.

• Es algo que ya consiguió demostrar el ahora gobernador republicano Glenn Youngkin en Virginia con su victoria en las elecciones del pasado noviembre.
• Youngkin centró gran parte de su atractivo en el poco papel que tenían los padres en las escuelas de sus hijos aprovechando las disrupciones generadas por la pandemia.
• Los padres se volvieron más activos en las juntas escolares de sus distritos, lo que a su vez les dio más acceso a debates sobre los temarios que sus hijos estudiaban en clase.
• La mezcla de debates políticos y descontento con los cierres de escuelas abrió la veda para otros debates más descarnados.

En ese contexto, los republicanos han dado con políticas anti-LGBTI menos controvertidas en Estados Unidos que, por ejemplo, el matrimonio homosexual. Eso incluye:

• La participación de las jóvenes trans en los deportes femeninos porque es «inherentemente injusto», según Terry Schilling, presidente del grupo conservador American Principles Project que apoya muchas leyes republicanas anti-LGBTI.
• El tratamiento de afirmación de género en jóvenes trans porque quizá luego se arrepientan y el país se enfrente «a la extinción a un nivel muy básico», según Schilling.
• Y la inclusión de temas sobre orientación sexual e identidad de género porque «no es apropiado para niños pequeños», también según Schilling.

Retórica cada vez más radical

La introducción de muchas de estas leyes anti-LGBTI ha generado debates intensos en las legislaturas estatales de Estados Unidos. Aunque no al nivel de lo que provocó en su momento la ley antitrans de baños en North Carolina hace ya siete años. Lo que sí se ha visto es un aumento de la retórica más radical.

• La Secretaria de Prensa del gobernador republicano de Florida Ron DeSantis dijo que los opositores a la ley ‘No digas gay’ era cómplice de grooming. Es un concepto generalmente asociado con la captación de menores por parte de pederastas.
• La congresista republicana Marjorie Taylor Greene dijo que cualquiera que se opusiera a la ley anti-grooming de Florida apoya a los depredadores de niños. Y añadió: «Dejad de sexualizar a los niños».
• Una senadora estatal republicana de Michigan señaló a una compañera demócrata por su apoyo a iniciativas educativas que «adoctrinamiento de género-cambiante». Añadió que solo era una troll de redes sociales enfadada porque no podía «captar menores y sexualizar a niños de guardería».
• Y el presentador de Fox News Tucker Carlson se burló del gobernador republicano de Utah por usar sus pronombres de género en un encuentro con estudiantes.

Los conceptos de grooming, de sexualizar niños o de apoyo a los depredadores de niños están asociados a retórica anti-LGBTI conocida desde hace décadas en Estados Unidos.

• Peor todavía, entra dentro de las narrativas conspiranoicas de QAnon. Esa teoría está muy arraigada en el imaginario de estadounidenses que creen que las élites del partido demócrata lideran una red de tráfico de menores.
• Es un tipo de retórica de silbato de perro. Es decir, uso de términos y conceptos que los votantes luego son capaces de asociar con iniciativas más abiertamente hostiles e incluso violentas. Especialmente, contra minorías discriminadas.

Leyes anti-LGBTI en Estados Unidos: futuro incierto

Pero el avance implacable de leyes anti-LGBTI en varias regiones conservadoras de Estados Unidos no es algo generalizado. El presidente Biden, aliados demócratas e incluso muchos líderes republicanos están luchando contra esas iniciativas legislativas.

• En Texas y Florida, varios grupos ya están inmersos en procesos judiciales para retar algunas leyes anti-LGBTI que podrían llegar hasta el Supremo. La mayoría conservadora de la Corte genera todavía más incertidumbre sobre el futuro de las leyes.
• En Michigan, la senadora estatal Mallory McMorrow contestó a su compañera republicana reconociéndose como «la mayor amenaza a tu trama vacía, pero llena de odio». El discurso de McMorrow se hizo viral.
• Y en Utah, el gobernador republicano Spencer Cox respondió a Carlson: «Si tienes que manipular un vídeo para hacer que un gesto cordial con una niña nerviosa parezca algo malo, eso dice más sobre ti que sobre mí».

Otros republicanos temen que la retórica y las leyes anti-LGBTI acaben volviéndoseles en contra. Especialmente, cuando legisladores más moderados han visto que las leyes parecen tener un propósito únicamente electoral y no útil:

• En Utah, Cox intentó vetar una ley para prohibir la participación de jóvenes trans en equipos femeninos. En su propósito de bloquear la ley de sus compañeros republicanos, Cox destacó en marzo que solo cuatro estudiantes trans jugaban en deportes de instituto. Solo una lo hacía en un equipo femenino.
• Y en Florida, un senador estatal republicano fue incapaz de que sus compañeros aprobaran una enmienda para excluir menciones específicas a la comunidad LGBTI en la ley ‘No digas gay’.

Opinadores conservadores como el columnista David French se han pronunciado en contra de leyes como la de Florida. Según sus comentarios, la ley atenta contra la libertad de expresión imponiendo lo que un solo partido político considera moralmente correcto para el resto de la sociedad estadounidense.

«Enviamos a nuestros hijos al colegio no solo para aprender a leer, escribir y hacer aritmética, sino también para aprender a ser ciudadanos de una democracia liberal. Y un valor fundamental de esa democracia es el compromiso con la libertad de expresión —para mí y para él».

David French para The Atlantic