Sevilla 'enluquece' y premia con la Puerta del Príncipe al pavoroso momento de Daniel Luque
La Maestranza enmudecida, sugestionada ante la verdad inquebrantable de un torero en sazón, entregado y furioso. Que lleva meses guardando silencio, masticando la rabia y cocinando su venganza. Que no quiso hablar hasta estar delante del toro. Y habló como el canta seguiriyas, desde sus adentros, desde sus tripas. Las mismas que un toro le sacó en su verano sangriento. Un maestro llegado desde las tinieblas, desde el lado oscuro y siniestro del toreo. Nacían los muletazos de lo más profundo de su dolor, de su fatiga. Excluido de (casi) todas las ferias, aunque con la crítica y la afición a su favor, que no entienden el absurdo veto que ha terminado regalándole una Puerta del Príncipe que jamás hubiera llegado. Premiaba la Maestranza al torero del momento, a un torero en un pavoroso momento. Premiaban tanto como reprendían la injusticia con un torero que se tragó su exclusión del Domingo de Resurrección y que no quiso las migajas de Valencia o Castellón. Y este viernes demostró el porqué. Todos tragando saliva. Desde la máxima figura hasta el francés que ocupaba el último asiento de la grada. Rendidos ante el apabullante de un artista embalado que lograba el gran suceso de lo que llevamos de temporada. Extraordinario desde el primer lance y hasta la estocada final. Una faena magistral a Ricardillo, el tercero. Sin perder las formas, sin dejarse llevar por su situación. Tenía tantas cosas buenas ese coloradito de Núñez del Cuvillo –después hablaremos de su gran corrida– como escollos que librar. Un muletazo difícil de vaciar, de esquivar el derrote. Y lo consiguió, como consiguió entregar a la Maestranza, como consiguió que el resto de la tarde quedase en algo puramente anecdótico. Rabió Sevilla con el recibo de Luque, inmóvil en la primera raya, aguardando el momento de caer el capote y hacerse con este Ricardillo al que llevó a la boca del riego. Primero a pies juntos, después abriendo el compás. Volaban las verónicas de Luque al pulso exacto del justísimo tercero, que, como el resto de la corrida, tapó su escasa presentación con una soberbia vibración. 'Enluquecía' la plaza. Como el torero, que arañaba el oro de su terno en cada lance. A milímetros de su piel. Fuera complejos. Como en la suerte de varas: de lejos, emocionante lo de El Patilla. Se paraba el reloj de la Maestranza en una cordobina previa a la segunda vara, como en la réplica a Urdiales. Profundas y largas. Ya nadie tenía dudas del compromiso del torero, convencido de que había llegado el día 'd' y la hora 'h'. Por lo civil o por lo criminal. Que fue por lo civil con Ricardillo, y por lo criminal con Contento. Iván García hervía aún más los tendidos, como el inicio de Luque, en la segunda raya, girando, arañando sus taleguillas. Protestaba este coloradito, que soltaba la cara en sus salidas. No perdía el pulso el torero, que caía la muleta, que daba tiempo hasta afianzarlo. Un momento de introspección, de intimidad. Hasta encontrar el momento, hasta soplar una tanda soberbia al natural. ¿Dónde quedaba el torero de los resortes técnicos? Una verdad absoluta, como la suerte de matar. Que tumbó patas arriba a este Ricardillo como puso en pie a la gente. Más silencio se escuchó en la salida del sexto. Contento se llamaba, con más presencia y empuje. Pero sin clase, sin estilo. Y la plaza concedía la venia a Luque para elaborar una faena tan larga como bragada. Pegajoso el toro, duro. Que no aflojó al torero, inconformista hasta una penúltima serie en corto y eléctrica. No era faena de dos orejas, pero sí lo era la emoción de los tendidos, desbordados ante el apabullante momento del torero. Y salía Luque a hombros por el Paseo de Colón, veinticuatro horas antes de la llegada de Roca Rey, el torero que le ha regalado esta Puerta del Príncipe. Feria de Abril Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla. Viernes, 12 de abril de 2024. Sexta del abono. Tres cuartos. Presidió José Luque Teruel. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, de mejor estilo que presentación. 1º, justo de poder aunque con dulzura (ovacionado); 2º, con ritmo aunque sin humillación; 3º vibrante y exigente; 4º, de buen estilo y poco celo; 5º, con emoción aunque justo de calidad y exigente (ovacionado); 6º, con empuje, aunque pegajoso y difícil (oreja). Diego Urdiales, de catafalco y oro. Estocada (oreja); pinchazo y estocada (ovación). Alejandro Talavante, de tabaco oro. Estocada (oreja); pinchazo y estocada (ovación). Daniel Luque, de Nazareno y oro. Estocada (oreja); aviso antes de estocada (dos orejas). Abrió la tarde Diego Urdiales, que se llevó el lote de la clase, del talento. Justo de empuje aunque con un estilo soberbio. Como Pantomimo, que no tardó en romper a galopar. Bajo, largo y sobrado de cuello. Que en el intermitente recibo cantó lo que tuvo en la muleta. Como en el quite de Talavante, místico y redondo por gaoneras. Los mismos presagios de ese Pantomimo tuvo el brindis de Urdiales al hijo de Rancapino, como el que anuncia una faena a compás. Que lo tuvo, de menos a más, roto en su final. Y ahí estaba Pantomimo, qué manera de colocar la cara, de mantener el ritmo y de no dar brincos. Un toro excepcional, aunque justo de poder. Bordado para Urdiales, que fundía en oro dos naturales supremos. Lo mecía en el embroque, se arrebataba en la reunión. Más compás tuvo con la derecha, hundido el mentón sobre su alma, girando hasta lo imposible. Más rotundidad tuvo la espada, en toda la yema. Un gran pitón izquierdo tuvo Cencerro, el cuarto. Una faena fugaz, con pasajes en la cumbre, aunque sin continuación. Que trotaba a media altura por la derecha. Una faena poco atendida tras lo de Luque y Ricardillo. La euforia se apoderó de Talavante tras tumbar a Polvorillo. Lo tomó muy en corto y se volcó en todo lo alto. Y asomaban los pañuelos tras su delicatesen. Medido y entregado. Como medido era el trapío de este segundo de Cuvillo, sin remate y sin perfil para Sevilla. Que remendó el rubor con su talentoso estilo: a media altura, sin mucho celo. Pero con un ritmo y una fijeza tremenda. Crecido Talavante en un inicio rítmico, girando entre doblones. En la antigua enfermería, donde flotaba al natural, muy en corto. Mucho más se esperaba de Arrojado, de nombre cimero. Apostó por él Talavante, a veinte metros de rodillas. Vibraba el toro, como el torero. Redondo y reunido. Pronto perdió el estilo Arrojado, que no hizo honores a su nombre. En aquel momento, la tarde ya era de Luque.