La primera vez que Sánchez sacó a pasear « la perra gorda » fue en la sesión del 20 de diciembre. Hacía frío, Sabina tocaba en Madrid y todos nos preparábamos para la primera nochebuena con villancicos de Shane MacGowan, pero sin Shane MacGowan. El presidente comparecía para hacer balance de la presidencia de turno y, en un momento del debate, ofreció a Feijóo sentarse a hablar. Se enzarzaron en una dialéctica absurda: que si para hablar de esto o de lo otro, que si antes de Navidad o ya después de Reyes, que si en tu casa o en la mía. Sánchez le dijo a Feijóo que «cuando quiera, como quiera y para hablar de lo que quiera». Feijóo respondió que ese mismo viernes y en el Congreso. Fue entonces cuando Sánchez trajo a colación a la chucha: «Para usted la perra gorda. No desisto en que conozca algún día La Moncloa, pero si usted quiere en el Congreso, en el Congreso. Y hablamos de lo que quiera». Seis meses después de aquellos polvos vemos estos lodos en forma de acuerdo para la renovación del CGPJ . Y más allá de todos los recelos, desconfianzas y prudencias -más que justificados-, el acuerdo es una victoria personal de Feijóo . No solo porque hace lo que debe, porque arranca al PSOE cesiones y le mueve de sus posiciones de partida y porque rompe el bloque de la coalición sino, fundamentalmente, porque deja claro cuál es el camino por el que opta el PP bajo su liderazgo y, de paso, nos da ciertas esperanzas de que sean ese partido de estado y serio que dicen ser y que sólo son a veces, dependiendo de los niveles de ciclotimia de un centro derecha que unos días quiere ser Atila y otros Tocqueville. Bien, pues hasta después de ganar al PSOE, el PP se muestra dubitativo, inseguro y acomplejado por el 'qué dirán'. Los diputados populares se miraban unos a otros en el hemiciclo como si estuvieran decidiendo ahí mismo si pulgar para arriba o para abajo, si han ganado o han perdido y si están contentos o no. Para ayudarles, Feijóo salió sobreactuando y en lugar de felicitarse, mostrar grandeza y asegurar que ha hecho lo que ha hecho porque es lo mejor para España, optó por echar en cara el pacto a Sánchez con un recochineo de mal ganador y un extra de agresividad. Supongo que quería dar a entender a los suyos que «hemos llegado a un pacto, pero nada más, nuestra oposición no ha cambiado un ápice», pero sonó a petición de perdón a quien haya podido sentirse decepcionado por hacer lo correcto. Sánchez zanjó el tema por la vía rápida, que es la del can: « Para usted la perra gord a , lo importante es que se cumpla la Constitución y se renueve el CGPJ. Ojalá este sea el primero de otros muchos acuerdos». Y el resto de la sesión, un desastre. En lugar de aprovechar que se ha abierto una grieta en la mayoría de investidura y amplificar la baza de la centralidad ganada, el PP prefirió que las preguntas se centraran en lo social y en lo económico, que son las materias preferidas por el Gobierno. Parece que, en lugar de poner en aprietos a los ministros, buscan que se luzcan . A excepción de Tellado, que parece tenerlo más claro y sacó los colores a Teresa Ribera, que confirmó que nunca tuvo la menor intención de irse a Europa y que lo suyo fue un engaño a sus electores. Hasta Bolaños pudo con Cayetana. Con un fondo apesadumbrado y ventajista, la popular preguntó que qué se siente al pactar con los ultras, a lo que el ministro respondió tirando de ironía y diciendo que supone que algo parecido a lo que se siente al pactar con «una pandilla de autócratas, de dictadores, de bildutarras y de amigos de terroristas». Y se felicitó porque este acuerdo es lo mejor para la democracia y para España, haciendo entre todos que el PP aparezca como la parte molesta con el pacto y el PSOE como la parte feliz, centrada y dialogante. Estrategia curiosa. En cualquier caso, al menos no los tendremos que ver echándose este tema a la cara nunca más. O, dicho de otro modo: muerto el perro, se acabó la rabia.