Nada en la vida de Carmen Ordóñez fue vulgar, un término que aborrecía profundamente. Tampoco en su muerte, de la que ahora se cumplen 20 años, un fallecimiento envuelto en el mismo misterio con el que embadurnó una existencia marcada por el hedonismo, las fiestas, las pasiones, las adicciones, la insatisfacción y la infelicidad. Eran las 12 de una cálida mañana de un 23 de julio de 2004 cuando el mundo de la alta sociedad y el corazón se quedaba petrificado al escuchar la noticia: acababa de morir Carmen Ordóñez , la diva genuina e infinita. El cadáver había sido descubierto cuatro horas antes por Luisa, la empleada de hogar, y poco después por su amiga íntima Eva Carreño. Como en otras tantas muertes con historia, en la bañera yacía el pálido cuerpo de Carmen Ordóñez. Tenía un golpe en el labio . Muy cerca, en el inodoro, se hallaban restos de drogas . Más allá, desde el salón, llegaban los ecos de un televisor encendido. Las cámaras de seguridad grababan… Pero hoy esa muerte sigue rodeada de misterio, incógnitas que en realidad marcaron toda su tragicómica vida. Se supo que esa noche, su última noche, la todavía hermosa Carmina estuvo en casa acompañada de dos personas , un hombre y una mujer, cuyas identidades nunca se conocieron. Y que desde su móvil, pasada la medianoche, la diva llamó a algunas de sus amistades para invitarlas a una fiesta. Y que nadie fue. Y que solo fue una fiesta de tres. Los interrogantes permanecen hoy, dos décadas después. ¿Quién le suministró la droga que finalmente causó su muerte? ¿Con quién estaba? ¿Por qué quedó sola en la bañera? ¿No había huellas en los vasos de la cocina? Cuando s us hijos Francisco y Cayetano Rivera escucharon la lectura de la causa de la muerte de su madre en el Instituto Anatómico Forense, cercano a la Ciudad Universitaria, guardaron el documento y se negaron a que se hiciera público. « No llegaré a los 50 », solía decir Carmen Ordóñez entre risas congeladas en el punto álgido de esas fiestas salvajes que organizaba y en las que se entregaba con todo hasta el final. Sus adicciones eran bien conocidas. Las sabían hasta sus hijos. Ella quería vivir a tope, por más que sus resacas estuvieran llenas de arrepentimiento y carentes de autoestima. Y lo hizo hasta los 49 años, cumpliendo su promesa. Carmen Ordóñez tenía una personalidad muy singular. Con 27 años, asistió a la temprana muerte de su madre a causa de un cáncer, a la edad de 54 años cuando Carmuca , lo que abrió un vacío en su vida que nunca lograría llenar. Su padre, el torero Antonio Ordóñez , volvería a casarse, con la funcionaria Pilar Lezcano , para decepción de Carmina. Y en 1998 fallecería el torero. Otro golpe más para una mujer tan necesitada de afectos. Estudió en el Liceo Francés de Madrid, cultivó la vida de alta sociedad, se casó con Francisco Rivera Paquirri , descubrió el mundo de las exclusivas, se aburrió en el campo, se divorció en 1979, regresó a la ciudad, llovieron las fiestas… Otras dos veces se casaría Carmen Ordóñez: primero con el rumbero Julián Contreras , en 1984, incluyendo estancias –oscuras en su mayoría- en Marruecos. Y después con el bailarín Ernesto Neyra , en 1997, una etapa de su vida absolutamente trágica. Un día Carmina apareció con moratones en el rostro, argumentó que se había resbalado en la bañera y no tardó en saberse que su marido la atizaba. Se divorciaron en 1999. Fue a partir de entonces cuando l a vida de Carmina Ordóñez pasó a convertirse en un carnaval . Noches de vino y rosas, pero mañanas de resaca, dolor y melancolía. Y así prácticamente cada día. Se volvió adicta a todo mientras su vida se llenaba de los habituales parásitos que acudían al aroma del dinero y la cocaína . Todo lo que ganaba con su presencia en los programas de prensa rosa se iba por la nariz. « Divinamente », decía 'La Divina' con gracia cada vez que la preguntaban por cómo estaba. Y así se le fueron los días, tan divinamente, pero cada vez más sola. Dicen que Paquirri nunca la olvidó. Como si importara a estas alturas. Carmina Ordóñez se despediría de este mundo derramando más historias que gloria.