El ritual de la sauna tiene mucho de cultura, de acto social, incluso de algo místico. El visitante novato deja los zapatos y el abrigo en unas taquillas comunes. Luego va al vestuario, se desnuda, guarda las pertenencias en otra taquilla con llave y, ya con traje de baño y una toalla, se dirige al reino del calor. En Löyly Helsinki hay dos saunas públicas, una de vapor y otra de de leña tradicional, y una tercera privada, que requiere reserva. Y, además, hay salas de estar (conversar, tomar una cerveza, reír con los amigos) al pie de una chimenea. Un espacio para echar la tarde. Löyly Helsinki, inaugurada en 2016, es una sauna de moda, chic, en la que conviven locales y turistas de una forma poco habitual. Es un edificio de madera, de diseño, y en su interior se puede apreciar lo que significa el rito en un país en la que dicen que hay tres millones de saunas (5,5 millones de habitantes), muchas en casas particulares (los edificios modernos se construyen con estas dependencias individuales y a menudo también colectivas, para quedar con amigos o vecinos), y otras públicas. En el país del frío, el calor extremo es una de sus señas de identidad. En la sauna de vapor entra algo de luz por la puerta de cristal. Al abrirla se intuyen unas figuras humanas sentadas en dos o tres filas de bancos de madera. Hace calor, sí. Ed, nuestro anfitrión, dice que habrá unos 70 grados. Nos sentamos sobre una pequeña toalla y nos entregamos a esta fiesta del sudor sanador y reconfortante . Alguien coge un cubo de agua y rocía las piedras de la estufa, y el vapor y un golpe de calor añadido (80-100 grados) aumentan la sensación de agobio. «Se me queman las orejas», dice un turista. Quizá sea el momento de salir. El edificio del Löyly está al pie del Golfo de Finlandia , uno de los brazos del mar Báltico . En los meses de invierno solo se ve una capa de hielo con un agujero en el que se zambullen los más osados. Para los extranjeros solo el intento inocente de introducir las piernas hasta las rodillas lo sienten como un síntoma de congelación. Para los locales, en cambio, el baño de agua fría (en realidad, para un mediterráneo está fría en cualquier época del año) es algo natural, un complemento necesario. Del calor al frío, y luego otra vez al calor, tantas veces como se quiera. La sauna de humo (la más tradicional) está completamente a oscuras. Se calienta desde primera hora de la mañana con leña, se deja que se concentre el calor y el humo, y por la tarde llegan los clientes, que también avivan el calor de las piedras con agua. Hay quien puede pensar que la sauna es algo moderno, una tendencia de hoteles de cinco estrellas. Pero lo cierto es que ya se construyeron pozos para sudar hace miles de años, más tarde cabañas, y que se conoce de su uso en distintas culturas, de México al mundo islámico, del onsen japonés a la banya rusa. En muchos pueblos tenía una función espiritual, un rito de purificación. Pero su importancia en Finlandia tiene algo diferente. De hecho, sauna es la única palabra que seguramente conoce todo el mundo del finés, un idioma enrevesado y difícil de aprender. En el Kalevala (1835), una referencia de la poesía épica y de la cultura finlandesa, también se menciona la sauna en varias ocasiones. Y así hasta hoy, donde el ocio, la higiene y la ceremonia de convivencia se mezclan en el día a día con naturalidad. La sauna finlandesa está revestida de madera, y se calienta con electricidad (sobre todo las individuales, las más modernas) o con leña. A diferencia del hamman, esta es una sauna seca, con poca humedad (menos del 20%), en la que se llega a 70-100 grados. Las piedras calientes en una estufa cerrada alimentada en la forma más tradicional con leña provocan una oleada de vapor que se transmite a la piel, a la respiración. Hace falta un tiempo para acostumbrarse. Para los turistas, Löyly [el nombre alude al vapor que liberan las piedras calientes] es un lugar amable para acercarse a esta forma de entender la vida. Pero hay otras opciones. Una de las primeras de Helsinki, abierta en 1928, es Kotiharjun Sauna. Es antigua y parece antigua, y eso le da un poderoso encanto. Hombres y mujeres tienen espacios separados , por lo que es costumbre ir desnudos , las estufas se calientan con leña por la mañana y está abierto solo por la tarde, la visitan pocos turistas y hay un congelador para que quien quiera se lleve las bebidas de casa, que se pueden consumir en los vestuarios y en el exterior. Heidi Johansson, guía de la ciudad, dice que tiene sauna en casa, pero que acude cada mañana a las piscinas Allas Sea Pool . Es un espacio junto al mar donde hay cabañas de sauna, una piscina de agua a temperatura ambiente (casi congelada en invierno) y otra de agua caliente, a 26-27 grados. Solo el ejercicio de mirar cómo los finlandeses van saliendo y entrando de ambas piletas daría para una tertulia en España. Dice Heidi que es «buenísimo» para la salud, y que lo hace desde siempre, desde que se acuerda. «Cada mañana que vengo aquí empieza bien el día». A ochenta kilómetros de Helsinki, al otro lado de este brazo del Báltico, está Estonia, un pequeño país de 1,3 millones de habitantes donde la sauna también desempeña un papel en su vida diaria. Quizá no haya tantas, quizá no las utilicen tan continuamente, pero la tradición permanece. De hecho, la sauna de humo del condado de Võromaa (Estonia) fue incluida en 2014 en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco . En su resolución, la Unesco explicaba así esta técnica: «La sauna de humo es una habitación del hogar, o una edificación separada de éste, que están provistas de una tarima para sentarse o tumbarse y se calientan con una estufa cubierta de piedras. Al no poseer chimenea, el humo producido por la combustión de la madera en la estufa circula en el recinto de la sauna. La gente suele ir en grupo para bañarse en la sauna y permanecer en ella hasta que ha sudado. En las piedras calentadas por la estufa se echa agua para cargar el aire de vapor y los bañistas se azotan el cuerpo con un flagelo para eliminar la piel muerta y estimular la circulación sanguínea». Al leer este texto quizá sorprenda la frase 'los bañistas se azotan el cuerpo con un flagelo'. El turista novato que decide probar una sauna de Port Noblessner [iglupark.com], un viejo astillero de submarinos en Tallin convertido hoy en un barrio 'chic', no había reparado en ella. Le sorprendió ver a dos jóvenes que entonaban canciones tradicionales estonias. Una vez en el interior sintió cómo aumentaba la temperatura, y cómo uno de sus anfitriones empezaba a golpear su piel con ramas del aromático abedul. «Sabían hacerlo, no dolía», diría después. En algún momento arrojaban agua fría sobre su cuerpo. A los veinte minutos, quizá algo más, le invitaron a salir al exterior y a bajar por unas escaleras hasta introducirse en el agua del Báltico. De nuevo el frío y el calor. «Cuando yo hago una sauna de este tipo, me voy a la cama directamente», decía Katri Kulm, estonia, que acompañaba al novato que, al salir, se tomó un café y varias bebidas con cafeína para recuperarse de un relajamiento excesivo. Para los estonios, un baño en saunas de humo es una costumbre esencialmente familiar que suelen practicar los sábados o en fiestas. Buscan relajar el cuerpo y la mente. En la zona de Võromaa, al sur del país, este uso comprende toda una serie de prácticas tradicionales. Artesanos y empresas preparan flagelos para limpiar la piel , construyen y reparan saunas o se dedican a ahumar la carne en su interior, lo que amplía el círculo de la fiesta familiar, desde el baño a la mesa. La sauna no es un lugar para tomar selfies. Se puede hablar, aunque muchos se concentran en la respiración, a menudo por la boca, para limpiar los bronquios, en sentir su cuerpo. También hay quien va con una cerveza, aunque lo normal es tomarla al salir. En muchas instalaciones hay salas donde entablar conversación con una toalla alrededor de la cintura y un bar donde pedir algo de beber. «Comes, nadas, conoces gente, hablas con los amigos, es algo único», dice un usuario. En las cabañas del calor tiene un hueco la vida.