En el corazón de la sierra de Guadalupe, última estribación de los Montes de Toledo en el este de Cáceres, surge impulsado por su clase y su potencia Primoz Roglic. Un clásico en la Vuelta a España, la carrera que ha convertido en su destino favorito, tres ediciones, en persecución del récord total, trece triunfos de etapa ya después de otra demostración de solvencia, mentalidad y fuerza. Vuelve a ganar el esloveno, 34 años, un Giro y muchos latigazos en el Tour que nunca consiguió. En la Vuelta lo pasa bien, se siente en su elemento, esos finales picudos que le van como un guante. En Villuercas se impuso otra vez y manda en la carrera. Es el líder después del periodo Van Aert en Portugal. «En la Vuelta disfruto porque nunca sabes cuando puede ser tu última victoria », cuenta en la meta el esloveno, diez temporadas en la elite desde que envió un email a los diferentes directores del ciclismo preguntando qué había que hacer para ser ciclista profesional, él que fue profesional de los saltos de trampolín hasta que una caída lo condujo al pelotón. El Pico Villuercas es una estampa del modelo Vuelta, rampa imposible construida cinco kilómetros en hormigón de los 12 que muestra el puerto como desafío hasta la meta. Se ha escapado el prometedor ciclista del Kern Pharma Pablo Castrillo, aragonés de Jaca que pasea su nombre y apellido con soltura y desparpajo por la Vuelta visualizando un futuro prometedor. Hasta el cruce del hormigón llega en cabeza Castrillo acompañado de Armirail, dos de los cinco integrantes de la fuga que se traga el sol, el viento y recoge notoriedad. Por allí controla Roglic en un grupo reducido en el que acelera, siempre al ataque el Emirates. Pero en el equipo de Abu Dabi no está Pogacar, su tótem e ilusionista principal del ciclismo, capaz de convertir cualquier carrera en un espectáculo. Están Adam Yates, el escalador británico, Joao Almeida, el portugués diesel, y el americano McNulty, que ganó la contrarreloj de Lisboa. Todos se descuelgan unos metros (nunca hay grandes diferencias en los puertos de la Vuelta, a diferencia del Tour), mientras la rueda de Roglic selecciona el grano. Ahí está Enric Mas, tres veces segundo en la Vuelta, un ciclista con poca sangre al que le cuesta vencer. También el joven belga Van Eetvelt, impecable su rendimiento. Se van desperdigando por las estría de la montaña hormigonada Yates, Carapaz, McNulty o el español carlos Rodríguez, que tiene el Tour en las piernas y tal vez exceso de kilómetros. La subida es una fotocopia de otras ediciones con resultado semejante, tira Roglic y Enric Mas se protege del aire a su espalda. Cuando decide pasar al relevo en la zona asfaltada de los últimos kilómetros, lo hace sin esa convicción tan necesaria, pide el relevo a Van Eetvel. Es un buen rendimiento del mallorquín, aunque su actitud sea siempre reservona. Como el grupo se para, llega Mikel Landa y su landismo cada vez más a la baja. Intenta sorprender con un derrote en el último kilómetro, pero la victoria tiene muchos clientes y el vitoriano nunca ha sido un especialista en vencer. Lo atrapa Van Eetvelt, que aprieta de lo lindo con Roglic a su vera. Llega la curva y casi quiere celebrar el belga, incauto mano en alto. Roglic no cede y apura cada gota de sudor. Esfuerzo máximo que le sirve para adjudicarse la etapa y, en visión general, el maillot rojo de líder.