La mentira, explicaba Anne Applebaum en su pódcast sobre las nuevas formas de autocracia, tiene un sentido nuevo en la política contemporánea. Ya no se usa para engañar al votante, o al menos no tanto o no exclusivamente. Cuando un político suelta exabruptos, afirmaciones delirantes que son evidentemente falsas, lo que busca es poner a prueba la lealtad de sus seguidores. La mentira desquiciada es el test del líder desquiciado. Se miente para comprobar quién está dispuesto a negar la realidad, a secundar la fantasía y a embarcarse con el jefe hasta el fin del mundo. Ahí radica la novedad, la función inusitada que tiene ahora la mentira: no engaña al opositor, corrompe al seguidor. Tal vez Applebaum diagnosticó ese...
Ver Más