Hoy se cumplen 79 años del nacimiento de las Naciones Unidas y no podemos por menos que preguntarnos por el estado de salud de una institución de la que son miembros 193 países, algunos de los cuales atraviesan, en este preciso momento, una situación bélica compleja, inimaginable hace algún tiempo, que no tiene visos de resolverse en breve y que, a quienes tenemos la suerte de vivir en zonas de paz, nos resulta incomprensible. «Vivir en paz» se ha convertido hoy en una expresión que ya no nos atrevemos a utilizar frívolamente, pues la misma ha recobrado todo su sentido desde el momento en que la guerra se ha convertido en algo cotidiano, en noticia diaria, desde el momento en que las imágenes de destrucción han dejado de sorprendernos, no recordamos cuándo empezó, ni siquiera cuántos son los conflictos que siguen sangrantes. Siendo, como es, el principal propósito de la ONU, así lo dice el artículo 1 de su Carta, mantener la paz y la seguridad internacionales, tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz y lograr, por medios pacíficos, el arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz, el diagnóstico de la institución podría parecer de la mayor gravedad, incurable. Con ello nacen inevitablemente profundas reflexiones sobre si este tipo de organizaciones internacionales , que nacieron con la mejor de las intenciones, dotadas de idóneos medios personales y materiales y que realizan una labor incuestionable, están hechas para este mundo. Dudas sobre si se han sabido a adaptar a una sociedad cada vez más polarizada, enfrentada a muchos niveles, convulsa, irreconocible incluso para los más avezados en comprender y analizar los devenires de la historia. No es fácil sacar conclusiones, ni seguramente sea aún el momento para ello. Pero sí pueden apuntarse algunos datos que permitirían mantener la confianza y la esperanza, en que la Organización de las Naciones Unidas sigue, 79 años después, y quizás en el momento más difícil de su trayectoria, cumpliendo una función esencial cual es la fijación de aquellos valores a los que debe tender nuestra sociedad. Valores que, si han sido olvidados, escorados en pro de intereses espurios al dictado de egos, de voces chirriantes que logran ser oídas por encima de las demás, deben volver a ponerse encima de cada una de las mesas de todos aquellos que integramos los Estados de Derecho. Es esta función la que ahora debe ejercer con más intensidad la ONU , la de mostrar la imagen de lo que el mundo debe ser, un mundo basado en la justicia, el respeto, los derechos humanos, la tolerancia y la solidaridad. Un mundo de ficción que necesitamos que sea una realidad. Perder la confianza en las instituciones es tan humano, tan legítimo como inconsistente. La solución siempre pasa por confiar, ser resiliente, reinventarse, analizar por qué no ha funcionado y volver a empezar. Es urgente volver a empezar. Susana Ferrer es abogada, vicedecana del Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y presidenta de la Comissió per a la promoció dels Objectius de Desenvolupament Sostenible (ODS)
