El sonido de las sirenas interrumpió la anodina sobremesa. Para las tres de la tarde ya está todo recogido y sólo queda descontar horas de la tarde. El almuerzo para uno no da tanto trabajo como sí pereza. Sin embargo, cada día Aurora se obliga a seguir con el ritual de antaño cuando en el hogar había de todo menos silencio. Aquellos años en los que había que dar de comer a seis y hacer muchas cuentas. Ahora todo es distinto y aunque siempre le sobre comida, la abuela prepara su almuerzo como si fueran a tocar a su puerta. Estira el mantel, pone la mesa y come con muy pocas ganas porque el aburrimiento y la soledad le anudan...
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