Desde hace años, las noticias de actualidad internacional nos devuelven el retrato de un mundo crecientemente desordenado e inestable. Cuando una zona de tensión parece estar alcanzando un mínimo punto de equilibrio, no tarda en surgir un nuevo foco de conflicto o vuelve a dispararse la temperatura de algún otro previamente enfriado. Como también venimos viendo, bastantes de esos espacios de conflictividad máxima se localizan en Oriente Próximo: Yemen, Israel y Palestina, Líbano e Irá n… y, otra vez, Siria, cuya larga guerra civil había quedado relegada al olvido. El colapso del régimen baazista establecido en Siria por el dictador Hafez al-Assad en 1963 y sostenido desde el año 2000 por su hijo Bashar ha sido recibido con alborozo en muchas ciudades del país. Y se entiende: como su padre, el último presidente de la República Árabe de Siria ha sido un tirano sanguinario. Sin embargo, este siglo XXI ya ha demostrado que la caída de un tirano, llámese Sadam Husein, Muammar el Gadafi o Bashar al-Assad, no es sinónimo de estabilidad, paz o justicia. En Siria, por el momento, quien está capitalizando la captura de Damasco es la Organización para la Liberación del Levante, cuyo nombre original en árabe, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), se acaba de hacer famoso, igual que el de su líder y fundador, el sirio Abu Mohammed al-Jolani. La biografía de al-Jolani es inseparable de la historia de Al Qaida en Irak y de su creador Abu Musab al-Zarqawi. Nacido en Jordania y muerto en Irak en 2006 por un ataque aéreo estadounidense, Zarqawi fue el hombre que impulsó el yihadismo militante hacia una violencia todavía más extrema e indiscriminada que la promovida por Osama bin Laden, dirigiéndola indistintamente contra los ocupantes extranjeros, la mayoría chií y varias minorías de Irak. Su estrategia sangrienta sirvió de base para que su sucesor Abu Bakar al-Bagdahdi proclamase un califato en 2014 en territorios de Irak y Siria. Abu Mohammed al-Jolani comenzó su carrera en Irak. Viajó allí desde Siria tras la invasión con la que Estados Unidos derrocó a Sadam en 2003 y se unió a las huestes del brutal Zarqawi, quien puso de moda las decapitaciones de occidentales frente a la cámara, entre otras salvajadas. Cuando en 2011 estalló una guerra civil en su Siria natal, Jolani regresó y fundó Jabhat al-Nusra (Frente de la Victoria para el Pueblo de Gran Siria), con el explícito apoyo de Ayman al-Zawahiri, el sucesor de Bin Laden. Jabhat al-Nusra se convirtió en una de las facciones rebeldes o insurgentes más eficaces en el campo de batalla sirio. No obstante, en 2013 una disputa con Al-Baghdadi cambió el curso de la guerra. Baghdadi exigió controlar al-Nusra y Jolani se opuso. Zawahiri respaldó a Jolani desde Pakistán, envió emisarios para arreglar aquella 'disputa de familia' y reconvino a Bagdahdi, pero este se negó a rectificar. El segundo emir de Al Qaida retiró su bendición al desobediente Bagdahdi, desatándose una guerra entre al-Nusra y Estado Islámico que se prolongaría durante años y fortalecería la autoridad de Jolani sobre sus valedores. Luego, en 2016, Jolani desvinculó pública y oficialmente a al-Nusra de Al Qaida, sin enemistarse por ello con Zawahiri, con lo que comenzó a proyectar una imagen de pragmatismo y distanciamiento del extremismo global. Su siguiente movimiento estratégico fue formar Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una nueva coalición de fuerzas islamistas que combinarían diferentes facciones. HTS estrenó una nueva narrativa diseñada para ganar legitimidad local e internacional y la jugada funcionó. Mientras dos coaliciones internacionales se esforzaban en combatir al Estado Islámico y arrebatarle el control de los territorios capturados en Siria e Irak, HTS se alzó como principal poder en el noroeste de Siria, estableciendo una administración propia y un 'gobierno de salvación' en la provincia de Idlib, con el consentimiento de Turquía. La ofensiva que ha culminado con la conquista de Damasco el pasado día 8 ha sido la mayor victoria de Jolani. En menos de dos semanas, HTS y otros grupos tomaron Alepo, Homs y, finalmente, la capital siria. Debilitado tras años de sanciones, corrupción y desgaste militar, el régimen baazista se desmoronó ante el avance de las fuerzas rebeldes y la falta de apoyo de Irán, Hizbolá y Rusia, los aliados que habían venido sosteniendo a Bashar al-Assad desde 2011. Al día siguiente de entrar en Damasco, Jolani ofreció un discurso en la mezquita Omeya, lugar cargado de simbolismo histórico y religioso, donde se dirigió a las comunidades cristiana y kurda para instarlas a que permanecieran en sus hogares y garantizarles su seguridad. En sus propias palabras: «todos los sirios, independientemente de sus creencias o afiliación étnica, serán respetados». Sin embargo, el historial de HTS sugiere que esas promesas pueden responder a una estrategia de legitimación, antes que a un compromiso real. Desde 2020, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, Naciones Unidas, el Departamento de Estado de Estados Unidos y la Unión Europea han recopilado pruebas de que HTS ha estado involucrado en ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, torturas y en el reclutamiento de niños soldados. Asimismo, ha promovido una discriminación severa hacia mujeres y minorías religiosas, incluyendo conversiones forzadas y restricciones a la libertad de movimiento. Por último, los tribunales de la sharía (ley islámica) establecidos por HTS han impuesto penas de muerte y otros castigos por delitos como la blasfemia. Obviamente, el futuro de Siria es incierto. El vacío de poder podría agravar la fragmentación existente y llevar al país a una situación similar a la de Libia: múltiples facciones en conflicto, varios gobiernos enfrentados y caos sin un fin previsible. En este contexto, resulta bastante arriesgado creer en el discurso de Jolani, posiblemente un lobo con piel de cordero. En realidad, HTS ha adoptado una estrategia que algunos analistas han dado en llamar 'yihad política', consistente en combinar medidas de gobernanza con un discurso digerible para las minorías que temen lo peor y para la comunidad internacional. Es poco probable que Jolani abandone su objetivo de establecer un régimen teocrático al estilo del emirato hoy existente en Afganistán. Como a los talibanes en 2021, hoy al líder de HTS le interesa proyectar una imagen más moderada para ganar tiempo y apoyos. Medidas como la reactivación de servicios en Alepo y la distribución de alimentos en Damasco son ejemplos de esa estrategia, maniobras para fortalecer su posición. Pero hoy no es mañana. Confiar en los 'buenos yihadistas', por contraposición a otros peores (Estado Islámico, Al Qaida) podría tener consecuencias devastadoras para Siria y el resto de la región.