Hubo otra España más limpia, más esperanzada, infinitamente más atractiva que ésta. Una España unida en torno a un proyecto común y compartido de progreso solidario, del que únicamente renegaban los independentistas, tolerados en virtud del pluralismo inherente a un sistema de libertades pero considerados «intocables» por las fuerzas democráticas a efectos de alcanzar pactos. Era aquella una España en la que también estallaban periódicamente escándalos de corrupción (ese es un mal endémico de nuestra patria, tan enraizado en su ADN como el cainismo suicida), cuyos protagonistas, no obstante, eran objeto de señalamiento y censura por parte de todo el mundo, empezando por los partidos que les daban cobijo y siguiendo por la práctica totalidad de los medios de comunicación,...
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