Al comenzar el año, me propuse ser una persona fiscalmente responsable y recortar mis gastos. No se trataba de un súbito arrebato de austeridad, mesura o avaricia. Ocurre que la empresa en que trabajo me pagará veinte por ciento menos a partir de enero. Pensé entonces: si voy a ganar menos, debo gastar menos. Hay ciertos gastos que, por desgracia, no puedo reducir: el colegio de mi hija, el seguro médico y el de los autos, los impuestos a la renta y a la propiedad, las comidas y las bebidas del supermercado, las cuentas domésticas de electricidad, telefonía, agua, basura y periódicos. Podría tratar de gastar menos en restaurantes y cafés, a los que acudo todos los días, pero no...
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