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Los Reyes Magos se coronan en Madrid con una Cabalgata victoriana de ensueño y sin lluvia

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En la víspera y en la antevíspera , los organizadores de la Cabalgata, entre ellos la vicealcaldesa del Ayuntamiento de Madrid , Inma Sanz, se valían de un dato en un año en el que el cielo tanto daño ha hecho a las tierras de España: «No hay ningún aviso de la Aemet». Con arreglo a eso, desde la mañana de este domingo empezaron los cortes parciales en los que el tráfico quedaba ajeno a un recorrido y alrededores custodiado por la Policía Municipal, con 400 agentes. En esto, las cifras son importantes. Muy importantes. Sólo hay que tener en cuenta los más de 2.500 miembros del desfile, los 2.400 kilos de caramelos. Y los espectadores, que solo cuantificando a los sentados suponían 10.500, entre la salida y Cibeles. El madrileño con hijos, en atención a esto, tomaba pronto el metro. Eran pasadas las cinco en la plaza de San Juan de la Cruz; Guillermo iba acompañado de su padre, ambos «del barrio de Oporto» y extrañados de que se le preguntase por la lluvia y la ilusión en mismo cuestionamiento: «Si tenemos que mojarnos, hemos traído impermeable. Un día es un día y estoy por él y por sus notas». Y los Reyes que todo lo ven, quizá le suban el notable a sobresaliente, y el sobresaliente a matrícula. La salida del cortejo era una Cafarnaúm ordenada de unas Majestades que estaban a un tris de dirigirse a Belén/Cibeles, a proclamar su magia. El eje entre la Castellana y Recoletos bien podría ser las parameras de Oriente de la tradición cristiana. Dos calles, una arteria, que parecían constatar aquello que Chaves Nogales escribió en su 'Juan Belmonte. Matador de toros': «Es una calle tan grande y tan varia como el mundo. Juan no lo sabe, pero la verdad es que lo que él quisiera, callejear libremente, ser amo de la calle, es tan difícil como ser amo del mundo», aunque aquí, los niños sí que iban siendo los amos de la tarde oscura, del mundo, que habría de iluminarse. Antes se vio a una niña con el traje de Bomberos de Madrid de la mano de su padre, muy 'customizada'. Delia Piccirilli, directora de la cabalgata, junto a la carroza del Ente Público y mientras la vaquilla del 'Grand Prix' daba brincos de cabra loca, confesaba que había que estar con «el nervio puesto». Las Fuerzas de Seguridad en el desfile, las que ponían un toque marcial a lo mágico, llevaban a sus vástagos de las manos o a hombros. Su sacrificio navideño, si tiene que redundar en algo, que redunde en los hijos. Álvaro y Nicolás, que llevaban montando guardia «desde la tres de la tarde, ya ves tú», decía su padre, querían los caramelos que no hubieran sido pisados por el personal de la cabalgata. Pedían por favor, al cronista, las chucherías; como si el escapulario de prensa fuese mágico. Pero algún caramelo llevaba el arriba firmante en el zurrón de su abrigo plastificado, por si las gotas, y se lo entregó a los dos hermanos como si el ir, ver y contar una Cabalgata de estética victoriana llevara implícito, pese a las advertencias de la organización, el repartir golosinas. A las seis menos cinco, la Unidad de Caballería, trompetas y tambores, iba dando el inicio, cuadrando los animales, a la cabalgata. En ese momento, 10 grados y ninguna gota. Algunos achuchones de viento. Viento para ventear (sic) las notas de la Banda de Música de la Policía Municipal, que empezó 'atacando' por 'Paquito el chocolatero'. Un pasodoble siempre viene bien, en Pascuas o fuera de ellos. Después, dos autobuses de Naviluz con música americana. Los primeros caramelos apenas regaban dos metros más allá de la carroza. Había animación, eso sí que sí, en el autobús del Samur Social que pedía un «arriba ese espíritu» mientras a toda máquina sonaba el 'Soy una potra salvaje', de Isabel Aaiún. Seguía soplando un viento fresco cuando Bandierai degli Uffizi, florentinos de alma y calzas renacentistas mostraban al pueblo la Señera de Valencia, que esta cabalgata, dijeron los mismos organizadores, iba a tener muy presente a los niños valencianos. Y con este prefacio, la estrella de la Navidad caminaba escoltada por una suerte de ángeles con un diseño inspirado, quizá, en la Estatua de la Libertad. Y más ángeles, estos a patines, por dar más gracia al vuelo de las alas. Una de las carrozas comerciales atronó de caramelos a un policía municipal que no pudo más que saludar; acaso porque hay niños con fuerza. Medusas y tiburones precedían al Rey Melchor cuando caían algunas gotas. Un Melchor muy marino, pues. En ese momento, Productores de Sonrisas, Premio Nacional de Teatro, deleitaba a los presentes en Cibeles con 'Circlassica, la historia mundial continúa'. Cuando llegó Gaspar , que era Gaspar, (sic) se oía lo que se tenía que oír en un concierto de Pablo Alborán. Tanta era la expectación ante un Rey Mago que procesionaba en una suerte de zepelín. Baltasar también era aplaudido, con un homenaje a la tierra seguido de los elementos móviles africanos desplegados por la compañía Oposito. Fuego y los elementos de la sabana. A los Bomberos más resultones, detrás de Baltasar, les mandaban besos, mientras al camión le llovían parabienes. Llegaron a Cibeles con tiempo para preparar su discurso. Hablaron y los cohetes llamaron a sueño para la noche más mágica. Los Tres Reyes tenían muchos deseos que cumplir, con el carbón «prohibido» por Almeida.



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