En las películas de grandes robos, vemos cómo el plan se pone en marcha para hacerse en un solo día con el botín de una cámara acorazada, donde el tiempo es oro y la organización detallada para entrar y salir sin que nadie se dé cuenta. Sin embargo, la realidad puede ser muy distinta cuando hablamos de unos ladrones que cuentan con comida, cama y todo lo necesario, mientras escarban la tierra cada día para hacer un robo a cámara lenta . A unos 700 metros de profundidad, en una mina de Buriticá, en Colombia, tiene lugar una intensa batalla subterránea que está convirtiendo la montaña en un queso gruyer. Pasadizos de oro que alcanzan unos doscientos metros y que ya tienen más de 380 entradas para realizar un robo millonario. Supone una sangría para la empresa china Zijin Mining Group, que compró la concesión de la mina, mientras el Gobierno colombiano pierde 100 millones en impuestos y regalías . Un 'ejército' de más de 2.000 mineros ilegales que comen terreno de forma progresiva se han hecho ya con un botín que el año pasado ascendió a más de tres toneladas de oro valorados en 200 millones de dólares. Un trabajo auspiciado por el Clan del Golfo , una milicia armada de unos 7.000 hombres, que se dedica al negocio de la droga y al transporte de inmigrantes. Y con cada metro ganado los mineros ilegales arriesgan sus vidas, mientras sostienen en una mano el pico y en la otra un fusil para combatir a los que se interpongan en su camino. Pero el riesgo compensa, se lucran extrayendo oro por valor de 5.000 dólares al mes, que equivale al salario de un ejecutivo. Y así han conseguido casi 'colonizar' el 60% de la mina. Una realidad que documentan periódicos locales y extranjeros como 'The Wall Street Journal' (WSJ). En el proceso, la red subterránea que han conseguido es gigantesca y solo unos pocos metros separan al minero legal del ilegal. A este último el Clan del Golfo le proporciona baños, comida, droga e incluso trabajadoras sexuales cada semana. Dragas y excavadoras de la empresa y de los narcotraficantes se abren paso en medio de la selva para que estas minas puedan funcionar. Y todo ello pese a los desencuentros con los grupos indígenas y al uso indiscriminado de mercurio para separar el oro de las rocas que contamina la zona. Un negocio imparable que va creciendo en otras minas y que se realiza con avidez. Y no es para menos, teniendo en cuenta que Goldman Sachs Group pronostica que el precio del oro alcanzará los 3.000 dólares la onza a finales de 2025, alrededor de un 12% más que los precios actuales. La locura por el oro se ha instalado a nivel mundial, ya que se considera un refugio seguro en tiempos de incertidumbre y es un recurso altamente demandado. Forbes calcula que el 80% de la producción mundial de oro se destina a la fabricación de dispositivos electrónicos debido a sus propiedades conductoras. En este sentido, el oro se usa en teléfonos inteligentes, ordenadores o en equipos médicos. En 2019, la multinacional Zijin compró a la empresa canadiense Continental Gold los títulos de la mina. Desde entonces los enfrentamientos han dejado 18 muertos. Y pese a que los empresarios chinos han puesto el grito en el cielo porque el Gobierno no toma las medidas necesarias, solo pueden observar impasibles cómo está amenazada la extracción de unas 4.000 toneladas de roca al día, que es una media de 24 kilos de oro. La respuesta dada a WSJ por parte del Gobierno es clara. Daniela Gómez, viceministra de Defensa, indicó: «Puedo ir mañana a Buriticá y capturar a 300 personas, pero el juez los liberará al anochecer». Los miembros de Zijin apuntan a la dejación de funciones de la Administración del presidente colombiano, Gustavo Petro, partidaria de acabar con las grandes explotaciones mineras por soluciones más sostenibles. Al tiempo que recuerdan que en anteriores gobiernos se lanzaron operaciones para clausurar los túneles clandestinos. El siguiente paso por parte de Zijin ha sido presentar una demanda por 430 millones de dólares ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones del Banco Mundial. La empresa asiática ha calificado este desencuentro en los largos túneles como una auténtica guerra de trincheras. Y WSJ señala que su puerta de entrada principal es una cadena de pequeñas casas ubicadas sobre una montaña que alberga una de las mayores vetas de oro de América Latina. Un alto funcionario de seguridad de Zijin aseguró a este medio estadounidense que las operaciones de la empresa, que tiene unos 4.500 trabajadores expuestos al fuego cruzado, están separadas de los intrusos por sacos de arena a unos cien metros de distancia. Eduardo Jiménez, quien antes era de las Fuerzas Especiales del Ejército Nacional y ahora es el jefe de seguridad de la mina, explicó a Canal Caracol que de los 110 kilómetros de túneles, «unos 70 kilómetros pueden considerarse ya perdidos». Las perforadoras, los detonadores y los explosivos son el ruido de fondo que permite ganar más terreno, mientras los camiones ilegales salen cada día, sin ocultarse, y con una nueva carga de este recurso.