Vicente Todolí se escurre entre un chaquetón azul y el humo de su cigarrillo. Es diciembre y las altas presiones y un resplandor mediterráneo rasean una mañana fría para lo que acostumbra esta zona, en la comarca valenciana de la Safor, entre Oliva y Gandía, con el mar a lo lejos. La fricción de sus manos, buscando el calor, suena áspera. Su piel, como la del medio millar de cítricos que tiene en su jardín, está curtida por el sol y la brisa marina, por toda una vida de trabajo. Y, también, por el éxito profesional que alcanzó en la élite del arte contemporáneo internacional y que pasa inadvertido para el común de los mortales, caminando con botas, en esta...
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