Mis mañanas transcurren en un edificio de oficinas, una mole que gasta la personalidad morosa de un bufé libre o un vaso de cartón. En una planta venden seguros, en otra vegeta una academia de algo y en otra, lo vi porque me equivoqué de altura, descubrí una vasta estancia con un montón de chavales que posaban una mirada fija contra la pantalla de sus ordenadores. Si nos dijo Umbral que toda rubia allende Pirineos era sueca, todos los mozos de menos de treinta años me parecen, desde la nostalgia, unos chavales. ¿En qué trabajaría aquella mocedad reconcentrada? Imposible saber si negociaban, compraban, mareaban o se dedicaban, yo qué sé, a la estafa piramidal. En alguna parte de ese edificio...
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