Esta semana se han conocido indicadores que confirman la buena marcha de los grandes números de la economía, que no son compatibles con la situación financiera personal que declaran los españoles. La Encuesta de Población Activa (EPA) del cuarto trimestre de 2024, que redondea el ejercicio del año anterior, señala que se han alcanzado varios récords históricos en el mercado laboral: hay 21,86 millones de ocupados y la tasa de desempleo ha caído al 10,6 por ciento, el nivel más bajo registrado desde 2007. También se ha difundido el avance del Producto Interior Bruto (PIB) del último trimestre, que confirma que el dinamismo de la economía el año pasado fue mejor de lo esperado y que cerraría, a espera de confirmación, con un crecimiento acumulado del 3,2 por ciento, cinco décimas más que en 2023 y una por encima de lo que vaticinaron el FMI, el Banco de España y la Airef. El Gobierno se ha apresurado a destacar estos guarismos. Carlos Cuerpo, ministro de Economía, ha dicho que el país se encuentra en «muy buena posición» para afrontar los años 2025 y 2026 en condiciones de «seguir liderando a las grandes economías a nivel europeo». De hecho, ha ordenado revisar las perspectivas de crecimiento. El presidente del Gobierno, por su parte, se ha vanagloriado de que «crecemos más que nadie y crecemos más verde que nadie», asegurando que la apuesta por la energía 'verde' está en la base del éxito de su gestión y ha intentado confrontar con la preferencia de Donald Trump por el petróleo, creando eslóganes en inglés. Pero la propaganda gubernamental, asentada en datos indiscutiblemente positivos, no consigue disipar el pesimismo con que los contribuyentes encaran la realidad cotidiana de su economía doméstica. El acceso a la vivienda y las dificultades de índole económica son los problemas más mencionados por los españoles en el barómetro del CIS de enero. En el de diciembre de 2024 figuraba el desempleo –pese a los buenos números del paro registrado– entre los tres primeros lugares. Un 45,7 por ciento de los españoles declara que tiene que endeudarse para llegar a fin de mes o que llega justo con lo que gana. Porque el problema de la economía española sigue siendo una crisis generalizada de rentas, como expresa el hecho extremo de que los jóvenes de menos de 24 años aún no han recuperado el salario medio real que tenían antes de la crisis de 2008. El mercado laboral tiene una cara b. También estamos en cifras récord de pluriempleo de personas (579.000 trabajadores) que intentan compensar el deterioro de sus rentas salariales trabajando más. La tarta del empleo está mucho más repartida y hay trabajadores que caen en la parcialidad indeseada –logran trabajos de menos horas– y tienen que buscarse la vida. No en vano, el empleo a tiempo completo cayó en casi 220.000 personas y el parcial aumentó en una cifra por encima del cuarto de millón. Además, el 40 por ciento del empleo creado en 2024 fue para extranjeros, cuya masiva llegada a nuestro país impulsa el PIB, pero hace que la renta per cápita continúe aplastada en cifras más parecidas a previas a la pandemia. Y también hay una aumento notable de un empleo público que con Pedro Sánchez ha sido muy significativo, pasando de 3,1 millones de asalariados a 3,6 millones, un 16 por ciento más en seis años, mientras que el empleo privado en el mismo período creció un 13 por ciento. Con todo, el indicador que ofrece menos esperanzas de que las rentas salgan de la mediocridad en que están instaladas es el ritmo de crecimiento de la productividad , que está muy por debajo de lo que el país debería aspirar a tener.