Los historiadores más recalcitrantemente académicos miran a la novela, y especialmente a la histórica, con desdén o, en el mejor de los casos, como un mero entretenimiento que nada tiene que ver con su oficio. Pocos quieren acordarse, secuestrada su memoria por toneladas de legajos y méritos docentes, que para la mayoría su puerta de entrada a la Historia fue a través de la ficción. Por razones incomprensibles para catedráticos que ya en vez de cumplir años cumplen quinquenios, los niños no son muy de leer la decadencia del Imperio romano por Gibbon, pero sí de troncharse con Astérix y Obélix fastidiándole los saturnales a los romanos. Porque, pese a quien le pese, la mayor parte de lo que imaginamos...
Ver Más
