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Trump y los hispanos

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No viene en la lista de patologías oficialmente reconocidas, pero la trumpofobia es una psicosis bastante frecuente en los Estados Unidos. Los síntomas se ven a menudo entre mis colegas académicos. Gastan aún más tiempo que nunca al lado del dispensador del agua, con las frentes arrugadas y los ojos febriles. Entre muestras de ansiedad y depresión, barbullan irracionalmente de un nuevo fascismo o una dictadura presidencial. Se asustan por cada noticia incómoda, por banal que sea, y peinan la web buscando historias de conjuraciones. Hay que descontar tales indicios de un desastre inminente. Si en Alemania los intelectuales se divierten gozando de la Schadenfreude, o en Francia del sadismo, o si en España nos complace menospreciarnos a nosotros mismos y ensalzar lo extranjero, el gran vicio de los 'bien-pensants' estadounidenses es regodearse en su propia miseria. El triunfo de Trump les ha caído como una bendición: ya tienen de qué quejarse. La administración, en cambio, acabará más o menos como sus predecesoras: con mucho ruido, sí, y retóricamente exagerado, pero al fin y al cabo ineficaz. Uno de los motivos por los cuales los electores votaron a Trump, a pesar de su personalidad desagradable, sus valores aborrecibles y su comportamiento crudo, es que ya fue presidente sin lograr grandes cambios: es un leviatán con dentadura postiza, una bomba cargada de fanfarronería. Esta vez, lo probable es que cumplirá aún menos. Las vueltas al mando suelen ser decepcionantes: fíjese en los casos de Churchill, que en la posguerra nunca recuperó su afán por el ajetreo intenso; o de Felipe V, o la restauración borbónica, o la revancha española en la República Dominicana. Para Trump, ganar las elecciones fue su gran reivindicación. Ya que se ha justificado, según su propia opinión, mostrando que el público le estima, no le quedan ambiciones personales. Y Trump es de esos que se animan más por el egotismo que por ideologías o sentimientos comunitarios. No creo que se le ocurra anexionar de verdad Groenlandia , ni conquistar México, ni agarrarse del Canal de Panamá, ni apoderarse de Canadá. Lo que sí quiere capturar son los titulares. Su política económica favorecerá a los ricos y enriquecerá a los plutócratas, pero eso es normal bajo todos los presidentes. Su política medioambiental servirá más para humillar a los expertos que para desafiar a la naturaleza; los efectos serán marginales. Su séquito alabará la familia, pero los divorcios, las delincuencias juveniles, los abortos, los excesos de la ideología del género y los amoríos irregulares seguirán acumulándose. Fulminarán contra el crimen, y los traficantes, los asesinos, los atracadores y los agresores sexuales no les harán caso. Proclamarán la grandeza de América y el país seguirá en declive. De todas formas, los famosos contrapesos de la Constitución norteamericana –los 'checks and balances' que someten los intentos presidenciales a largos procesos de escrutinio por el Congreso, los tribunales y los gobiernos de los Estados– son una garantía de que incluso un presidente más joven, más enérgico y de más profunda visión que Trump fracasará en la gran mayoría de sus proyectos. Pero hay políticas trumpistas capaces de perjudicar gravemente a ciertos sectores. Si se realizan, será por ser auténticamente populares y por contar con el apoyo del Congreso. Se relacionan todas con un tema predominante en el país en la actualidad: la inmigración. Las víctimas, en gran parte, serán los hispanos, no sólo por ser los inmigrantes más numerosos, sino también los más temidos. Trump ya proclamó medidas para enfrentar un supuesto «estado de excepción», debido a «un ataque en contra a nuestra soberanía» en la frontera de México: el cierre de la frontera, un nuevo esfuerzo para fortificarla y un intento de «sellarla» para excluir la droga, el contrabando humano, los sicarios y otros criminales. Ha anunciado que buscará medios para cancelar el derecho a la ciudadanía estadounidense de personas nacidas en el territorio nacional, si sus padres son inmigrados ilegales. Ha definido el narcotráfico como un acto de terrorismo. Ha prometido reintroducir el programa de detenciones previas a inmigrantes sin papeles y de abandonar el programa de apoyo por patrocinadores individuales e institucionales a inmigrantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela . Los programas de asistencia pública a refugiados serán suspendidos. Las denuncias de Trump demuestran el grado del reto que suponen para la gente hispana y los motivos de la aparente implacabilidad de la hispanofobia. Las minorías suelen tolerarse en todas las sociedades hasta el momento en que logran un peso demográfico capaz de cambiar el color o la cultura de la población del país. En EE.UU., en el siglo XIX, las víctimas de este ineludible proceso histórico eran los negros y los católicos. En el siglo XX se añadieron los chinos, japoneses y judíos. Hasta cierto punto, el temor suscitado ahora por el número creciente de hispanos es comprensible: su música y su comida se han convertido en las más populares entre los jóvenes, incluso los de procedencia anglosajona. Su idioma se está convirtiendo en una segunda lengua nacional. Sus valores de aprecio a la familia chocan contra los gustos liberales de las elites tradicionales, con su afán hacia el aborto, la supresión del matrimonio, y la subversión de las diferencias sexuales. Es por eso, paradójicamente, que gran parte de la comunidad hispana votó al programa socialmente conservador del nuevo presidente. En cambio, mientras la idea de disminuir el número de hispanos atrae a votantes angloparlantes y anglosajones, aterrorizados o seducidos por los mitos y las mentiras, la verdad favorece una política de atracción de los hispanos por parte de Trump. Son demasiados éstos para descartar su importancia u ofender sus sensibilidades. Los votos de una cantidad crítica de ellos son necesarios para que el partido de Trump mantenga su dominio del Congreso. Sus vínculos con las repúblicas hispanas son imprescindibles para el futuro económico de EE.UU., que logró ser una potencia mundial en el siglo XIX por tener enormes recursos para desarrollar. Hoy en día los grandes recursos que quedan por explotarse en el hemisferio occidental están en la parte llamada «latina». No es cierto que la cultura hispana sea inconsistente con la tradición norteamericana. El uso del español, la práctica del catolicismo o la presencia de gente hispana han sido ingredientes vitales en lo que hoy es territorio estadounidense desde antes de la llegada de los colonos ingleses. Lo mejor de un político poco fiable es que suele cambiar de rumbo. Lo mejor de Trump es que tiene tan pocos principios, y tan poca fiabilidad, que ni cree en su propia retórica. Así que confiamos en él para darse cuenta de su interés propio y atenuar o abandonar sus promesas antihispanas.



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