El objetivo era, desde hacía meses, encontrar a un noble de Córdoba y convencerle de que nos concediera una entrevista. Tiré primero de un amigo a quien suponía, y suponía bien, relacionado con esa órbita, y me pasó por wasap un listado con seis nombres: marqueses, duques, condes de cepa acreditada, de abolengo, y me puse a ello, a llamarles. Algunos rechazaron amablemente la propuesta, otros dijeron que sí después de pensarlo un rato, pero al cotejarlos con el archivo del periódico caímos en la cuenta de que habían aparecido en nuestras páginas en un momento o en otro del pasado. Seguí con el empeño. Recurrí entonces a un segundo amigo en demanda de más contactos, y me facilitó el de Jaime Cabrera Muñoz , marqués de Ontiveros nacido en Córdoba hace sesenta años. Marqué su número de teléfono y me atendió un señor en extremo cortés y colaborador, dispuesto a fijar una cita con una condición previa: que antes del encuentro para mantener la entrevista nos tomáramos un café informal para conocernos y para que le hablara de la idea que tenía en la cabeza. Así que el martes pasado nos vimos en lo que era el Gaudí , hoy La Cueva, poco antes de media mañana. Llegué a la hora en punto y no reconocí en el establecimiento a nadie que me pareciera un aristócrata. En ésas, un tipo educado, atildado pero sin excesos y que llevaba entre los dedos un cigarrillo de tabaco de liar se me acercó al verme inquieto en los veladores que dan a Gran Capitán . -¿Es usted el periodista? -Para servirle. ¿Y usted es el marqués? -Sí. Soy Jaime Cabrera. Un placer. -Tanto gusto. Me extendió la mano para saludarme y nos sentamos en una mesa exterior en compañía de un hombre de su confianza, pedimos algo para beber y le conté. Él me escuchó con atención, afable. Al cabo de unos minutos aceptó mi proposición, y apostilló: -Tenga en cuenta que yo soy una persona normal y corriente, un cordobés más. Nos vemos entonces mañana miércoles a las once y cuarto en la sede de la Fundación Santa María de los Huérfanos, en la calle Agustín Moreno, justo en frente del convento de Santa Cruz. Lo esencial de esa conversación es lo que sigue. -¿Qué es vivir como un marqués en pleno siglo XXI? -Pues lo que le decía ayer [por el martes]. Vivir como una persona normal y corriente. -El protocolo indica que me tengo que dirigir a usted como ilustrísimo. -Sí, es así. Los nobles somos ilustrísimo. Pero generalmente, para todo el mundo, soy Jaime. Llámeme Jaime. Llevo el título con naturalidad, porque es algo que he llevado casi toda mi vida y lo veo normal. En casa, todo el mundo tiene títulos de toda la vida. Mi madre, mi hermano... No lo vemos, no sé cómo decirle, como un privilegio, aunque sabemos que es importante porque conocemos nuestra historia, lo que hicieron nuestros antepasados. Todo el mundo piensa que eres multimillonario. Y no tiene por qué ser así. -¿Usted lo es? -[Risas] Yo no soy multimillonario, se lo aseguro. Pero sí que hay otras familias, con unos títulos muy buenos también, que son millonarios porque han podido mantener su patrimonio a lo largo del tiempo por diversos motivos. Y otras familias nobles, también muy buenas, que lo han perdido por diversos motivos también. -¿De qué historia es depositario y de qué se siente orgulloso de ella? -Yo me he leído todo sobre mi familia, todo. Desde el conde de Priego, el famoso de la Torre Mal Muerta, a don Luis Gómez de Figueroa, famoso por la Casa Reja Don Gome. Yo, de todo estoy orgulloso. Por ejemplo, de Sancho Villaseca, que fue uno de los que rompieron el palenque en la batalla de las Navas. ¿Cómo no voy a estar orgulloso de todo eso? Empiezas a leer y, como es tanta gente, hay mucho que leer. Mis antepasados estuvieron también en la batalla de San Quintín, como en otros muchos sitios. Te sientes muy orgulloso y dices. 'Oye, pues algo hemos contribuido al país'. Aunque vivas la nobleza como algo cotidiano en casa, no puedes estar viviendo en el siglo pasado: estás viviendo en éste y tienes que asumirlo. Pero tienes unas responsabilidades. Eso no implica que tengas que ser anacrónico. -¿Qué responsabilidades? -Tu familia. Mantener su memoria, su legado. Si, por ejemplo, yo puedo ser patrono de esta Fundación, el día que yo me vaya de aquí tengo que dejar lo que he recibido o más. Pero, sobre todo, has de mantener los legados, que es lo más importante, creo yo. Mi obligación es pensar que si yo soy marqués, estoy aquí por familia, yo no puedo fallarle. Sí tienes la responsabilidad de decir: 'Oye, yo tengo que hacer esto más grande o protegerlo para que no le pase nada a la Fundación'. -¿Cuando fue la última vez que le dijo a alguien: 'Oiga, que tiene usted delante a un marqués'? -Si hay que utilizar el título se utiliza: yo no voy a renegar de mi condición. Si en alguna ocasión he tenido que acreditarme como marqués lo he hecho y punto, porque así lo requería la ocasión. -¿Y le hicieron caso? ¿Se pusieron firmes? -Sí, sí me hicieron caso, porque se trataba de un asunto vinculado con el título. En la carta real viene eso, que se te trate como marqués. Y bueno, cuando hay que decirlo, se dice. Pero cuando yo me voy de cervezas con mis amigos me lo paso fenomenal con ellos, me junto con todo el mundo, soy una persona normal. -Su familia, según tengo entendido, llegó a Córdoba antes que Fernando III. -Eso decía mi madre. Mi madre era historiadora, ¿sabe? Antes de que el Rey entrara nosotros ya estábamos aquí y desde entonces los Cabrera hemos estado siempre en Córdoba. -¿Qué le choca del mundo actual a un aristócrata? -A mí lo que me chirría es que hay menos valores. Yo entiendo que la gente tenga que discutir a veces para limar sus diferencias, pero hay una falta de valores, de dignidad, de respeto, y dices: '¿Eso es necesario?' Porque las cosas se pueden decir igualmente de una forma educada. Mi padre decía una cosa en la que llevaba mucha razón: que quien pierde las formas pierde la razón. Hay un momento en que piensas: 'Para el carro que de aquí me bajo'. Y eso es lo que no me gusta de lo que está pasando, sobre todo esa falta de dignidad, de amor, de respeto. Así que a la gente, a mucha gente, creo que lo que le hace falta es que no le dé igual su honor y que no le dé igual que le pillen haciendo lo que no debe y que, encima, vacile de eso. Estamos como estamos porque hemos vaciado de significado las palabras honor y dignidad. Y el valor de la palabra: yo a usted le doy mi palabra y va hasta el final. Yo digo que voy a hacer una cosa y la hago. -Me ha llamado la atención la foto de su perfil de wasap: un dibujo de los tercios de Flandes. Y la leyenda que le acompaña: 'Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra: ya hablaremos de la capitulación después de muerte'. -Eso fue en la batalla de Empel: el milagro de Empel. Los Tercios tenían una forma de vivir que a mí me encanta: llevaban la dignidad por delante. Y si hay que morir, se muere. Pero capitular, nunca. Esa forma de ser que había en la gran España a mí me gusta mucho: el sentirme orgulloso de ser español, de nuestra Historia. Y yo me digo: '¿Por qué no hacemos algo de eso nosotros en ésta nuestra época?'. -Habla de la gran España. ¿Qué queda de ella? -[Silencio prolongado] El interés general parece que ha desaparecido. Ahora tenemos el interés político. Hay que ganar como sea. Le he hablado de mantener la palabra, pero los últimos presidentes que hemos tenido, por ejemplo, han dicho unas cosas y han hecho las contrarias. Yo no sería capaz de decir una cosa y hacer la contraria: tendría que justificarlo mucho. Yo no veo que haya un interés real en solucionar los problemas de la gente. Voy a poner un ejemplo: la gente joven. A la gente joven habría que facilitarle lo máximo posible que pudiera ser emprendedora. Pero la gente joven lo que está deseando es ser funcionaria. Porque montar una empresa ahora mismo es muy complicado. -¿Cómo se lleva con la Iglesia? - Nunca nos hemos llevado especialmente bien. -¿Por qué? -Seguimos viendo que hay fundaciones que son de algunas familias, entre ellas la mía, y que siguen en manos de la Iglesia: estamos intentamos recuperarlas para que sigan cumpliendo sus objetivos primigenios y recuperen su patronazgo original.