Desde primeras horas de la mañana, el Vaticano ha sido escenario de un homenaje sin precedentes , silencioso y universal, al Papa Francisco. A las 11 en punto se han abierto las puertas de la basílica de San Pedro y ha comenzado oficialmente la cámara ardiente . Antes incluso de la apertura, la fila ya superaba las cinco horas de espera. La procesión humana avanza por la Porta Santa y recorre la nave central en un sobrecogedor recogimiento. Hay familias con niños, ancianos apoyados en bastones, religiosos, peregrinos de los cinco continentes. Algunos se arrodillan; otros simplemente bajan la cabeza al pasar frente al féretro. Los hay también que aprovechan para hacer una foto. La española Silvia Juan , acompañada por un grupo de Comunidades consagradas, ha rendido tributo al Francisco, después de esperar en fila unas cuatro horas: «He visto -nos dice- mucho cariño y agradecimiento a este Papa entre los fieles que lo estamos despidiendo. Ha ayudado a muchos con sus palabras y documentos sencillos. Y aquí vemos gentes de todos los países porque con él la Iglesia ha llegado a todo el mundo ». El ataúd de Francisco reposa ante el altar de la Confesión, sobre la tumba de San Pedro , bajo la majestuosa cúpula de Miguel Ángel, No hay catafalco ni ornamentos: solo una sencilla plataforma a ras del suelo, como él quiso. En vida, Jorge Mario Bergoglio pidió que no se le rindieran fastos, que se le recordara únicamente como «un pastor y un discípulo de Cristo». Y así ha sido. La ceremonia de traslado del cuerpo desde la capilla de su residencia en Santa Marta se celebró a primera hora de la mañana y congregó a más de 20.000 personas. Sencilla, pero profundamente conmovedora, incluyó una breve liturgia de la palabra presidida por el cardenal camarlengo . Ocho decenas de cardenales participaron en el rito. Los sediarios pontificios -los mismos que en otros tiempos llevaban en andas al Papa- depositaron el féretro frente al altar, sobre la tumba del apóstol Pedro, subrayando la continuidad de la Iglesia y su raíz fundacional. Bajo un cielo de primavera, con calor, la fila no deja de crecer. Personas que no se conocen se reparten agua, intercambian recuerdos del Papa, comparten el cansancio. No hay prisa: la basílica permanecerá abierta hasta medianoche. Nadie se va. Porque lo que está ocurriendo no es solo una despedida, sino una manifestación global de afecto hacia un pontífice que marcó una época. Durante tres días, fieles del mundo entero podrán rendirle su último saludo, antes de los funerales que se celebrarán el sábado a las 10 de la mañana. Se espera la presencia de más de 200.000 personas y 173 delegaciones oficiales. Francisco será enterrado en la basílica de Santa María la Mayor, sin coronas, en una ceremonia austera, tal como él deseó. Y, sin embargo, este adiós multitudinario, espontáneo, profundamente humano, dice más que cualquier pompa. Los poderosos de la Tierra vendrán a honrarlo el sábado, pero es el pueblo, hoy, quien mejor lo está comprendiendo. En silencio. En fila. Como él vivió: sin estridencias.
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