El resultadismo que impulsa Trump es la contracara de la baja eficacia de las instituciones

Detrás de la promesa de crear una nueva "edad dorada" para Estados Unidos, hay un mandato que recibió amplio apoyo popular. Donald Trump no es una figura nueva para los estadounidenses. No es un debutante o un outsider que derrotó a la vieja política con ideas radicalizadas. Su regreso al poder, por el contrario, representa el deseo de una sociedad de recuperar oportunidades que se fueron degradando con el paso del tiempo. Hacer grande a América otra vez, el leit motiv de su movimiento, traduce una demanda específica: conseguir resultados.

El triunfo de Trump como presidente refleja una suerte de cansancio del electorado con el modelo institucional de los últimos cincuenta años. El bipartidismo que manda en Washington priorizó consensos que no lograron traducirse en mejoras reales para la población. Los pasos alcanzados por cada administración, a veces pequeños y a veces grandes, crearon una insatisfacción residual que fue creciendo con el paso del tiempo y las presidencias, hasta convertirse en un deseo superador de los módicos logros de la política tradicional.

A esa sociedad deseosa de sentirse guiada por objetivos más grandes le habló Trump ayer. Poner la bandera estadounidense en Marte (un sueño que seguramente ayudará a alimentar el magnate Elon Musk) es una forma de crear metas que no pueden ser abordadas por el "modelo institucional". Las leyes, el Congreso, la burocracia, las infinitas regulaciones estatales, se transforman así en barreras que deben ser salteadas por líderes que tienen que conseguir resultados. El paradigma no es la negociación, el promedio que conforma a una parte, sino la meta conseguida pese a la resistencia de los establishment sectoriales.

Por esa razón la nueva administración tiene previsto arrancar con una batería de órdenes ejecutivas (el equivalente a los decretos de necesidad y urgencia), destinados a plasmar decisiones que demandarían meses de discusión. Como es de esperar, todas prometen ser de alto impacto (deportaciones masivas, envío de tropas a la frontera sur para combatir el narcotráfico, entre las más comentadas).

El desafío que enfrenta hoy la clase política estadounidense, pero también la de otros países como la Argentina, es reestablecer la fe en el equilibrio institucional. Años de burocracia ineficiente socavaron la paciencia en el sistema, generando ansiedad por los atajos como los prometidos por Trump. El riesgo es que las instituciones de la democracia sean vistas como parte del problema, y no de la solución. La marea de cambios que pretende desatar el nuevo jefe de la Casa Blanca logró apoyo legítimo en las urnas. Pero ese aval no debe borrar la necesidad de respetar controles y garantías.