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Январь
2025

La agenda de sesiones extraordinarias

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Al cabo de un proceso de in­definiciones iniciales, el Gobierno optó finalmente por convocar al Congreso de la Nación a sesiones extraordi­narias. La decisión no exenta de riesgos, cuyo primer efecto ha sido el desencadenamiento de la agenda política de un año electoral, con su secuela de conflictos internos y externos, hasta ahora soterrados.

Las tensiones son lógicas, ya que el proceso político que se abre será decisivo para la suerte política del Gobierno y, en ge­neral, para la supervivencia de la mayoría de las coaliciones polí­ticas nacidas en los últimos años.

Los riesgos son importantes, aunque no insuperables. Todo dependerá de la voluntad de propios y extraños de alcanzar niveles de convivencia que per­mitan consolidar los avances del ajuste económico y abrirlo a un proceso indispensable y urgente de reformas estructurales.

El discurso inaugural de Do­nald Trump anuncia cambios radicales en la economía global, que dejan márgenes mínimos para las iniciativas dogmáticas de los economistas de uno u otro signo. Esto repercutirá en la po­lítica y obligará a niveles de concertación que la clase política tanto vieja como nueva estaba muy lejos de prever.

Congreso de la Nación Argentina

La agenda de Extraordinarias parece lejos de los niveles de necesidad y urgencia que se es­peraba. Incluye temas que bien podrían haber aguardado mayor trabajo en comisiones y mejor foco en los problemas inmedia­tos. De allí que al menos en los primeros días, no ha bastado para alterar el clima de vaca­ciones que sigue viviendo el Congreso.

El menú convocado integra, en efecto, proyectos forzados, aun no terminados, que hubie­ran requerido información téc­nica actualizada. Se trata de campos cuya importancia des­borda las posibilidades de la aritmética parlamentaria. Exi­gen no solo mayores consensos. Demandan sobre todo reformas instrumentales de segunda y tercera generación, fuera al menos por ahora de las posibili­dades de un gobierno concen­trado en consolidar los avances del ajuste. Tarea que desborda tanto al Gobierno como a su ac­tual oposición.

La pregunta central que plantea la agenda escogida tiene que ver precisamente con la na­turaleza de las cuestiones que plantea y con los problemas que ofrece el trámite parlamentario extraordinario. El país vive ur­gencias perentorias en el campo económico y social que, por su importancia solo pueden pros­perar en un ámbito de acuerdos hacia el largo plazo.

El corazón de la agenda es, sin duda, la reforma electoral, un proyecto de muy alta com­plejidad en la medida que aspira a la eliminación del régimen electoral vigente, no solo en su dimensión especifica de regu­lación electoral, sino sobre todo en sus aspectos económicos.

Ambos aspectos están, por cierto, profundamente vincu­lados. Nuestro sistema de fi­nanciamiento de la política ha llegado a ser uno de los más opulentos del mundo, en la medida en que pretende finan­ciar no solo los costos de fun­cionamiento del sistema elec­toral. Busca también hacerse cargo del funcionamiento en­tero de la vida interno de todas las fuerzas políticas, cualquiera sea su importancia política. Una extravagancia costosísima, que ha dado lugar a un invento ar­gentino único, singular e irre­petible a nivel comparado.

Es probable que la elimina­ción de las PASO llegue a contar con apoyos más que suficientes. Los efectos negativos de la ex­periencia son evidentes y hoy por hoy solo la defienden un puñado mínimo de candidatos, además un grupo cada vez me­nor de beneficiarios directos, tanto dentro como fuera del negocio más bien económico del procedimiento electoral.

La propuesta sobre finan­ciamiento tropezara en cambio con seguras dificultades. La po­lítica tradicional jamás acepto retroceder en los avances lo­grados desde los comienzos del sistema a principios de los años 60. En 1999 logro incluso su in­clusión expresa en el texto del actual art. 38 de la Constitución Nacional. La eliminación de fi­nanciamiento requerirá una reforma constitucional o al me­nos un acuerdo transitorio para suspenderlo "por única vez", una alternativa que tampoco desa­gradaría del todo a la adminis­tración Milei, tan interesada como cualquier en retener esa curiosa anomalía institucional que es el papel superlativo del Ministerio del interior en la ad­ministración del proceso elec­toral.

Otra parte sustancial del programa de Extraordinarias intenta abordar un conjunto de leyes penales federales, inspi­radas por similar espíritu de in­novación experimental. Las le­yes parten del supuesto ideoló­gico y muy poco verificables de la supuesta amenaza del "crimen organizado" en el caso argentino.

La recepción de las "legisla­ciones antimafia" generalizadas en otros países, supone en efecto la existencia de mafias, en el sentido que la expresión adquiere en casos arquetípicos como los del Mediterráneo y algunos países de Europa del Este. En este punto el Gobierno vuelve a pecar de apresura­miento y cede ante el atractivo retorico del populismo puniti­vo. Tal como están las leyes solo permitirán actuar ante formas menores de crimen organizado.

Considerar "mafias" a las bandas de delincuentes de los asentamientos marginales de los conurbanos bonaerense o rosa­rino -con todos sus dirigentes ya con condenas de por vida dicta­das por la justicia ordinaria y en función de la legislación vigente- es sin duda un exceso, tal como lo demuestra entre otras, la expe­riencia italiana.

En este, como en muchos otros puntos, los remedios apresurados solo pueden coin­cidir a pérdidas aún mayores en la confianza del sistema de la protección penal. Cabe por ello insistir una vez más en el hecho de que la sociedad sigue espe­rando una propuesta sólida en el campo de la prevención de la inseguridad y la violencia. La sociedad no demanda tanto eficiencia en la respuesta pu­nitiva como políticas de pre­vención que ataquen las causas de la inseguridad y la violencia. Es decir, reclama sobre todo una presencia institucional mucho más activa frente a los factores criminógenos más importantes. Lo que urge es asumir con responsabilidad condiciones sociales que favo­rezcan la seguridad y el control de riesgos y esto no es, por su­puesto materia de competencia de jueces, fiscales, policías o fuerzas militares movilizadas.

La cuestión se agrava en cuanto se advierte que, a la hora de asumir la reforma penal, el Estado nacional sigue pensando desde la óptica estrecha y aco­tada de la justicia federal, sin tener en cuenta que "un abordaje integral" como el que se preten­de supone la articulación con 24 realidades jurisdiccionales muy diferentes, con sistemas de pro­cedimiento penal propio.

Son todos campos que de­berían ser objeto de la atención ordinaria de los tres poderes. La calificación de "extraordina­rias", puede sugerir la impre­sión de que la convocatoria busca en realidad otros propó­sitos y objetivos no declarados.

Es posible que, en algún punto el Gobierno sienta la ne­cesidad de gravitar hacia el centro del sistema democrático en su versión republicana, es decir hacia el núcleo del sistema de frenos y contra pesos entre los tres poderes. Si es así, es posible que la convocatoria a extraor­dinarias ofrezca la ventaja de la calidad de los procedimientos genere la confianza necesaria de una sociedad desconfiada ante el voluntarismo de las propuestas.




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