Un llamamiento a la cooperación mundial en la era inteligente
Hasta ahora, el siglo XXI se está caracterizando por el salto espectacular que han experimentado las tecnologías inteligentes, unos avances que han llevado a la humanidad a una etapa que yo denomino "La Era Inteligente", en la que grandes segmentos de la sociedad mundial tienen acceso a una inteligencia tecnológica sin precedentes. Se trata de tecnologías que están arraigando profundamente en nuestra vida cotidiana y transformando el mundo en los niveles más profundos, tanto a escala individual como internacional.
La inteligencia artificial es, como era de esperar, la pieza fundamental de esta transformación. Ha pasado rápidamente de ser una herramienta especializada a una tecnología de uso general, y, como ya ocurrió con la electricidad y la máquina de vapor, está transformando los sectores, las economías e incluso la forma en que pensamos sobre nosotros mismos. No sorprende que esta oleada de desarrollo tecnológico se produzca en un momento en el que el mundo se enfrenta a retos globales que exigen nuestra atención y acción inmediatas y colectivas.
La IA nos está permitiendo superar las limitaciones de nuestra cognición humana natural. Está aportando un nivel de eficacia y conocimiento totalmente nuevo a todos los ámbitos, desde el diagnóstico clínico hasta la modelización climática. Necesitamos que la IA nos ayude a abordar los problemas complejos y sistémicos que ninguna parte interesada (o grupo de partes interesadas) sería capaz de resolver por sí sola. Sin embargo, como ya he señalado anteriormente al referirme a las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial, las oportunidades que presentan también conllevan riesgos profundos: perturbaciones sociales, políticas y económicas que debemos gestionar con cuidado.
Uno de los aspectos más sorprendentes de los últimos años es la rapidez con que la IA se ha integrado en todo lo que nos rodea. La misma ciencia que impulsa los vehículos autónomos y los modelos generativos del lenguaje está transformando la forma en que investigamos, enseñamos a nuestros hijos y mantenemos nuestras infraestructuras. Las tecnologías inteligentes -computación cuántica, biotecnología, computación espacial y blockchain- son inteligentes porque están siendo mejoradas y habilitadas por la IA. Las perspectivas son muy prometedoras, pero tenemos importantes responsabilidades mutuas para asegurarnos de que estos avances no creen más problemas que ventajas.
A medida que avanzan rápidamente las tecnologías inteligentes, aumenta en la misma proporción el riesgo de crear un efecto cascada de distribución desigual de las ventajas. Algunos grupos y regiones avanzan rápidamente, impulsados por el acceso a aplicaciones de vanguardia. Sin embargo, otros corren el riesgo de quedarse atrás, creando divisiones que podrían agravar las desigualdades sociales y económicas durante generaciones. Sin cooperación y colaboración internacionales, las disparidades en el acceso a los conocimientos y recursos digitales podrían hacer que se consoliden efectos no deseados, provocando que grandes franjas de la población mundial tengan dificultades por alcanzar al resto.
Las implicaciones geopolíticas también son significativas. Estamos viendo movimientos importantes de actores globales, como Estados Unidos y China. Aunque históricamente Estados Unidos ha sido líder en tecnologías emergentes, China ha hecho de este ámbito una clara prioridad nacional. Resulta tentador ver estos avances bajo el prisma de la competencia entre naciones, pero es más lo que está en juego. Es esencial reconocer que estas tecnologías constituyen el verdadero núcleo de la transformación global. Tienen el potencial de beneficiarnos o desestabilizarnos a todos. El éxito de la humanidad no radica en predecir qué nación se convertirá en líder de la IA, sino en trabajar juntos para afrontar estos cambios de forma que se garantice el bienestar y la prosperidad de todos.
La Era Inteligente, por tanto, no consiste únicamente en desarrollar tecnologías inteligentes, sino también de garantizar que la humanidad siga siendo inteligente a la hora de manejar estas herramientas. Por tanto, debemos cultivar la sabiduría junto con la innovación. Para ello, hay que evitar centrarse exclusivamente en los beneficios a corto plazo y comprender la naturaleza más amplia e interconectada de los retos que afrontamos. Esto supone superar las diferencias y fomentar un espíritu de cooperación y colaboración, en el que el diálogo siga siendo abierto, productivo e integrador.
Sobre todo, significa garantizar que el progreso que logremos se mida en función del beneficio para el conjunto de la humanidad: la salud de nuestro planeta y el bienestar de sus habitantes.
No nos confundamos. Estamos en un momento crítico. Carecemos de un marco global para abordar los retos profundamente interconectados de nuestro tiempo, como el cambio climático, la desigualdad económica y la fragmentación geopolítica. Aunque la inclinación natural puede ser apartarse, centrarse en lo que está bajo nuestro control inmediato o competir por unos recursos limitados, los retos de la Era Inteligente no pueden resolverse de forma aislada. Es necesario abordarlos con un enfoque integral que reconozca la importancia de todas las partes interesadas: gobiernos, empresas, centros de investigación, sociedad civil y particulares. Por eso, "Colaboración para la era inteligente" es el tema de la Reunión Anual 2025 del Foro Económico Mundial que se celebrará en Davos.
La Era Inteligente es una época para pensar con audacia y actuar de forma colectiva. Gracias a las tecnologías inteligentes, tenemos la posibilidad de resolver problemas complejos que antes estaban fuera de nuestro alcance. Ahora bien, solo podremos realizar su potencial si reconocemos nuestra propia humanidad compartida y nuestra responsabilidad común. Debemos aprovechar las tecnologías inteligentes con sabiduría y asegurarnos de que nos sirven para crear un futuro más inclusivo, equitativo y sostenible. Aprovechemos esta oportunidad para utilizar las herramientas que hemos creado para avanzar, pero hagámoslo juntos y de forma sensata.
* Este artículo fue publicado previamente en la revista Time