Israel e Irán: detrás del fuego cruzado de misiles, dos economías con problemas
Mientras los misiles cruzan el cielo de Medio Oriente y las tensiones entre Israel e Irán alcanzan niveles inéditos, una realidad menos visible pero igualmente alarmante se esconde detrás: ambas naciones atraviesan profundas crisis económicas. Detrás del estruendo bélico, hay un deterioro estructural que golpea sus bases productivas, fiscales y sociales.
Israel: crecimiento moderado, inflación persistente y tensiones fiscales
El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta para Israel un crecimiento del PBI real del 3,3% para 2025, una cifra que, si bien positiva, representa una desaceleración respecto a años anteriores, según cita un informe de CNN. La inflación, por su parte, se mantiene por encima del objetivo del Banco de Israel, con un 3,6% interanual en abril de 2025.
La tasa de desempleo en Israel aumentó al 3% en abril, desde el 2,90% en marzo de 2025. La tasa de desempleo en Israel promedió el 5,87% entre 1992 y 2025, alcanzando un máximo histórico del 11,40% en marzo de 1992 y un mínimo histórico del 2,60% en agosto de 2024, según datos publicados por Trading Economics, basados en estadísticas oficiales del gobierno israelí.
Si bien estas cifras pueden parecer manejables, el contexto es más complejo. El gasto en defensa se disparó, y el déficit fiscal amenaza con ampliarse en un año electoral y de guerra. La deuda pública, aunque no alarmante, carece de transparencia en sus cifras más recientes, lo que genera incertidumbre sobre la sostenibilidad fiscal, advierte un especialista que participa del informe.
Una economía de alta tecnología, pero hay letra chica
Israel construyó su reputación económica sobre su sector tecnológico, conocido como "Startup Nation". Empresas de ciberseguridad, inteligencia artificial y biotecnología florecieron, atrayendo inversión extranjera directa en proporciones inéditas.
Israel consolidó su perfil como una economía intensiva en innovación, con un sector tecnológico que representa aproximadamente el 15% del PBI y más del 50% de las exportaciones de bienes. Esta transformación no es reciente: desde la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en 1985, el país pasó de una economía protegida y basada en manufactura y agricultura a una estructura abierta, diversa y liderada por el sector de alta tecnología, tal lo señala el Departamento de Estado de Estados Unidos en su informe de 2024.
El mismo informe destaca que "Israel tiene un espíritu emprendedor y una fuerza laboral creativa, altamente educada, calificada y diversa. Es líder en innovación en una variedad de sectores, y muchas startups israelíes encuentran buenos socios en empresas estadounidenses" Esta sinergia dio lugar a más de 300 centros de I+D de multinacionales en el país, de los cuales casi dos tercios son de origen estadounidense.
La magnitud de esta integración tecnológica se refleja también en los mercados financieros. Israel cuenta con 131 empresas listadas en el NASDAQ, lo que lo posiciona como el cuarto país con más compañías en esa bolsa, solo detrás de Estados Unidos, Canadá y China.
Sin embargo, esta fortaleza también implica vulnerabilidades. La alta exposición al capital extranjero y a los mercados globales convierte a Israel en una economía sensible a los shocks externos. La guerra con Irán y la inestabilidad regional comenzaron a afectar el flujo de inversiones, especialmente en el sector tecnológico, donde el riesgo geopolítico se traduce en cautela financiera.
A esto se suma el impacto directo de sus conflictos constantes con algunos de sus vecinos en la actividad económica: el PBI israelí cayó un 20,7% en el último trimestre de 2023, aunque se recuperó un 3,35% en el primer trimestre de 2024. El Banco de Israel proyectó un crecimiento del 2% para 2024 y del 5% para 2025, aunque advirtió que estas cifras están sujetas a la evolución del conflicto, según el informe oficial de EE.UU.
La contracara de la apuesta al sector tech es que el sector industrial tradicional perdió peso, y la dependencia de importaciones para bienes esenciales aumentó. La agricultura representa menos del 2% del PBI, y la autosuficiencia alimentaria es limitada. La desigualdad social también se profundizó, con una brecha creciente entre los sectores ultraortodoxos, árabes israelíes y la población urbana de clase media.
Irán: inflación descontrolada, sanciones y colapso estructural
La economía iraní atraviesa una fase de estancamiento estructural, marcada por la persistencia de sanciones internacionales, una inflación elevada y una fuerte dependencia del petróleo. Según el Macro Poverty Outlook del Banco Mundial (abril 2025), el crecimiento del PBI se desaceleró al 3,7% interanual en los primeros nueve meses del año fiscal 2024/25, con una caída significativa en el sector petrolero, que pasó de crecer un 20,3% a solo un 6% interanual.
La inflación, aunque parcialmente contenida por una política monetaria más restrictiva, sigue siendo alta y volátil. La depreciación de la moneda, agravada por las tensiones geopolíticas recientes, amenaza con reactivar presiones inflacionarias que afectan especialmente a los hogares más pobres. El informe también advierte que el valor real de las transferencias sociales cayó, lo que debilita la capacidad del Estado para proteger a los sectores más pobres sin agravar el déficit fiscal.
El mercado laboral muestra señales contradictorias. Aunque el desempleo disminuyó levemente, la participación laboral sigue siendo baja: solo el 41% de la población en edad de trabajar está activa, y apenas el 14,1% de las mujeres participa del mercado laboral. Esta baja integración laboral, sumada al envejecimiento poblacional y la emigración de jóvenes calificados, limita el potencial de crecimiento a largo plazo.
La estructura productiva iraní continúa dominada por el sector hidrocarburífero, que representa más del 60% de los ingresos por exportaciones. Sin embargo, la aplicación más estricta de las sanciones estadounidenses y la caída de la demanda china redujeron la capacidad de Irán para monetizar sus recursos. El sector no petrolero, por su parte, está paralizado por la escasez de insumos, los apagones energéticos y la incertidumbre regulatoria, según el el Macro Poverty.
De acuerdo a ese reporte del Banco Mundial, el sistema fiscal enfrenta presiones crecientes. El gasto público está dominado por transferencias sociales poco focalizadas, una masa salarial en expansión y un sistema de pensiones insostenible. La falta de inversión en infraestructura y la dependencia de subsidios energéticos agravan los cuellos de botella productivos. El Banco Mundial advierte que, sin reformas estructurales, el país enfrentará crecientes restricciones fiscales y sociales.
En este contexto, el conflicto puede servirle, como a Israel, para reforzar la cohesión interna y desviar la atención de los problemas económicos. Sin embargo, el costo de esta confrontación es alto: la incertidumbre geopolítica ahuyenta inversiones, encarece las importaciones y agrava la presión sobre las reservas internacionales. La economía iraní, ya debilitada, enfrenta así un nuevo frente de vulnerabilidad.
Dos modelos en tensión, dos crisis convergentes
Aunque Israel e Irán representan modelos políticos y económicos opuestos -una democracia liberal con economía de mercado frente a una república islámica con fuerte intervención estatal-, ambos comparten síntomas de fragilidad estructural. Aunque la guerra puede ser una válvula de escape las crecientes tensiones internas de cada país, suma explosividad a las perspectivas a mediano y largo plazo.
En Israel, las protestas sociales por el costo de vida y la reforma judicial debilitaron al gobierno de Netanyahu. En Irán, las manifestaciones por la represión y la pobreza fueron reprimidas, pero no desaparecieron. En ambos casos, el conflicto externo puede servir para consolidar el poder interno, pero solo temporalmente.