Un país en simulacro: justicia, dólar y elecciones
Todo se parece a un gran simulacro. Se simula que Cristina Kirchner está presa, que la Justicia logrará dejarla pobre sin el botín logrado con las licitaciones dirigidas de la obra pública, que el peronismo se unifica, que una multitud la respalda, que podría regenerarse un 17 de octubre, que será ella junto a Máximo la que elija a los candidatos de la oposición para las elecciones, que el PJ llamaría a la abstención.
Incluso, tal vez lo único real en lo inmediato, que no podrá de por vida ocupar cargos públicos. Hasta se simulan escenarios de fuga o de futuros indultos. Un espectáculo que concentra la atención de las minorías intensas del país, alimentando indignados en los medios a uno y otro lugar de la grieta. Indignados porque es una presa política cuando en todo caso y muy distinto, sería una política supuestamente presa. Indignados porque baila en el balcón y tiene vía libre para recibir adherentes y hacer política; nada que ver con alguien que debería estar detenida según el fallo confirmado por la Corte. Preso estuvo Ricardo Balbín a manos del peronismo en los 50 o María Estela Martínez de Perón a manos de los militares en el Proceso.
Tal vez todo este ejercicio de simulación explica el sugestivo silencio de las principales representaciones empresarias del país, con honrosas excepciones como el caso de la Cámara de Comercio, o escasas opiniones en redes a título personal. Como si estos líderes gremiales del establishment creyeran que la batalla cultural no estuviera concluida, o perciben que la realidad de hoy no necesariamente será definitiva.
La mayoría de las entidades empresarias, incluso quienes fueron severamente atacados por el kirchnerismo, ni salieron a saludar por la democracia. Casi ningún repudio a los graves episodios de violencia contra Canal 13 y TN, como tampoco el respaldo a la Justicia y la división de los poderes. Injusta desconsideración a los ñoños republicanos por parte de los principales representantes del mundo económico. Conductas que también obedecen a los favores recibidos en la era del capitalismo de amigos, o intereses comunes para los afectados por la apertura económica y el dólar barato.
Cristina Kirchner. (Fuente: archivo).
Interesa siempre lo mismo. La marcha de la economía, el resultado de las próximas elecciones y la capacidad del actual Gobierno de pasar por el Congreso reformas económicas que afecten intereses creados. Verificar si como se asegura ahora más probable habrá finalmente lista única del PJ en PBA que dificulte el triunfo para el Gobierno en ese distrito; o si el efecto Cristina impide lograr los 87 héroes en el Congreso para blindar un veto del Presidente a los proyectos anti ajuste aprobadas en Diputados hace dos semanas, camino de convertirse en leyes en el Senado. Se demoraría, se sabe, el trámite de la ley de inocencia fiscal para proteger a los argentinos que opten por usar dólares no declarados para consumir o invertir en plazos fijos, bonos o acciones. Y si Cristina fuera de la cancha electoral acelera o traba el acuerdo político del Gobierno con el PRO y radicales para lograr una derrota más contundente de lo que representa el populismo económico en las elecciones de este año.
Ya Mauricio Macri parece haber aceptado la realidad. Recomendó a su tropa entregarse si es necesario, pero con dignidad. Libertad de acción en cada distrito para sumarse a la oleada violeta. Para los dignos que no acepten cambiar de camiseta, se ofrecería un plan B. Conformar un frente de ñoños republicanos que enfrente a los libertarios con sectores de la UCR y el peronismo supuestamente republicano de los cordobeses, Miguel Pichetto, Emilio Monzó y Joaquín de la Torre.
Si la economía acompaña, la suerte y pasajera centralidad de Cristina se desvanecen. Igual que el sueño de ponerle límites a Javier Milei en las próximas elecciones, vengan por la derecha democrática o por la izquierda combativa. Las observaciones críticas al modelo del dólar barato pueden ser atendibles, incluso la realidad de que las reservas siguen siendo negativas, pese a que el Gobierno las presenta en la versión bruta -otro simulacro- por encima de los 40.000 millones. Pero son problemas del mediano plazo. Y la cuenta en la economía siempre llega, pero políticamente llega tarde.
Lo mismo que el impacto del atraso cambiario en el nivel de empleo, o la realidad de que aún con menor inflación, no todo el poder adquisitivo se traduce en aumentos relevantes del consumo masivo. En eso corre con ventaja el Gobierno frente a las correctas observaciones de los economistas que el oficialismo destrata.
En lo inmediato, el equipo económico logra recomponer relativamente reservas vía mayor endeudamiento, y garantiza que hasta octubre no debería ponerse en riesgo la estabilidad del tipo de cambio. Es, junto al superávit fiscal, la mayor garantía de una inflación a la baja.
Hasta se aceptó por necesidad lo que Washington rechazaba: que tres bancos chinos se sumaran al club de entidades que participaron del último salvataje al Banco Central, con el REPO de 2000 millones. Y se liberó a los inversores extranjeros la entrada y salida de fondos para colocar u$s 1000 millones por mes en bonos de aquí hasta fin de año. Por si hace falta, y para calmar las ansiedades del FMI, los tenedores de bonos y los economistas pro mercado, el ministro Luis Caputo aclaró que con el superávit fiscal, el Tesoro sí podría comprar reservas en el mercado antes de que el dólar llegue al piso de la banda.
Lo más probable es que se necesiten ambas cosas: tomar deuda y que el gobierno compre dólares. Pero esto último, de concretarse, sería después de las elecciones. Nada que ponga en peligro la certeza del dólar barato y electoral hasta que se abran las urnas a fin de octubre.