Hace más de tres décadas, la llegada de los primeros ciudadanos chinos a Alicante fue un fenómeno discreto, casi imperceptible. Marcado por el sacrificio, largas jornadas laborales y una gran capacidad de adaptación, familias enteras se establecieron en la provincia con la esperanza de construir un futuro mejor con el que ayudar a aquellos familiares que dejaban atrás. Los primeros años no fueron fáciles: el idioma, las costumbres y la lejanía de su tierra natal hicieron que la integración fuera un proceso complejo. Muchos encontraron en la restauración y en pequeños comercios, como bazares, su vía de sustento.