El descampado del tío Joaquín, alejado de todo, mutó a finales de los sesenta en dos calles pintorescas, pobladas por trabajadores andaluces que vinieron a buscarse la vida en el campo. No de golpe, pero sí a cuentagotas. «Fue el boca a boca», cuentan hoy los más veteranos del lugar. En los setenta aquel barrio en la periferia de la perifiera era ya un núcleo urbano coqueto, de casitas bajas y puertas abiertas donde los niños entraban y salían. Había nacido el barrio Granada, el punto más recóndito del término municipal de Alicante, a 14 kilómetros de su Ayuntamiento y a solo uno del día a día de San Vicente del Raspeig, donde hicieron vida.