No sé por qué esta mujer se metió en el negocio hostelero. Posiblemente por amor. Lleva casi tres décadas en el sector del ocio, casi como su marido. Aprendió a nadar de pequeña, en soledad. Braceó en mares oscuros y fríos, frente al frío y tormentas, en ocasiones con una barca al lado. Encontró su trocito de espacio vital en una piscina. Tuvo y, afortunadamente, tiene una madre ejemplar. Siempre profesional, amable y generosa, lleva tres décadas en la hostelería, al frente de un pub que ofrece a sus clientes buen servicio, magníficos cócteles, fútbol televisado, actuaciones en directo y una barrita en los fines de semana con aperitivos musicales: salazones, montaditos y tapas de la tierra, pero sólo de viernes a domingo. Así es. Más o menos.