Vamos a decir mentiras
La posverdad es tan antigua como aquel dicho según el cual una mentira repetida mil veces se convierte en un hecho indudable. Cierto, como que el sol sale cada mañana. El problema es que si a la fuerza de la manipulación se añade la escasez de cultura -de formación humanística y moral-, nos asomamos al precipicio.
Veamos algunas de esas tergiversaciones difundidas por los medios y que afectan a nuestra arena política. Israel es una nación perversa, mientras que los terroristas palestinos y sus secuaces iraníes actúan condicionados por una situación insostenible.
Netanyahu tiene deseos de masacrar a niños desvalidos; por eso ataca hospitales. Hezbolá hace lo que puede y contribuye a que la población sometida saque de vez en cuando el pescuezo para no ahogarse.
¿La vivienda? Suben los precios porque hay propietarios egoístas y millonarios que esquilman a los inquilinos; lo que debería hacerse es controlar los precios y proteger -¿más aún?- al arrendatario. Además, la Constitución reconoce el derecho a la vivienda y si no se interviene decididamente el mercado no hay forma humana de satisfacer la demanda.
Sigue existiendo una desigualdad flagrante entre hombres y mujeres y estas se hallan sojuzgadas por instituciones machistas, obscenamente patriarcales. A diferencia de ellas, ellos poseen instintos bajos y son violadores en potencia. Quizá deberíamos pensar en encarcelarles de manera preventiva.
¿Cuándo España reparará todo el mal realizado en sus colonias? Los aztecas vivían en paz y armónicamente y llegaron los europeos para diezmar sus riquezas y encallar su progreso. De ahí la pobreza endémica de la región y sus corruptelas. Menos mal que han llegado Morena, AMLO y Sheinbaum para remediar las cosas. La medida más urgente no es tanto preocuparse de los índices de criminalidad, el cerrojazo a los medios o las coimas como ajustar cuentas con los descendientes del imperialismo.
El régimen del 75 no allanó el camino de la concordia, sino que fue un invento en que los oligarcas de uno y otro signo pactaron para repartirse el botín. De esos barros, estos lodos. Seguimos, pues, bajo la larga sombra del franquismo, lo que quiere decir que hay injusticias latentes, autoritarismos implícitos, discriminaciones más o menos evidentes que lastran la legitimidad de nuestro sistema constitucional.
No, no es que se esté socavando la separación de poderes; es que la igualdad exige, en ocasiones, su sacrificio. Pero no se preocupen: el fin justifica los medios. A menudo hay que ser pacientes con las operaciones quirúrgicas porque saldremos mejor del quirófano. Objetivos tan meritorios y respetables lo merecen.
Somos relativistas porque no hay ni mal ni bien objetivos; ni verdad. Eso no significa que aceptemos el pluralismo porque existe siempre un lugar correcto en la historia. Respetemos todas las opiniones, pero tachemos de franquista o de retrógrado todo aquello que no se concilie con mis propios puntos de vista.
Hay, claro está, políticos y políticos. Personas interesadas que viven, como decía Max Weber, de la política, buscando en ella el camino para medrar o enriquecerse. E individuos desinteresados que se acomodan en un escaño con la buena voluntad de transformar el país. De luchar por un proyecto e inquietarse por las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Ya se imaginan dónde se sitúan unos y otros en el espectro ideológico
“Lo preocupante no es que se difundan los bulos: inquieta más el hecho de que tergiversaciones tan superficiales y ridículas encuentren eco en medios respetables o que las voceen supuestos intelectuales”
La identidad es voluble, lábil. Cambiable, como el outfit o el corte de pelo. ¿Quién es el prójimo para aherrojarme en un nombre, en un género, en una profesión? Me siento de un modo y eso me define, aunque sepa que los sentimientos son como barcos de papel, al albur de la corriente.
Los bancos son malos, los partidarios del decrecimiento, inmaculados y pulcros. El empresario desea siempre aprovecharse del trabajador y este tiene que estar ojo avizor para no quedar explotado o ninguneado como una piltrafa.
Los medios tradicionales mienten. ¿Deseas información veraz? Nada mejor que abrevar en la red, donde pululan influencers y amateurs que -sin guiarse por intereses espurios- describen lo que sucede sin anteojeras ideológicas, ni manipulación.
Lo preocupante no es que se difundan los bulos; ya hemos dicho que siempre han existido. Inquieta más el hecho de que tergiversaciones tan superficiales y ridículas encuentren eco en medios respetables o que las voceen supuestos intelectuales. Por favor, acérquense al último libro de Harari y se darán cuenta de lo pernicioso, petulante y frívolo que es el pensamiento dominante.
No me malinterpreten: hay ejemplos como los mencionados de otro signo, claro está. La demonización a bote pronto de la inmigración, la falta de crítica con respecto a Orban, la ausencia de equidistancia, la tendencia a hablar de conspiraciones…
“La identidad es voluble, lábil. Cambiable, como el outfit o el corte de pelo”
Lo mejor, en todo caso, no es solo apagar ese ruido mediático, el bullicio de dimes y diretes, la cacofonía de las tertulias o la insistencia de los tweets. Conviene sentarse a leer, a mirar al entorno y a reflexionar por nuestra cuenta.