Contra ignorantiam: en defensa de la pedagogía y el pensamiento crítico
El avance de la sociedad y la complejidad del mundo actual exigen estrategias educativas fundamentadas que fomenten el pensamiento crítico y el desarrollo de competencias (sí, competencias) profesionales. Saber de pedagogía es fundamental para un docente
Un distinguido colega, catedrático de historia antigua, ha publicado en este periódico un artículo donde cuestiona abiertamente el valor de la Pedagogía. Tras una retahíla de afirmaciones, desde mi punto de vista erróneas, culmina su alegato con una frase tajante: “ningún pedagogo es profesor.” Pues bien, aquí me presento como compañera, pedagoga y profesora, dispuesta a ofrecer una réplica al escrito.
El artículo es un ejemplo perfecto del sesgo del superviviente que atañe a algunos docentes nostálgicos. Para ellos, el pasado educativo es una especie de paraíso didáctico en el que todo funcionaba a la perfección: los alumnos aprendían sin dificultades, los profesores eran incuestionablemente respetados y los métodos de enseñanza eran infalibles. Sin embargo, pronto han olvidado la elevada tasa de abandono escolar temprano que se daba en los años 70 y 80, y que muchos estudiantes dejaban sus estudios sin haber adquirido una formación básica, en un contexto, además, en el que apenas se atendía a la diversidad. Por poner un ejemplo, el 35% de las niñas no completaban los estudios de Educación Primaria en 1970 y en los 90 solo aproximadamente el 11,84% de la población disponía de estudios de Secundaria de Segunda etapa y el 8,5% tenía estudios de Educación Superior.
Pronto se nos olvida que la educación es un derecho de las personas, no un privilegio de unos pocos. Sería interesante que tratemos de evitar idealizaciones infundadas basadas en nuestra experiencia y trabajáramos hacia un sistema educativo más inclusivo y efectivo, que aprenda de los errores del pasado en lugar de romantizarlos.
Algo que me fascina del artículo es esa denominación de los pedagogos como un ente abstracto (“ellos diseñan los planes de estudio”). Entiendo que resulta conveniente culpar a los pedagogos de los problemas educativos actuales, en lugar de reconocer el inmovilismo didáctico en el que algunos llevan años instalados. Sin embargo, las reformas educativas no han sido lideradas por el colectivo de pedagogos. La realidad es un poco más triste: los pedagogos hemos sido ampliamente ignorados en la toma de decisiones sobre el sistema educativo.
Así que, ese ente malvado de los pedagogos, en realidad es un colectivo profesional diverso, que trata de mejorar el día a día de la educación desde diferentes contextos. De hecho, la Pedagogía aborda un campo profesional muy amplio que no se dedica solo a la educación formal. Por lo tanto, las afirmaciones que se vierten sobre los pedagogos, como colectivo malvado, no pueden venir sino del gran desconocimiento sobre lo que es la Pedagogía, algo preocupante en un docente.
Afirma el autor que “los métodos pedagógicos no dan resultado”. Esto es como decir que la medicina no da resultado. Es una generalización simplista que ignora la diversidad y evolución constante de las prácticas pedagógicas, así como su fundamentación científica. Se puede cuestionar un determinado método pedagógico o alguna innovación didáctica vacía, pero es fundamental comprender que el proceso de enseñanza-aprendizaje es un proceso complejo de comunicación, en el que se emplean diversos métodos y recursos. No se puede separar el proceso educativo en sí de un método de enseñanza. Precisamente por esta razón, es importante que un docente no solo domine los contenidos que enseña, sino que también aprenda sobre Pedagogía, de tal manera que se desarrolle el pensamiento crítico para el ejercicio profesional, que permita fundamentar adecuadamente la toma de decisiones.
La jerga a la que se refiere (“términos como competencias y rúbricas”) son aspectos básicos del currículo educativo que, como profesionales de la enseñanza, todos deberíamos conocer y saber utilizar. Ignorarlos muestra una falta de actualización profesional y un posible desinterés por la profesión docente. Resulta desconcertante y preocupante tener que recordar a un docente la importancia de estar formado en educación.
La venerable pizarra que se menciona y que tanto se añora sigue presente en las aulas. Sea de tiza o digital, tristemente, en muchas ocasiones, se utiliza de la misma manera que hace 50 años. Esto evidencia una notable resistencia al cambio y la falta de incorporar diferentes estrategias didácticas. La tecnología ha avanzado enormemente, ofreciéndonos herramientas interactivas y recursos didácticos innovadores que pueden enriquecer el proceso de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, se han incorporado libros de texto digitales para hacer lo mismo que con los impresos, y las pizarras digitales se usan como simples pizarras de tiza o lienzos de proyección. Es un problema didáctico, no tecnológico. Y, sobre todo, no es de los pedagogos, que no solemos ser tenidos en cuenta en las decisiones políticas relacionadas con los proyectos y planes educativos.
Las épocas anteriores que romantizamos no volverán. El avance de la sociedad y la complejidad del mundo actual exigen estrategias educativas fundamentadas que fomenten el pensamiento crítico y el desarrollo de competencias (sí, competencias) profesionales. Saber de pedagogía es fundamental para un docente. Ni siquiera es algo que diga yo, es algo que se aprende cuando se quiere saber más sobre las ciencias de la educación y se estudia a Dewey, Freire o Freinet. Incluso podemos encontrar referentes nacionales en este sentido. Carmen Conde, promotora de los movimientos de renovación pedagógica y primera mujer en la Real Academia Española, escribió en 1931 una crítica al memorismo y a tener muñecos de repetición sin entraña realmente pedagógica. Es curioso que en 2024 estemos todavía cuestionando la importancia de la pedagogía y de saber adaptar la escuela a las demandas de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Y no, un pedagogo actual no es lo que era en la Antigua Grecia. Tampoco lo son otras profesiones. El mundo actual no es el de la Antigua Grecia. Tenemos que aprender del pasado, por supuesto, pero principalmente asumir que, como educadores, nuestra responsabilidad es formar a ciudadanos capaces de enfrentarse a los desafíos de su tiempo.