La memoria es un arma cargada de futuro
Frente al interesado olvido y al doloroso silenciamiento, hacer de la memoria ley es armarse de calidad democrática, armarse en defensa de nuevas violencias fanáticas, armarse de recuerdos que desactiven las amenazas de los totalitarismos
Cuando Mario Martín Cantal sostiene una pequeña caja con los restos de su hermana parece que ha recibido el regalo más preciado. El polvo de los huesos de Eloísa es el oro, el incienso y la mirra de la memoria, la verdad y una cierta reparación, ya que no hubo justicia. Con sus restos, el ahora bisabuelo Mario recibe también otra cajita, de madera, cuadrada, con aspecto de joyero humilde. Contiene una pulsera y unos botones de Eloísa. Tenía 19 años cuando la ejecutaron en Granada. Un día de septiembre de 1936, un grupo de seis o siete fascistas irrumpió en la casa familiar de la calle Navarrete y se llevó a Eloísa. Era modista y no estaba metida en política. Ni siquiera en actividades sindicales, cuando el sindicato aún era orgullo y dignidad de clase. Dicen que los golpistas de Franco buscaban a Nicolás, su hermano mayor, cuyo pecado era estar vinculado al Partido Socialista y a la UGT, y que después tuvo que exiliarse. Como no lo encontraron, se vengaron en ella.
Su hermano Mario tenía entonces 3 años y, aunque no lo recuerda, es posible que viera cómo secuestraban a Eloísa, u oyera sus gritos y los de otros familiares cuando la arrancaron de su vida para siempre. Es fácil imaginar la devoción que el niño Mario sentía por la joven Eloísa: una hermana que te lleva dieciséis años, te adora y, para ti, es una diosa. “La he encontrado yo, que doy gracias a Dios porque en nombre de Dios la mataron”, dice Mario, 89 años después, una vez que su hermana ha sido identificada entre las víctimas de la Fosa del Barranco de Víznar. Cuando se la llevaron los fascistas, la dejaron presa en un convento, usado como cárcel de mujeres. Pocos días después, el 6 de octubre, trasladaron a varias de ellas al Barranco de Víznar, para matarlas. Eloísa fue asesinada de un tiro en la cabeza, disparado desde muy cerca.
En realidad no ha sido el Dios de las frases hechas quien ha devuelto a su familia los restos de Eloísa Martín Cantal, sino los dioses de las pequeñas cosas, como una pulsera o un botón. Son dioses humanos, fieramente humanos, que reivindican la Memoria Democrática como un deber histórico con las generaciones pasadas -las que han sufrido el desgarro de que les asesinaran a sus hijas con tan solo 19 años- y un deber moral con las generaciones presentes y futuras, para que sepan -quienes ahora tienen o van a tener tan solo 19 años- qué significó el franquismo, qué significa el fascismo, para que conozcan la naturaleza de los espantos que envuelven esas banderas.
En un mundo de guerras, genocidios, odios y violencias, debe preocuparnos urgente y profundamente que proliferen ideas y movimientos que les echan gasolina y los alientan. Basta hacerse una pregunta: ¿quién querría que asesinaran a su hermana casi adolescente? Pero basta también atender a la realidad política para que los peores augurios se confirmen y temamos que la violencia vaya a más. En un mundo donde triunfan Trump, Elon Musk o un Milei cuya “guerra cultural” incluye negacionismo sobre las víctimas del terrorismo de Estado de la última dictadura militar argentina, recorta recursos contra el olvido o trata de impedir las investigaciones acerca de los niños robados, un Milei que se refiere al “negocio de los derechos humanos”, es imprescindible reforzar las alarmas. Milei tiene buenas amigas en España y Musk ya ha anunciado una gira europea. Cuidado.
Parafraseando al poeta Celaya, la memoria es un arma cargada de futuro. Frente al interesado olvido y al doloroso silenciamiento, hacer de la memoria ley es armarse de calidad democrática, armarse en defensa de nuevas violencias fanáticas, armarse de recuerdos que desactiven las amenazas de los totalitarismos. Cada vez que arqueólogas, sociólogas y antropólogos, profesores de historia y rectoras de universidad, militantes por la memoria histórica y familiares de victimas del franquismo, logran que se abra una fosa, escarban en la tierra, analizan ADN, limpian y clasifican objetos, están bruñendo los cañones de la convivencia. En el Barranco de Víznar, la Universidad de Granada (UGR) ha recuperado ya los restos de 132 víctimas del franquismo, aunque por el momento solo tres han podido ser identificadas. Una de ellas, asesinada a los 19 años, es Eloísa Martín Cantal. Si la función más noble de una universidad es aportar la luz del conocimiento, al empeño de la UGR y al trabajo de sus equipos debemos agradecer para siempre que nos hayan hecho el regalo de conocer su joven sonrisa, que, 89 años después, viene a iluminar nuestra oscuridad.