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El armario de Trini: A Coruña recuerda a la activista trans que encabezó el primer Orgullo tras salir de la cárcel franquista

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Una exposición muestra en su ciudad natal imágenes y objetos de una de los iconos del movimiento LGTBIQ+ que, junto a sus compañeras prostitutas, se puso al frente de la primera manifestación homosexual del Estado cuando la policía apareció a disolverla

Hemeroteca - Muere Trini Falcés, activista LGTBI represaliada en el franquismo y que encabezó el primer Orgullo

Trini Falcés (A Coruña, 1942-2022) fue, sobre todo “una gran luchadora, una superviviente”. Desde que nació, como bebé robado, hasta su muerte. Una peripecia vital que la obligó a moverse, “expulsada”, de Galicia a Andalucía, de Aragón a Barcelona y hasta al exilio en París. Por el medio, pasó cinco años en las cárceles para homosexuales del franquismo, aquellas que distinguían entre activos y pasivos. En junio de 1977 estuvo a la cabeza de la primera manifestación del colectivo del Estado, en Barcelona. Cuando aparecieron los grises, fueron las transexuales y las prostitutas quienes se pusieron al frente de la marcha. Ella era las dos cosas. No tenían miedo porque, decían, “ya estamos muertas”... pero también porque los policías eran viejos conocidos. Tras tantas mudanzas forzosas, la vida de La Trini cabía en un armario, como el que ahora muestra la exposición que le rinde homenaje en su ciudad natal, esa a la que volvió a pasar sus últimos años y donde, por fin, se sintió tratada como siempre quiso: como una persona.

Más allá de la manifestación que la convirtió en un símbolo —y de la que queda testimonio gráfico— y de otros hitos similares, no es fácil reconstruir la vida de Falcés. Ese fue el desafío al que se enfrentó Sergio Marey, comisaria de la exposición Relembrando a Trini (Recordando a Trini), impulsada por la Deputación coruñesa, y autora también de su biografía, É mellor loitar que morrer de fame (Es mejor luchar que morir de hambre). “No es una biografía típica, no está narrada cronológicamente”. Pero no por una cuestión de estilo: “Trini estaba ya muy mayor y mezclaba conceptos e ideas”. Por eso, en las partes del libro que se basan solo en su memoria “no hay una continuidad, no sabemos cuándo empieza una cosa y acaba otra; está todo muy difuso”. Tal y como corresponde a un mito.

Las dudas comienzan antes incluso del nacimiento de Trini. Ella cuenta que su madre biológica era natural de Ferrol y que trabajaba en el mercado coruñés de San Agustín, de donde el hombre que acabaría siendo su padre —no se sabe si tras una violación— se la llevó a servir a su casa. De su relato no queda claro si ése es el motivo por el que la roban o si fue porque su madre biológica y la adoptiva parieron a la vez, el bebé de la segunda nació muerto y esta se quedó con ella. El papel de su padre adoptivo, agente de la policía secreta franquista, habría facilitado las cosas. Aun así, para evitar enfrentarse a la progenitora, consigue un cambio de destino y se mudan a Andalucía. Aquí comienza el peregrinaje de Trini.

Zaragoza sería el siguiente destino. Cuando “de forma natural” se le empiezan a notar los pechos —“era una persona intersex”, recuerda Marey—, la familia decide poner tierra de por medio y asentarse en la casa materna, en Fuentes de Jiloca. Pero llega el momento de hacer la mili y, “para que no se hable de sus tendencias” la envían a Barcelona. Allí pasará tres décadas, una estancia interrumpida por un exilio en París, del que casi nada se sabe, y por sus estancias en prisión.

El franquismo creó dos campos de concentración diferenciados para los homosexuales: el de Badajoz —para los pasivos— y el de Huelva, destinado a los activos. “Una cosa delirante, como si fueran dos sexos”, señala Marey, quien recuerda que, para el régimen, “los activos tenían más capacidad de volver a la normalidad, porque no se estaban feminizando como los pasivos”. Trini pasaría por ambos, sufriendo las raciones de comida podrida, las palizas o los trabajos forzosos que estaban a la orden del día. Pasó cinco años entrando y saliendo, hasta que la Ley de Peligrosidad Social —la evolución de la Ley de Vagos y Maleantes— fue derogada y la orientación sexual dejó de ser un delito.

“Nosotras ya estábamos muertas”

La manifestación del 24 de junio de 1977, la primera movilización de homosexuales en el Estado, pilla a Trini ya “muy metida” en los movimientos sociales y políticos de Barcelona. Era amiga del dibujante Nazario y del pintor Ocaña, dos de los grandes activistas del movimiento, y se relacionaba con el Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), que fue quien convocó aquella marcha.

La marea humana transitaba por las Ramblas, rumbo a Canaletas, cuando aparecieron los grises, con porras y pelotas de goma. Los asistentes comienzan a desperdigarse y es entonces cuando —como muestran las fotos— “las mujeres trans y las prostitutas se pusieron a la cabeza de la marcha porque, como decían, 'nosotras ya estábamos muertas'”.

El relato de Marey —nacida 20 años después de aquel hito fundacional— coincide con el recuerdo que Empar Pineda, militante feminista lesbiana y, en aquel momento, dirigente del Movimiento Comunista, dejaba a elDiario.es en el cuarenta aniversario de aquella histórica protesta. “La presencia de los grises hacia la mitad de las Ramblas hizo que la gente se empezara a dispersar, y quien hizo de escudo y nos protegió fueron transexuales y travestis, a quienes no habíamos dejado ocupar la cabecera de la manifestación porque nos preocupaba la imagen”.

Fito Ferreiro, miembro de la Asociación Palestra y una de las personas que acompañó más de cerca a Trini en sus últimos años en A Coruña, añade con cierto humor un matiz que conoció hace poco. “El movimiento homosexual estaba con la burguesía barcelonesa y, al final, se unieron las trans, algo que no les gustó mucho, porque no querían mezclarse”. Sin embargo, fue precisamente la presencia de este grupo la que hizo que los grises no se empleasen a fondo. “Al final, entre la policía y el mundo de la noche, todos se conocían”. Su relación se basaba en las detenciones, pero también en “favores” que se hacían mutuamente. “Los agentes las reconocieron y se quedaron allí”.

“La estáis tratando como una señora”

Como corresponde, Ferreiro conoció a una Trini recién llegada en una manifestación del Orgullo en A Coruña, una década antes de su muerte. Tras Barcelona y París, ella había intentado volver a la casa familiar de Fuentes de Jiloca, pero estaba casi en ruinas, así que decidió retornar a su lugar de nacimiento. De entrada, él no tiene ni idea de quién es su nueva amiga. Lo descubre cuando, con el trato, comienza a soltarse. “Ella tenía muchas ganas de contar”.

Ferreiro recuerda una conversación con Carla Antonelli —la primera diputada trans y actual senadora—, a la que mostró su extrañeza porque Trini “los quisiese tanto”. “Es porque la estáis tratando como una señora”, le contestó ella. “Son mujeres que eran el despojo de la sociedad: transexuales, que no tenían su espacio, dedicadas a la noche, tanto al espectáculo como a la prostitución. Trini tuvo una vida muy complicada. Los que estuvimos a su alrededor la tratábamos como una persona y ella lo valoró mucho”.

En Barcelona, Trini trabajó durante años como limpiadora en un hotel propiedad de la familia Pujol, hasta que el uso de productos químicos le provoca una enfermedad crónica. Cuando va a coger la baja descubre que, en todo ese tiempo, los Pujol no habían cotizado por ella. Como el salario no le llegaba, había empezado a prostituirse de forma ocasional, pero desde ese momento es cuando pasa a hacerlo “a tiempo completo”. Al mismo tiempo, hacía performances en clubs nocturnos. Marey cuenta que tenía varios números: en uno, bailaba envuelta en un mantón de manila; en otro, con una estelada. De ninguno de ellos se conservan fotografías. Nazario le contó a Ferreiro que en la última época, con los sesenta años ya muy cumplidos, Trini era la encargada de llevar bocadillos a las chicas que hacían la calle y de mantener encendido el fuego en los bidones que usaban para entrar en calor. “Así se ganaba el dinero”.

Poco después de llegar a Coruña, Trini empieza a tener problemas de cadera. Un grupo de personas, encabezadas por Ferreiro y la escritora Eva Mejuto, la ayudan en su día a día y le hacen compañía. Ahí comprueban sus dotes para la supervivencia. “Sabía todos los trucos y se buscaba la vida como fuese”. La entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica le había permitido recibir una indemnización por su paso por los campos de concentración, pero ella vivía de una pensión no contributiva, “como casi tres de cada cuatro personas LGTBIQ+ mayores de 65”.

“Iba al banco de alimentos a por comida, a la parroquia a por mantas, a servicios sociales para que le llevasen la comida, le pagasen las gafas, la Moto”. La Moto era como Trini llamaba a su silla de ruedas. Como vivía muy cerca del Paseo Marítimo, cuando hacía buen tiempo la usaba para llegar a la zona de la playa en la que estaban los socorristas. “Así la ayudaban a bajar a la arena para tomar el sol”.

“Lo que guardamos”

Un mes antes de su muerte, Ferreiro llevó a Trini al Orgullo de Ribadumia, en Pontevedra. “Fue muy bonito, la gente le daba mucho cariño”. Él recuerda especialmente cómo conectó con una adolescente trans, de 16 años, a la que le regaló los pendientes que llevaba puestos. “Ella era así, regalaba todo lo que tenía. Ibas a su casa y volvías con collares, sortijas... todo baratijas. Cuando murió, me tocó ir a recoger sus cosas a la residencia. Al verlas en casa, me pregunté qué iba a hacer con todo eso. Fue ahí, hablando con Sergio, cuando surgió contar la historia de Trini a partir de su armario”.

“El armario representa lo que guardamos, lo que acumulamos”, relata Marey. “Al final, lo que Trini conservaba es lo que había en él: ropa, una caja con documentos y fotografías... pero poco más. Tuvo que mudarse tantas veces que no tenía grandes pertenencias”. El armario de la exposición no es el de Trini, sino uno de segunda mano comprado para la ocasión. El visitante podrá rodearlo y ver diferentes partes de su vida: la foto en la manifestación de Barcelona, una entrevista “cuando era prostituta, reivindicando que no las expulsasen del Camp Nou durante las olimpiadas de Barcelona”, la única imagen que se conserva de sus espectáculos artísticos, otras donadas por Nazario... También el abrigo que llevaba cuando hacía la calle o el traje que se puso en su homenaje. La comisaria añade al listado una carta que considera “muy especial” en la que Trini narraba su vida “para pedir a la Justicia de Aragón que se la dignificase como persona y se le diese una ayuda para poder vivir en su pueblo”. No tuvo efecto, pero a Marey le parece que demostraba “mucho valor” al demandar algo así.

La exposición, que permanecerá una semana en la Biblioteca Municipal de A Coruña antes de desplazarse a otros municipios de la provincia, no solo busca homenajear a Trini, sino a todas las personas que lucharon por los derechos del colectivo “no hace tanto tiempo”. “Mostrar cómo vivíamos las personas LGTBI y sobre todo las trans hace 50 años, porque si no recordamos nuestro pasado va a ser muy difícil que construyamos bien nuestro futuro bien”, relata Ferreiro. “Hoy estamos aquí gracias a la lucha de esas personas, que convocaron la primera manifestación en Barcelona, que se enfrentaron a la policía, que estuvieron en la cárcel... Gracias a ellas hoy tenemos los derechos que tenemos y debemos acordarnos de todo el sufrimiento que costó”.




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