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Qué ver en Tánger: una visita a la ciudad marroquí al otro lado del Estrecho

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Un recorrido por los rincones que cuentan el pasado y el presente de la ciudad marroquí

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La estela de un avión cruza el cielo anaranjado encima de la Plaza 9 de abril en Tánger. En una de las fachadas de la rotonda que separa el zoco principal del resto de la ciudad, se alza un edificio que es mucho más que simple hormigón, es un enclave cinematográfico: Cinéma Rif. En la terraza, suena el tintineo de los vasos de té con las bandejas de plata; dentro, un bullicio juvenil mezclado con el humo del tabaco que se cuela hacia el interior del local. Es sábado por la tarde. 

El Cinema Rif, símbolo del Marruecos contemporáneo, renació en 2007 como sede de la Cinemateca de Tánger. Fundado en la primera mitad del siglo XX bajo un protectorado internacional, fue testigo de una época de excentricidad, colonialismo y encuentros culturales. En su apogeo, Tánger atrajo a artistas, escritores y forasteros que buscaban inspiración. Allí se escribieron grandes obras. Hoy, en este rincón de la ciudad revitalizado por la fotógrafa franco-marroquí Yto Barreda, el cine ha dado paso a un espacio de diálogo cultural que proyecta obras árabes y africanas.

La Kasbah de Tánger, el barrio judío en lo más alto de la ciudad

En el punto más elevado de Tánger, un pequeño pórtico cubierto da la bienvenida a un espacio fortificado. En esta colina de la ciudad marroquí se forma un laberinto de callejuelas sin orden que oculta diminutas plazas, talleres de artesanos y pequeños grupos de turistas y curiosos. En el barrio judío también podrás visitar lugares como el antiguo palacio construido en el siglo XVII, Dar-el-Mahkzen, conocido a su vez como el Palacio del Gobernador, ahora reconvertido en un museo.

Además de una parada obligatoria en el recorrido por la Kasbah, Dar-el-Mahkzen fue utilizado como residencia por los sultanes de Marruecos durante sus visitas a la ciudad. Dentro del edificio se esconden dos patios interiores adornados con azulejos, mármol y techos de madera tallada. Entre algunas de las reliquias, joyas, artesanía y manuscritos, destaca un mosaico romano procedente de Volubilis, antigua ciudad maura ubicada en Marruecos. 

El corazón, a lo marroquí: la Medina

El golpe de una carretilla contra los adoquines del suelo. El olor a carne fresca después del vuelo de las plumas de una gallina. El turista curioso que asoma su mirada entre teteras marroquíes y practica el regateo. Bajando la colina del barrio judío se expande el resto de la medina o zoco de Tánger. La zona está divida entre el Gran Zoco y el Zoco Chico.

El Gran Zoco, que en el pasado fue el mercado principal del oro, hoy se ha transformado en decenas de joyerías que evocan ese legado. Por su parte, el Zoco Chico es la versión más pintoresca. Entre sus calles predominan las tradicionales babuchas marroquíes, lámparas de orfebrería y un sinfín de alfombras. 

Un mirador entre el Mediterráneo y el Atlántico

Lejos del bullicio —sutil— del centro de la ciudad, el azul del cielo y del mar se fusionan en el horizonte. Al fondo, varios peñones asoman y el estrecho de Gibraltar desdibuja los 14 kilómetros de separación entre España y Marruecos. Entre una de las laderas de los acantilados, se esconde Café Hafa. Fundado en 1921, como Cinéma Rif también era un punto de encuentro para artistas e intelectuales. Las mesas y sillas están distribuidas en terrazas escalonadas, nadie se pierde las vistas al mar.

A pocos metros, en el barrio de Marshan, se encuentra una antigua necrópolis fenicia con más de 50 tumbas excavadas directamente en la roca. El vestigio de la civilización fenicia que una vez dominó el Mediterráneo ahora es un lugar de encuentro y pícnic. Un grupo de mujeres están sentadas sobre las tumbas, en sus manos esconden una montaña de cacahuetes salados y la bolsa de plástico repleta de dulces marroquí adelanta que el festín todavía no ha terminado. 

Un recorrido por los edificios de influencia española

Desde principios del siglo XX hasta la independencia de Marruecos, Tánger tomó aires españoles durante la época del protectorado que aún hoy han dejado su impronta urbanística. Algunos de los lugares más característicos y destacables son la Plaza de Kuwait, antes conocida como Plaza Iberia, con un antiguo coto de caza donde España levantó varios edificios para las comunidades de expatriados, incluido el propio consulado, el Instituto Cervantes y un hospital español. En lo educativo, aún hoy funcionan centros como el Colegio Ramón y Cajal o el Instituto Severo Ochoa. 

Inaugurado en 1913, el Teatro Cervantes, que hoy se esconde entre andamios y obras infinitas, fue la sala más grande del norte de África, con una capacidad de 1.400 personas. Las fachadas siguen la estela de la influencia española en el Boulevard Pasteur, con edificios como la Casa Toledano o la Avenida Mohamed VI, antigua Avenida de España, donde se construyó el antiguo consulado franquista.

Number One

En sus paredes no cabe ni un alfiler: pasatiempos, acertijos, refranes, consejos y fotografías con todas aquellas personalidades que han pisado aquel lugar que, como bien comenta su dueño en español, “ya no es lo de antes”. Enfrente del Hotel Rembrandt y tras el acceso por el portal de un edificio convencional, se encuentra uno de los bares con mayor personalidad de la ciudad marroquí.

Assilah: una escapada a un remanso de paz

Cuando se esconde el sol, reina el silencio. Las noches de Assilah descansan de los grupos de turistas que, durante el día, recorren todos sus pintorescos rincones. A las 12 del mediodía, en la explanada a las afueras del casco viejo se amontonan una decena de autobuses turísticos. 12 horas después, uno de los supervisores, sentado sobre una silla de plástico, pega cabezadas de sueño. El trabajo aminora. En la zona más cercana a las olas, el salitre salta por los aires a cada golpe contra las rocas. Unas jóvenes charlan en el fondo del espigón. Sus voces y el mar, nada más. 

Assilah, conocida en la antigüedad como Zilil, fue fundada por los fenicios, quienes establecieron allí un puerto para facilitar el comercio en el Mediterráneo. La importancia geoestratégica de este enclave marroquí creció a partir del siglo XV, cuando los portugueses la tomaron en 1471. Durante esta época, la ciudad se fortificó y se convirtió en un centro comercial clave en la ruta hacia las Azores y otros destinos en Europa y África. Tras la expulsión de los portugueses en 1589, Assilah pasó a manos de los árabes, y la ciudad fue del todo fortificada bajo el control de la dinastía alauita.

En el siglo XIX, durante el dominio colonial europeo, Assilah fue cedida brevemente a España, pero fue después de la independencia de Marruecos en 1956 cuando la ciudad experimentó un renacimiento cultural. A lo largo del siglo XX y XXI, Assilah se ha consolidado como un punto de encuentro entre las tradiciones árabes, bereberes, portuguesas y españolas.




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