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Linda Steg, psicóloga ambiental: "Hay que aprender a vivir con el efecto negativo que ya tiene el calentamiento global"

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La catedrática neerlandesa advierte de que “los políticos se equivocan cuando dicen que a la gente no le importa el cambio climático”. Lo que ocurre es que “los que se oponen suelen ser más ruidosos y hablan más fuerte que el resto”

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En Groninga, la capital de la provincia más septentrional de los Países Bajos, seis de cada diez desplazamientos son en bici. Aquí, sus habitantes han logrado parar las extracciones de gas del mayor yacimiento del país debido a los terremotos que la fracturación hidráulica producía. Así, no es de extrañar que Linda Steg se doctorara en la universidad de esta ciudad en 1996 con una tesis sobre las conductas humanas en torno al uso del coche y al consumo de energía, en la primera promoción que hubo de su especialidad, la psicología ambiental. “Me gusta mi trabajo porque combina la ciencia de evidencia muy sólida con una gran repercusión práctica”.

Hoy, Steg es una de las mayores expertas mundiales en psicología ambiental; en 2020 obtuvo uno de los galardones más prestigiosos de las Ciencias en Países Bajos, el premio Stevin. Esta catedrática forma parte de un grupo internacional de más de 40 investigadores dedicados a observar cómo nos comportamos frente al cambio climático, qué nos motiva a actuar contra este fenómeno y por qué. Desde su despacho desgrana las razones por las cuales considera que los científicos no deberían ocupar las sillas de los políticos y explica por qué ella prefiere no ser activista climática: “No quiero influir en mis encuestados con mis opiniones, prefiero no decirle a la gente lo que tiene que hacer. Mi labor es aportar conocimiento”.

¿Qué es la psicología ambiental?

Es la disciplina que analiza la interacción entre el medio ambiente y los seres humanos: tradicionalmente se centraba en cómo las condiciones ambientales afectaban al bienestar de las personas –por ejemplo, cómo se vive en ciudades con alta contaminación–, y poco a poco se ha ido enfocando también hacia entender qué motiva a la gente a actuar de manera proambiental, a cambiar sus hábitos para reducir su huella de carbono o a proteger la naturaleza. En esta otra vertiente estudiamos además los mecanismos que pueden implementar los gobiernos para promover este comportamiento.

Lleva más de 30 años especializada en psicología ambiental y fue una de las primeras expertas europeas en este campo de estudio. ¿Qué ha cambiado desde que usted empezó en los años 90?

El director de mi tesis fue uno de los primeros catedráticos de esta disciplina. En los años 80, después de la crisis del petróleo, los problemas ambientales iban creciendo y muchos expertos empezaron a darse cuenta de que en ellos también existía un componente conductual. Cuando yo empecé, la Universidad de Groninga contaba con uno de los grupos de investigación más grandes de Europa especializados en esta rama de la psicología, pero también había otros, como en Surrey (Reino Unido) o en Gotenburgo (Suecia).

En todo caso, nada comparable con lo de hoy en día. En los últimos años ha sido una auténtica explosión, se estudia el cambio climático desde muchas dimensiones humanas y las instituciones internacionales le prestan mucha atención. Todo el mundo entiende que tenemos un grave problema, y para saber cómo implementar bien una transición ecológica se necesitan a las ciencias sociales del comportamiento.

A las personas nos excita más pensar que las cosas van mal y ese sentimiento lo explotan muy bien los algoritmos de las redes sociales y los medios de comunicación

Según un estudio publicado en Nature desarrollado en todo el mundo, ocho de cada diez personas están dispuestas a actuar contra el cambio climático. ¿Por qué tendemos a pensar que son menos?

La evidencia científica sostiene que solemos subestimar lo mucho que otras personas se preocupan por cuidar de los demás, por actuar de forma ecológica y por apoyar políticas climáticas. Una de las razones que explica esto es la atención mediática que reciben las noticias negativas. Esto provoca que tengamos la sensación de que hay mucha oposición, cuando no es así. Los que se oponen suelen ser más ruidosos y siempre están presentes en los debates, hablando más fuerte que el resto.

Cuando un programa de televisión invita a participar a dos personas con visiones opuestas, el espectador interpreta que ambas posturas tienen el mismo peso porque las dos están representadas por una persona. Pero en asuntos como el cambio climático esto no es así: los negacionistas son tan minoritarios respecto a la opinión general que sentar en una mesa a uno que piensa así frente a otro que no puede transmitir la falsa idea de que los dos grupos son igual de fuertes. A las personas nos excita más pensar que las cosas van mal y ese sentimiento lo explotan muy bien los algoritmos de las redes sociales y los medios de comunicación.

¿Pueden las redes sociales contribuir a forjar comunidades online de gente que quiera actuar contra el cambio climático?

Pueden, sí, pero según están diseñadas suelen motivar a los usuarios a formar parte de grupos que funcionan como burbujas de opinión donde lo que predomina es el discurso negativo sobre algo.

Esta relación intensa, pero online, ¿favorece la ecoansiedad?

En nuestro equipo de investigación estudiamos esto, el hecho de que el problema del cambio climático pueda llegar a tener un impacto en la salud mental de algunas personas. El miedo es paralizante cuando uno no sabe qué hacer para combatirlo. En un artículo que acabamos de publicar detallamos mecanismos que ayudan a la gente a sobrellevar una ansiedad así. Normalmente, uno intenta enfrentarse al problema para reducir sus efectos, pero en este caso el cambio climático ya está aquí, por lo que los psicólogos tenemos que ayudar a las personas a aceptar la realidad promoviendo estrategias que reduzcan el estrés, como formar parte de grupos de gente proactiva o saliendo a menudo a la naturaleza. Abordar el problema sin más ya no es suficiente porque vemos el efecto negativo que ya está teniendo el calentamiento global por todas partes. Hay que aprender a vivir con ello.

¿Qué influencia tiene el discurso colapsista en nuestro comportamiento frente al cambio climático?

Si un discurso se centra en asustar a la gente sobre las consecuencias de algo lo más probable es que se obtenga la reacción contraria a la esperada. Si junto a esa alerta no se ofrecen pistas, soluciones, una guía para abordar el problema, el resultado es la parálisis y la ansiedad. Es muy importante ofrecerle a la gente caminos y salidas a los problemas, y decirle que no es la única que actúa.

¿Cómo transformamos el deseo de querer hacer algo en acción?

En primer lugar, debemos reflexionar sobre las acciones particulares que tienen más sentido para nosotros, desde una dieta vegetariana hasta usar menos el coche o mejorar el aislamiento de nuestros hogares. Pero también podemos comprometernos en acciones que hagan posible una transición ecológica real, como votar a partidos políticos con una fuerte agenda verde o participar en organizaciones que presionen a las empresas que contaminan, de tal forma que ya no influyes solo en tus elecciones sino también en las de otras personas. No se trata de aleccionar a la gente diciéndole lo que debe hacer, sino crear un entorno que ofrezca la posibilidad de actuar contra el cambio climático. Como he mencionado antes, este es el deseo de la mayoría.

Y si las medidas políticas son insuficientes ¿cómo se puede promover un comportamiento proambiental en un contexto que no lo favorece?

Lo primero que tenemos que decir es que los políticos se equivocan cuando dicen que a la gente no le importa el cambio climático. La mayor parte de las encuestas de opinión demuestra que los votantes quieren más acciones climáticas, pero también piden que estos cambios se implementen de una manera justa. Las personas con menos recursos y con bajo poder adquisitivo ya practican un estilo de vida más sostenible que quienes vuelan a menudo, tienen casas más grandes o consumen más en general.

Por mucho que Trump se empeñe en recuperar el carbón, la economía ya está encauzada en otra dirección, la energía solar y la eólica son más baratas, por lo que veo difícil que haya muchos inversores interesados

Los que más tienen suelen ser lo que más contaminan, por lo que estos últimos deberían hacer más contra el cambio climático. Lo mismo ocurre a escala de un país. En países ricos como los europeos vemos cómo muchos de los que dicen estar concienciados y preocupados por el clima no actúan de acuerdo a esta creencia. En este sentido, una transición justa, que tenga en cuenta este reparto de responsabilidades, es fundamental para lograr que una mayoría apoye las medidas y las practique.

¿Por qué cree que se produce esta desconexión entre nuestras creencias y nuestras acciones?

En primer lugar, por la falta de información: puede haber personas que no consumen carne, pero sí lácteos, ya que desconocen el impacto negativo que estos últimos también tienen sobre el planeta. Otra razón es que la manera en la que la sociedad está organizada hace que muchos hábitos ecológicos sean difíciles de practicar, porque son molestos, complicados, requieren esfuerzo. Vivimos en una sociedad en la que todavía se subvenciona a la industria fósil, por lo que los productos que derivan de ella son relativamente baratos. Para cambiar el comportamiento en la gente lo primero que tiene que cambiar es el sistema, de tal forma que pasar de un hábito que contamina a otro que no lo hace sea una elección sencilla y atractiva.

¿Sufrir una tragedia ambiental puede hacer que las víctimas se adapten mejor a los efectos del cambio climático?

Hace unos años hicimos un metaanálisis de esto y comprobamos que experimentar un desastre ambiental no tiene un efecto en los mecanismos de adaptación al cambio climático de las víctimas, es decir, alguien que sufre un huracán no necesariamente toma más medidas para proteger su casa o a su familia que quien no lo ha padecido. En una ola de calor, la responsabilidad de protegerse depende de cada uno de nosotros y de cómo evaluamos el riesgo. Pero también es esencial que los gobiernos informen bien y den instrucciones claras acerca de lo que hay que hacer en caso de emergencia, eso reduce estrés y hace que los ciudadanos sean más conscientes del peligro sin crear alarma.

Usted está ahora investigando sobre la aceptación pública del hidrógeno. ¿Qué puede contar sobre esto?

El hidrógeno se está promoviendo en Holanda como uno de los componentes claves en el futuro sistema energético y nuestra labor es analizar su impacto social. Qué ve con mejores ojos el público general: ¿el hidrógeno azul o el verde? O ¿el que se pueda producir aquí o el que se importa?; ¿qué incentivos económicos tendrá su desarrollo? Es importante estudiar todo esto en su fase inicial para poder tener en cuenta estos aspectos cuando se desarrolle la tecnología. Para que un cambio de este calibre tenga éxito tenemos que asegurarnos de que la gente lo quiere y lo acepta.

La transición energética es un tema complejo de entender, ¿cómo pueden los ciudadanos tomar decisiones que favorezcan el medio ambiente sin tener que estudiarse todas las opciones?

Los ciudadanos no tienen que ser expertos en sistemas energéticos, no debería ser su rol, más allá del conocimiento científico cada uno de ellos tiene su experiencia propia y personal, que también es valiosa. En realidad, el proceso debería ser al revés: los responsables políticos deberían preguntar a la gente qué es importante para ellos, cuáles son sus necesidades, y a partir de ahí implementar un sistema energético que responda a esas cuestiones.

En relación con los responsables políticos: ¿Cómo cree que puede influir en las conductas ecológicas de los estadounidenses el nuevo mandato de Donald Trump?

Durante la primera presidencia de Trump estudiamos esto mismo, y lo que vimos fue que la gente a la que le gustaba Trump pasó a ser más escéptica en torno al clima, mientras que los que no le apoyaban se volvieron más proclima. Hubo muchos estados y compañías que hicieron más para compensar la falta de apoyo del gobierno. Por lo tanto, si bien él influye en las opiniones de la gente que le apoya, también produce el efecto opuesto en quienes le rechazan. Al igual que ocurre hoy en los Países Bajos, estos líderes podrán retrasar los avances que son tan necesarios, pero llegan en un momento en el que ya hay mucho hecho. Por mucho que Trump se empeñe en recuperar el carbón, la economía ya está encauzada en otra dirección, la energía solar y la eólica son más baratas, por lo que veo difícil que haya muchos inversores interesados. Por lo tanto, creo que en los próximos años podemos esperar el mismo efecto que durante su primer mandato: que más gente se comprometa con el cambio climático.




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