"Tengo una nefasta relación con la comida y nada de fuerza de voluntad, no sé ni por dónde empezar"
La desregulación del apetito no tiene tanto que ver con la fuerza de voluntad, sino con factores psicológicos, hormonales, de dieta y de estilo de vida
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No tengo fuerza de voluntad y sí una nefasta relación con la comida. Es mi vía de escape y llevo años subiendo de peso. Actualmente estoy con mucho sobrepeso cuando siempre he estado bien, hasta los 48 años. Ahora tengo 56. No sé ni por dónde empezar
Muchas personas se enfrentan a este dilema. Saben que una mala alimentación o el exceso de peso pueden ser un riesgo para su salud, pero no se sienten capaces de regular su forma de comer. Muchas otras se ven atrapadas en un círculo vicioso de dietas y sufrimiento.
Si hace cien años la desnutrición afectaba a una gran parte de la humanidad, hoy en día el sobrepeso y la obesidad se han convertido en problemas de salud globales. Según la OMS, en 2022, una de cada ocho personas en el mundo tenía obesidad, casi el doble que en 1990, cuando eran una de cada cuatro. La situación es aún peor entre los niños, un problema que también está creciendo tanto en los países más ricos como en los más pobres.
Una narrativa común en la sociedad es que las personas que sufren de sobrepeso y obesidad no tienen fuerza de voluntad para controlar su ingesta de comida, pero no es así como la ciencia médica está enfrentando el problema. En un reciente artículo publicado por científicos de la Universidad de Oxford con el título La 'fuerza de voluntad' no basta: es hora de un nuevo enfoque de la política de salud pública para prevenir la obesidad, los autores ponían de relieve que las políticas públicas que animan a las personas a cuidar su salud deben estar acompañadas de un entorno que no incentive el consumo excesivo de comida no saludable.
“La fuerza de voluntad como tal no existe”, afirma la psicóloga Carmen Blanco. “No podemos hacer un análisis de sangre para saber cuáles son tus niveles de fuerza de voluntad. Por ejemplo, está muy regulada por el contexto. Si estás dejando de fumar o de beber, no puedes irte de terrazas y que la gente te eche el humo en la cara, o tener acceso a cigarrillos en tu casa”, explica.
La pérdida de control del apetito se relaciona con factores fisiológicos bien conocidos. Por ejemplo, la hormona grelina, producida en el estómago, se segrega antes de las comidas para generar hambre, mientras que otras hormonas, como la leptina (liberada por el tejido graso) y la insulina (producida por el páncreas), envían señales de saciedad al cerebro.
“Sin embargo, las causas hormonales son las menos frecuentes de todas”, aclara el doctor Joaquín Puerma, endocrinólogo especializado en obesidad. “Cuando un paciente con exceso de peso entra a consulta, primero tenemos que descartar que tenga alguna enfermedad orgánica, que son las más graves. Pero, en mi experiencia, causas mucho más importantes son el estrés, la influencia de la dieta y los hábitos modernos”, comenta.
Si tenemos un mal día y no hacemos bien la gestión emocional de esa tristeza, por ejemplo, la comida a corto plazo nos satisface, anestesia, suprime esa emoción, porque estamos comiendo algo agradable
Comer emocionalmente
La comida emocional es un mecanismo de compensación en el que las personas comen, por lo general comida basura o dulces, como una forma de 'automedicar' un estado emocional, ya que la ingesta de estos alimentos produce, al menos momentáneamente, un alivio del estrés. En una reciente revisión de estudios se pudo comprobar que esta forma de comer estaba asociada con el estrés, la ansiedad, la depresión, el malestar psicológico y, como consecuencia, con la ganancia de peso.
“Si tenemos un mal día y no hacemos bien la gestión emocional de esa tristeza, por ejemplo, la comida a corto plazo me satisface, me anestesia, suprime esa emoción, porque estoy comiendo algo agradable, sobre todo si es procesado”, explica Carmen Blanco. “Tenemos una mala relación con las emociones en general, nadie nos ha enseñado a regularlas. Si estoy triste y no voy a lo que está originando el problema, sino que lo tapo con alcohol o con la alimentación, esto puede generar otros problemas”, añade.
“Hay muchos pacientes que vienen a mi consulta y que se sienten mal por recurrir a la comida de esta forma”, comenta el doctor Puerma. “Pero son mecanismos de compensación que todos usamos en mayor o menor medida. Hay gente que usa el tabaco o el ejercicio físico, o incluso otras sustancias mucho más tóxicas que la comida. Pero el problema es que un médico te puede decir no fumes, no te drogues, pero no podemos decir a una persona que no coma”, añade.
Además el entorno y las señales de consumo de comida también influyen enormemente en el control del apetito, interactuando con estos sistemas biológicos y mentales. “Yo hago una valoración global de la persona: cómo es su barrio, si tienes acceso a unas pistas deportivas o es inseguro salir a correr, si tiene acceso a alimentos frescos, qué formación nutricional tiene, porque la industria nos engaña fácilmente, y qué dificultades familiares o sociales, tiene”, explica Blanco.
Pero son mecanismos de compensación que todos usamos en mayor o menor medida. Hay gente que usa el tabaco o el ejercicio físico, o incluso otras sustancias mucho más tóxicas que la comida
Muchos de los comportamientos asociados a la desregulación del apetito son automáticos, y somos poco conscientes de ellos, algo que se ha podido comprobar en el contexto de los trastornos alimentarios. El entorno puede ser determinante, incluyendo las redes sociales. “Si vamos al supermercado a comprar con hambre, ya se encarga el supermercado de ponernos la comida delante. Las redes sociales son otra fuente que llega para minar nuestra conducta. Muestran una vida perfecta y parece que nadie puede tener un día malo. Al final parece que lo normal es tener este cuerpo estándar”, aclara la psicóloga.
Salir del círculo vicioso de la comida emocional
Muchos de estos factores se realimentan en un círculo vicioso del que a veces es difícil salir. Por ejemplo, la ganancia de peso puede hacer aumentar el sentimiento de culpa, el estrés y la frustración, que a su vez estas personas intentan aliviar con la comida emocional. “Es un círculo vicioso: tengo baja autoestima, me aíslo, me refugio en la comida que me da gratificación y placer, y no salgo, no quedo con gente, no hago deporte”, dice Carmen Blanco.
¿Qué hacer? El primer paso siempre es descartar los problemas de salud. “Muchas veces las alteraciones tardan en salir en las analíticas”, explica el doctor Puerma. “Además de los números en la báscula, hay problemas, como apnea del sueño, que está muy relacionada con el exceso de peso, la tensión más alta, problemas digestivos, hinchazón, o que te cueste más subir las escaleras”, añade.
Cambiar la dieta bajo supervisión profesional es también decisivo. “La gente llega muy agotada de las dietas y con una actitud muy derrotista”, dice Blanco. “Entonces tenemos que explicar que esto es un proceso largo, que al final vamos a cambiar un estilo de vida y huir de esas dietas cortoplacistas, más reduccionistas. Establecer metas realistas y cambios progresivos. Incrementar el autocontrol, que no es la fuerza de voluntad. Lo que queremos es que la persona sea observadora y controle sus propias conductas. Se trabaja desde cosas muy básicas: salir a caminar o al gimnasio con un amigo, comprar online, fijar el horario de comidas, comer con atención plena, saborear la comida, sin distracciones”, explica.
Hay pensamientos irracionales que hacen mucho daño, como 'me he comido un dónut, soy horrible, nunca voy a salir de aquí'. Esto genera una violación de la abstinencia: me como la caja entera. No lo normalizo como parte del proceso, sino que me culpabilizo
“Los fármacos como la semaglutida [Ozempic] o liraglutida pueden producir pérdidas de peso del 30%, similares a las de una cirugía bariátrica”, explica el doctor Puerma. “¿Significa que tenemos que utilizarlos siempre que haya sobrepeso? Pues no, solo cuando no podamos conseguir la pérdida de peso con cambio de hábitos, modificaciones conductuales, cambio de hábitos alimenticios o aumento del ejercicio físico”, afirma.
La paciencia y asumir que habrá recaídas es una parte fundamental del proceso. “Se hacen registros de alimentación para que la persona tome conciencia de cuánto come, cómo come y acompañado siempre de un registro de pensamientos. Cuando como esto, ¿qué pienso?”, explica Carmen Blanco. “Hay pensamientos irracionales que hacen mucho daño, como 'me he comido un donut, soy horrible, nunca voy a salir de aquí'. Esto genera una violación de la abstinencia: me como la caja entera. No lo normalizo como parte del proceso, sino que me culpabilizo”, añade.
Como estrategia, Carmen Blanco sugiere el apoyo del entorno y cultivar la paciencia. “La tristeza y el aislamiento nos reducen mucho la gratificación del día a día, y encontrar esa gratificación en la comida es muy fácil. El apoyo social aquí es muy importante: salir a hacer actividades o incluso a hacer deporte”. Para Blanco, “la autocrítica nos desmoraliza y no nos sirve para nada, hay que celebrar los pequeños logros”, concluye.
*Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.