De la Austeridad a la Guerra: un giro de época
Mark Rutte es actualmente el secretario general de la OTAN. Y en virtud de ese cargo acaba de visitar España para pedir un incremento en el gasto militar. Ahora que Donald Trump ha elevado sus demandas y exige un gasto del 5% del PIB, Rutte ha dicho que el objetivo del 2%, hasta hace poco el porcentaje pactado, ahora es claramente insuficiente
Hoy casi todo el mundo está de acuerdo en que la pandemia arrasó con los restos del neoliberalismo en Europa. Lo que hay y lo que viene es otra cosa, quizás más fea, pero no es neoliberalismo. Recordemos que desde la crisis financiera de 2008 la Comisión Europea había abrazado la versión más dura del neoliberalismo, sostenida por el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Nos acordamos todos de aquella troika que proponía recortes y privatizaciones de los servicios públicos y bajadas salariales para la clase trabajadora. Por el contrario, la reacción de las instituciones europeas ante la crisis económica de 2020 fue sustancialmente distinta: una enorme inversión económica para estimular la economía y proteger el tejido productivo y los servicios públicos.
Se ha hecho menos hincapié en que aquel cambio solo fue posible tras una dura batalla en la que se tuvo que doblegar la resistencia de los últimos neoliberales europeos. Este grupo, que se conocía como “países frugales”, estaba encabezado por Mark Rutte, entonces primer ministro de Países Bajos. En particular, estos países y sus principales líderes se oponían a un plan de estímulo que no estuviera condicionado a reformas neoliberales en los mercados de trabajo y de pensiones. De fondo subyacía su desconfianza hacia los países mediterráneos, razón por la que algunos de ellos, incluyendo a Rutte, hicieron campaña nacional prometiendo dar menos dinero a «españoles e italianos». Al final, se tuvieron que contentar con descafeinar las propuestas de recuperación más ambiciosas y progresistas.
Mark Rutte es actualmente, desde hace unos meses, el secretario general de la OTAN. Y en virtud de ese cargo acaba de visitar España para pedir un incremento en el gasto militar. De hecho, ahora que Donald Trump ha elevado sus demandas y exige un gasto equivalente al 5% del PIB, Mark Rutte ha dicho que el objetivo del 2%, que hasta hace poco era el porcentaje pactado, ahora es claramente insuficiente. Para hacernos una idea, el gasto militar de España está 1,3% del PIB (casi 20.000 millones de euros). Así que Rutte, neoliberal cuando se habla de servicios como la sanidad, educación o pensiones, es ahora un profuso gastador de dinero público porque hablamos de armas y otros materiales bélicos.
No cabe duda de que este clima belicista se ha alimentado tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia. En estos últimos años hemos asistido a debates que parecían ya superados, como el que provocó que países tradicionalmente neutrales como Suecia o Finlandia se hayan incorporado a la OTAN. Otros muchos dirigentes de países europeos, sobre todo de Polonia o de los estados bálticos, han alimentado esos miedos y han reconstruido una narrativa propia de la guerra fría. De hecho, Rutte ha justificado el incremento militar en el hecho de que no tengamos que «aprender ruso», en una tosca declaración que parece extraída de los años sesenta.
Sin embargo, no podemos desligar esta tendencia belicista de la reciente polémica sobre Groenlandia. Es más, Trump ha declarado que el interés de apropiarse de la región danesa está también relacionado con el control de las rutas marítimas. Según él, hacerse con Groenlandia es una cuestión de seguridad nacional, al mismo nivel que hacerse con Canadá y con el canal de Panamá -esto último, bastante menos fácil de explicar sólo con la narrativa rusa-. En este contexto, la OTAN parece haber recuperado su esencia más pura: ser la punta de lanza de los intereses imperialistas de su potencia fundadora y miembro más fuerte, Estados Unidos.
Pero, como ya dijimos al respecto del caso de Groenlandia, no se trata sólo de mapas militares. El acento debe ponerse en los espacios e infraestructuras que son necesarias para mantener el flujo continuo de recursos naturales y productos manufacturados que permiten la reproducción del sistema económico de los países desarrollados. Lo que comparten todos los espacios en los que el ojo del halcón se ha depositado es que son puntos críticos para las economías del siglo XXI. El objetivo de Trump es militarizar todas esas rutas para garantizar el suministro y permitir que la economía estadounidense siga operando como lo ha hecho hasta ahora.
No hay una verdadera amenaza militar en ciernes, ni procedente de Rusia ni de China. Lo que sí existe es una compleja guerra económica y política entre Estados Unidos y China, que tiene muy diferentes manifestaciones -la última, en el campo de la inteligencia artificial-. Y, sobre todo, es una guerra que tiene lugar en el contexto de cambio climático y disputa global por los recursos críticos escasos, tales como las llamadas tierras raras. En ese contexto, Estados Unidos pretende militarizar a todos los países aliados a fin de construir “países fortalezas”, es decir, cerradas hacia fuera -respecto a la inmigración-, que garanticen las redes de suministros en unas rutas crecientemente más tensas, al tiempo que además sirva para mostrar músculo en la mesa de cualquier negociación. Negociar con una pistola sobre la mesa es una vieja tradición imperialista.
Este escenario refuerza un giro de época. Hemos pasado del neoliberalismo y su fe ciega en los milagros económicos del mercado a una suerte de neofeudalismo geopolítico, donde el “rey” -Trump- les dice a sus “señores” -los países de la OTAN- que tienen que mejorar su protección frente a las posibles amenazas. Y en este salto a casi nadie parece importarle la hipocresía que supone haberse tirado décadas diciendo que no había dinero para profesores ni médicos pero que, si hace falta, hay siempre bolsas llenas para rescatar bancos o gastar en máquinas para destruir la vida. La militarización de la economía global es el último recurso de un sistema indecente que, ante la crisis ecológica y material, busca prolongarse a cualquier costo.