Decreto ómnibus. Todo sale

Está claro que Junts quiere marcarle el paso al Gobierno. Puigdemont, en particular. El objetivo es mostrar musculatura irrumpiendo en el Consejo de Ministros desde su exilio, aunque se trate de una musculatura relativa que, hasta el momento, tiene, sobre todo, efectos retardatarios y simbólicos. Junts solo gobierna en un Ayuntamiento y en la Diputación de Barcelona. Su única fuerza se reduce a siete votos parlamentarios a los que quieren sacarle todo el rendimiento. En la negociación del Decreto han conseguido una victoria pírrica que se traduce, básicamente, en convertir el Congreso en un teatro, inflamar las redes sociales, alentar titulares y fomentar la autosatisfacción de sus seguidores más frustrados. Política espectáculo y compás de espera. Tensar, pero no ahogar. Una proposición no de ley para debatir una cuestión de confianza y demostrar lo que ya se sabe, lo que saben todas y cada una de las formaciones políticas que apoyan al gobierno: que sus votos cuentan. En el caso de Junts, es obvio que también descuentan, aunque me temo que esta vez se han pasado con el tacticismo: con el futuro de los jubilados no se juega (buena parte de su propio electorado).

También está claro que el PSOE tiene que negociar con más seriedad, humildad y discreción. Dadas las circunstancias, colar hasta 80 propuestas en un formato de todo o nada no es la mejor manera. Aunque es inevitable pensar que, sea como fuere, los independentistas utilizarán cualquier negociación para avanzar en sus prácticas onanistas, hay que ponerle freno tanto al dramatismo como al triunfalismo. Si se percibe en exceso la dependencia, más o menos forzada, de los siete diputados de Junts, el resto de socios de la investidura albergará tácticas parecidas. No se trata de tejer un sudario durante el día para destejerlo por las noches. Pero, sobre todo, es una pésima estrategia alimentar el estrés social con negociaciones agónicas in extremis, con movimientos que, narrados minuto a minuto, generan incertidumbre y angustia entre quienes menos tienen. De esos temores se nutre la ultraderecha y las propuestas antidemocráticas en todo el mundo. Un gobierno tiene que ofrecer certezas y seguridad para no perder credibilidad. Cuando la situación es adversa conviene andar con pies de plomo.

Y, finalmente, es evidente que el PP sigue en el planeta de los simios. Secuestrado por las lógicas voxistas, desorientado y entregado por completo a la performance. Empezaron mintiendo sobre el Decreto, hablando de una subida del IVA para los alimentos que no se mencionaba, y manipulando todo lo que se decía sobre la electricidad. Dos cuestiones de calado que generan preocupación con la vista puesta, una vez más, en motivar una revuelta social que no se ha producido. Después, forzaron una votación en el Senado para obligar al gobierno a hacer lo que ya se estaba haciendo. Una sucesión de gestos inútiles. Ahora han decidido votar a favor del Decreto porque la factura que pagan por defender su auténtico programa es cada vez más alta. Están dedicados a cavar su propia tumba con entusiasmo. No se puede hacer oposición si uno no logra asumir que lo es, ni sabe exactamente dónde está. Lo mejor es que las derechas se han desgañitado señalando a Sánchez como un ser despreciable dispuesto a pactar con Junts para mantenerse en el poder y ahora ese marco ha saltado por los aires. Junts ha conseguido dejar a los populares sin relato y les ha obligado a gestionarlo en solitario. Ejecutar el programa de Vox y coquetear con Junts es una cuadratura del círculo para la que al PP le faltan hechuras.

En fin, el Decreto ha salido adelante y es un alivio para las personas más vulnerables. Hay que felicitarse por estos acuerdos, cuesten lo que cuesten. No hay gobiernos de mayorías absolutas en ningún lugar de Europa y nos tenemos que acostumbrar a debatir y negociar, entre otras cosas, porque es la esencia de la política. Como también hay que acostumbrarse a las concesiones y las derrotas, entre otras cosas, porque es la esencia de la democracia. Si algo define a una democracia es que es el único sistema en el que se puede perder cualquier votación.

Sin embargo, hay que hacer algunas advertencias porque ciertas escenificaciones y la falta de responsabilidad de algunos partidos pueden alimentar la desconfianza en ese sistema. No solo en políticos y gestores sino, por extensión, en todo el cuerpo de funcionarios de la Administración pública donde el crédito y la autoridad es cada vez menor. Justo cuando la economía crece, el paro baja y hay un amplio escudo social, no podemos permitirnos que la gente deje de creer en la política. Hoy hay más cinismo, más nihilismo y más conservadurismo que ayer. Buena parte de los más jóvenes valoran con indulgencia las autocracias electorales y el despotismo que vemos en EEUU y en algunos países de Europa. Queremos pensar que las políticas sociales efectivas son un componente necesario, aunque no suficiente, para ganar elecciones, pero sabemos que en el peor de los escenarios también pueden ser irrelevantes. Es importante que en cada ardua negociación no nos llevemos por delante nuestros valores, principios y narrativas, y que no generemos situaciones que, finalmente, se puedan volver contra las mayorías sociales y las clases populares.