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Ayatollah, la pirola y otras cantigas punk de escarnio y maldecir: un libro repasa el primer disco de Siniestro Total

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La periodista Sara Morales elabora una historial oral sobre el punk irreverente, sarcástico y delirante de '¿Cuándo se come aquí?', el debut del grupo vigués, 43 años después de su publicación

Hemeroteca - Los diez mejores discos de la Movida gallega y aledaños que (casi) nadie escuchó

Los títulos de las 15 canciones ya avanzaban problemas: Matar jipis en las Cíes, Los chochos voladores, Ayatollah, Las tetas de mi novia, Los esqueletos no tienen pilila, Todos los ahorcados mueren empalmados. La velocidad a la que las tocaban no reparaba en señalizaciones. Tampoco las guitarras, sucias y desarregladas. Y la voz, demente e histriónica, despreciaba hasta el lenguaje como solo el punk de la vieja escuela sabía despreciar. Glorificación del absurdo y manifiesto infantiloide, escatológico y dadaísta, feroz y gratuitamente ofensivo, es una de las piedras filosofales del punk hispano, ¿Cuándo se come aquí? La publicaron en forma de elepé los vigueses Siniestro Total hace ahora 43 años. La periodista Sara Morales (Zaragoza, 1983) ha reconstruido su gestación en un libro monográfico.

El gran golpe de Siniestro Total (editorial Efe Eme) adopta las herramientas de la historia oral. Hablan en directo los principales implicados y allegados, con la excepción del cantante, Germán Coppini, muerto en 2013, y de Pepo Fuentes, ideólogo y road manager de la banda, muerto en 2021. “Dudé si escribir sobre Bailaré sobre tu tumba”, cuarto disco del grupo y el que, gracias al tema titular, los catapultó a algo cercano a la corriente principal, señala Morales en conversación con elDiario.es, “pero por importancia histórica e impacto, me quedé con ¿Cuándo se come aquí?” (las declaraciones de otras personas recogidas en este reportaje fueron extraídas de su libro). Icónico desde la portada de Óscar Mariné, los cuatro siniestros a guisa de los Hermanos Dalton y el azul intenso de fondo, no se parecía a ninguna otra propuesta del momento. Y con la excepción quizás de Siniestro Total II El regreso (1983), ni siquiera a otras piezas de una discografía, la de Siniestro Total, que evolucionó en mil estilos diferentes y se alejó del punk desastrado y delirante de su debut.

“Efectivamente se trata de dos discos un poco aislados, con una locura, una espontaneidad y un gamberrismo. Son díscolos dentro de su discografía, más rebeldes y rudimentarios”, admite Morales, “solo que con un trasfondo potentísimo”. El que surgió del encuentro entre, sobre todo, Julián Hernández y Miguel Costas. El primero, culto y próximo a los ambientes vanguardistas del Vigo de los 70, musicalmente erudito, un punk intelectual, batería. El segundo, dueño de un ingenio indomable, la chispa siempre a punto de estallar, el escritor de la rima inaudita y al filo del sinsentido, guitarra y voces. Alberto Torrado y Javier Soto, bajo y guitarra respectivamente, completaban una formación a la que Coppini se sumó cuando ya la mayoría de las canciones de ¿Cuándo se come aquí? estaban compuestas. Es Torrado quien, en el libro de Morales, identifica el momento fundacional: el 20 de noviembre de 1975. “El día que murió Franco. Hay una grabación de aquel día. Éramos adolescentes que se divertían tocando, como todos los adolescentes del mundo”, recuerda.

El R 12 del padre de Hernández y un muro camino a Bouzas

La historia de como Siniestro Total pasa a llamarse Siniestro Total en aquel Vigo que se quitaba de encima la dictadura –casi literalmente: su clase obrera fue de las más combativas contra el régimen– es conocida. De bar en bar en el Renault 12 del padre de Hernández hasta que un muro con piedra detrás, en la zona de Beiramar dirección Bouzas, se interpuso en su camino. Costas se rompió la clavícula, uno de sus amigos –Manuel Romón, del Grupo de Comunicación Poética Rompente– estuvo semanas en el hospital y otro, Antón Reixa, se libró porque estaba tan borracho que en vez de subir en el automóvil fue al puerto a vomitar. La aseguradora declaró el coche siniestro total, a Hernández su progenitor tardó en volver a prestarle las llaves y la banda encontró su nombre.

No mucho antes, aquellos amigos se habían expuesto a una epifanía: el concierto de los Ramones en la plaza de toros de Vista Alegre, en Carabanchel, Madrid, el 26 de septiembre de 1980. “Hubo muchas hostias y recuerdo, como anécdota, que los teloneros eran Nacha Pop”, hace memoria en el libro Miguel Costas, “y, desde el escenario, aquella noche dijeron: 'Esta es la última vez que tocamos Chica de ayer. ¡Maldita la hora! ¡La llevo escuchando toda la puta vida! [carcajadas]. La verdad es que aquel concierto lo cambió todo”. También lo menciona Julián Hernández: “Fue verles en directo y pensar: '¡Hostia, es verdad, se pueden hacer canciones como las que están haciendo ellos!”. No exactamente. Aunque la economía de medios era común, pocos y acelerados acordes, y años después convertirían el Rockaway Beach de los neoyorquinos en Rock en Samil, el sonido de los primeros Siniestro Total era más oscuro.

“De los Ramones adoptan el rollo estético, la chupa de cuero y las chapas. Y el concierto de Vista Alegre, que fue fundacional para ellos”, explica Morales, “pero las influencias que detecto en ¿Cuándo se come aquí? son otras”. Los Dead Kennedys, desde luego, lo confiesan por separado Hernández y Costas. En el registro vocal de aquel Coppini, inmediatamente anterior al más dramático de Golpes Bajos, hay efectivamente un deje Jello Biafra. Glutamato Yeyé, favoritos de Hernández, autores de Holocausto Caníbal, o el tecnopop postpunk de Aviador Dro, cuyo líder, Servando Caballar, creó la discográfica independiente más importante de la España de la época: Dro. Fue la que se hizo cargo de lanzar ¿Cuándo se come aquí? y el EP que lo precedió, Ayudando a los enfermos, su histórica primera referencia. Y un influjo quizás más inesperado, argumentado por el propio Julián Hernández y por Alberto Torrado, The Jam, los más mod entre los punk. Capítulo aparte merecen los homenajes más o menos explícitos –la autoría de las melodías no figuraba en los créditos del disco– y desfigurados: el Hoy voy a asesinarte, a partir de un tema de Petula Clark, y Las tetas de mi novia, sobre uno de los hoy olvidados holandeses Gruppo Sportivo. “Óscar Avendaño [bajista de Siniestro Total entre 2001 y su final en 2022] me dijo una vez: '¡Vosotros habéis robado de todas partes!'. Y sí, joder, no hay duda, así es”, confirma Hernández en el libro.

Aventuras en la metrópolis

Lo de estos Siniestro Total fue, en todo caso, un asalto. Vigueses militantes y periféricos orgullosos, su entrada en el Madrid de lo que todavía no se llamaba Movida, pero ya empezaba a ser conocido como tal fue estrepitosa, según recuerdan en El gran golpe propios y extraños. Las colonias hacían acto de presencia en la metrópolis. Una suerte de orientalismo aplicado al noroeste galaico acaba por ayudarles a promocionarse. “Eran gallegos puros y hubo que domarlos un poco. Pero luego hablabas con ellos y eran las personas más tranquilas, accesibles, cultas y amigables del mundo”, declara a Sara Morales el mítico periodista musical Jesús Ordovás, uno de sus principales valedores en aquellos años salvajes y que todavía hoy, relata, mantiene una reproducción de la portada de ¿Cuándo se come aquí? en la presidencia de su domicilio.

La avanzadilla la había encabezado el propio Julián Hernández, que había dejado Vigo por Madrid para estudiar filología y música en el conservatorio. “Seguimos componiendo temas por teléfono”, rememora Miguel Costas, “eran momentos muy divertidos, como el Lennon y el McCartney de segunda división”. Los ensayos se sucedían en la ciudad natal. También otro acontecimiento vertebral en su historia, el primer concierto oficial de la banda, el 27 de diciembre de 1981 en el colegio Salesianos de Vigo, Coppini recién incorporado. Antón Reixa, poeta radical que aún no había organizado los brillantísimos Resentidos, los presentó así aquella noche: “¡Recién llegados de Irán, música celta, esquizorock.... ¡ellos son Siniestro Total!”. Reixa también oficiaría de maestro de ceremonias en el Rock–Ola, epicentro de la escena madrileña, solo unos meses después. Los bárbaros habían llegado. “Yo iba con boina y una gabardina, y el público, todo lleno de punks, empezó a escupirme”, le cuenta a Morales, “me presenté hablando en portugués y es de ahí de donde salió el famoso lema '¡Menos mal que nos queda Portugal!”. Fue el título del tercer disco de Siniestro, ya en 1984 y sin Coppini de cantante.

“Quizás sucedió de manera inconsciente, pero aquellos Siniestro Total también demostraron que existía vida musical más allá de Madrid y Barcelona”, sostiene Morales, “tras ellos emergieron otros grupos periféricos”. Con Hernández como zapador, el factor determinante, coinciden los entrevistados en El gran golpe, fue el Diario Pop de Radio 3, uno de cuyos locutores era Ordovás. La maqueta con canciones que acabarían en ¿Cuándo se come aquí? cayó en sus manos. “A partir de entonces, todo estalló por los aires”, escribe Morales, “Siniestro total invadieron las ondas y ya no hubo vuelta atrás”. “Recuerdo que presenté al grupo [en las ondas] como: 'He tenido acceso a la cinta de unos salvajes punks que viven en las montañas de Vigo alimentándose de lo que encuentran, buscando entre los árboles y matando animales' […] Jamás se había escuchado nada así en la radio”, dice Ordovás. Sí, Kaka de Luxe defendían una canción sadomasoquista escrita por Alaska, Almodóvar y McNamara... “Pero lo de Siniestro Total era otra liga”, añade.

El triunfo más improbable

“Solo vine a comprar pan / a mí todo me sale mal / solo vine a comprar pan / y me enseñasteis el Corán”, canta Coppini en Ayatollah, la más célebre del disco, quizás porque en 40 años apenas la apearon del repertorio. Casi a la vez sus admirados The Clash difundían Rock the Casbah, por cierto, y las intenciones no eran tan diferentes: contra el integrismo religioso, punk rock. “Ayatollah, no me toques la pirola máááás”. No es, ni de lejos, su letra más incendiaria. Los dueños del estudio en el que aquella maqueta se transformó en ¿Cuándo se come aquí?, localizado por Servando Caballar, se negaron a figurar en los créditos, alarmados por el contenido del material lírico y sonoro. “Llego a la isla / lo saco de la tienda / le doy en la cabeza / le abro la cabeza / le corto un brazo / le arranco una pierna / le saco las uñas / le muerdo una oreja”, berrea histérico Coppini en Matar jipis en las Cíes.

Otras canciones resultan más peliagudas. Hernández entona cierta autocrítica, al tiempo que contextualiza y aclara. Hoy voy a asesinarte “es una historia descalabrada de ninfomanía desatada, un delirio de letra cuyo título choca hoy en día por todas partes, aunque en realidad no tiene nada de machismo, vamos, tiene tanto que ver con el machismo como con la aeronáutica”. Aun así, reconoce, ya no la tocan, “a alguien podría sentarle mal y venir a tocar las pelotas”. La tetas de mi novia, cuya letra es de Costas, quien asegura la elaboró con ayuda del poeta Manolo Romón, la víctima más grave del accidente del R-12. “Por un lado nos salía solo todo ese rollo infantiloide, pero hay cosas que no me gustan, está claro”, considera Hernández, “hoy día esa letra chirría por todas partes y me parece bien que lo haga”. Cómo un disco así triunfó de la manera en que lo hizo es objeto de uno de los últimos capítulos del volumen de Morales.

Su autora entiende que un gesto como el de Siniestro Total en ¿Cuándo se come aquí?, rupturista y descabellado, demencial y vertiginoso, sería posible hoy, pero no tanto. Es decir, no habría censura, nadie retiraría el disco del mercado. “A nivel industria, sin embargo, el disco quedaría en el underground”, señala. La repercusión sería, a todas luces, menor. Coincide con el escritor Agustín Fernández Mallo, que tituló su trilogía de novelas Proyecto Nocilla a partir de Nocilla qué merendilla, una de las canciones de ¿Cuándo se come aquí?: “Por quien no creo que fuese aceptado es por la industria discográfica, que es más conservadora que nunca”. No se refiere tanto a la posibilidad actual de un disco de guitarras punk desaseadas y lírica al borde del autosabotaje, sino a “algo equivalente, una vez hechas las correspondientes traducciones” de tiempo, lugar y modos.

En todo caso, el momento histórico era otro. Lo explica Servando Caballar, del Aviador Dro: “Teníamos la sensación, sobre todo después del 23F, de que en cualquier momento podía pasar cualquier cosa y se acababa todo”. Es también Caballar quien, más allá de los lugares comunes sobre la idea de corrección política, alerta sobre la situación realmente existente respecto de la libertad de expresión: “Recordemos lo que le pasó al rapero Hasel: que si calumnias contra las instituciones del Estado, que si injurias a la Corona, que si apología del terrorismo...”.

Adiós a Coppini y fin de la primera parte

Sexo chungo y Me pica un huevo fue el sencillo que Siniestro Total publicaron inmediatamente después de su primer largo. Contenía las dos últimas canciones que grabó Germán Coppini con el grupo. Su siguiente incursión musical fue, junto a Teo Cardalda y con la guitarra de Pablo Novoa, Golpes Bajos, un inimitable y poético experimento de synth pop atlántico. Pero esa es otra historia, tangente a esta, pero otra. La etapa radical–dadaísta de Siniestro se extendería apenas al siguiente disco, Siniestro Total II El Regreso (1983) –Fernández Mallo lo define en el libro como punk barroco. Su trayectoria posterior, de múltiples e imprevisibles virajes estilísticos, siempre con un alto y nunca bien ponderado nivel en las letras, incluye otros 13 álbumes de estudio y seis en directo. Pero ¿Cuándo se come aquí? es aún su pieza de resistencia. “Es el elepé más revolucionario de la historia del pop, del rock y del punk español”, sentencia Jesús Ordovás en El gran golpe, “totalmente revolucionario, más incluso que el primero de Los Brincos, que fue, y mucho. Más incluso que el disco de Veneno, que también fue realmente revolucionario. Y más también que el primero de Kaka de Luxe”.




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