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"¿Pero tú usas tampones?" y otras formas de machismo y racismo que sufrimos las gitanas

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La imagen de la mujer gitana sigue presa de dos estereotipos opuestos y deshumanizantes: o somos la "gitana salvaje y sexualizada" o la "madre sumisa y tradicional"

Un recorrido por la vida de las mujeres gitanas referentes en igualdad

He sufrido el antigitanismo en todos los lugares en los que he estado. En la calle, en las tiendas, en el hospital, en la escuela. No importa la ciudad, el barrio, la lengua que se hable o la historia de lucha de sus gentes. Siempre nos racismean, y ya basta.

Desde que tengo conciencia, he sentido el racismo sobre mi piel. No como una idea abstracta, no como algo que otros discuten en tertulias, sino como un peso constante, como una losa que aplasta las oportunidades, la dignidad y hasta la propia existencia.

Me ha pasado de todo. Me han seguido en tiendas como si fuera una ladrona. Me han puesto en habitaciones apartadas en el hospital “por si viene todo el clan”. Me han mirado con desprecio en reuniones de trabajo, dándome a entender que ese no es mi sitio. Pero de todas las racismeadas que he sufrido, hay una que me persigue especialmente, quizá por la frialdad con la que sucedió, por lo normalizado que está.

Fui con mi amiga Maribel a comprar maquillaje, cremas, esas cosas que me gustan a mí. Estábamos en una perfumería cuando la dependienta, muy sonriente, le ofrece a mi amiga paya una muestra gratis de unos nuevos tampones con aplicador. Maribel los coge sin pensar, y yo, por inercia, extiendo la mano para recibir mi muestra también. Pero la dependienta me detiene en seco: “Ay, no, a ti no, que las gitanas no usáis tampones”. Se me quedó mirando como si hubiera dicho algo evidente, algo que todo el mundo sabe.

Me quedé helada. No supe qué responder. Porque, ¿qué se dice ante eso? ¿Cómo se responde a un estereotipo tan absurdo y violento? ¿Acaso creen que nuestro cuerpo es distinto? ¿Que menstruamos de otra manera?

Esto no es solo antigitanismo. Es también machismo. Es la confluencia de dos opresiones que nos atraviesan a las mujeres gitanas. La imagen de la mujer gitana sigue presa de dos estereotipos opuestos y deshumanizantes: o somos la “gitana salvaje y sexualizada” o la “madre sumisa y tradicional”. En ambos casos, no se nos permite existir fuera de lo que el payocentrismo ha decidido que debemos ser. Y claro, en ese imaginario, no hay lugar para que nosotras usemos tampones o tomemos decisiones sobre nuestros cuerpos.

Cuando lo cuento en mi monólogo No soy tu gitana, la gente se ríe. Porque lo cuento con gracia y pregunto si es que tenemos el chocho en diagonal o algo. Y es que a veces el humor es la única manera de soportar el dolor. Pero no tiene ni puñetera gracia. No la tuvo en ese momento, no la tiene ahora. No la tiene porque no es una anécdota aislada, es un recordatorio de que, para muchos, nosotras seguimos siendo “las otras”, las que no encajan, las que no pertenecen.

Esto no es un simple comentario desafortunado. Es el reflejo de algo mucho más profundo. Porque mientras nos niegan una muestra de tampones, en cada ciudad de este país hay un gueto donde se encierra a las familias gitanas. Porque mientras la dependienta se reía, el 98% del Pueblo Gitano está en riesgo de pobreza. Porque mientras la gente se ríe en el teatro, el 67% del alumnado gitano no supera la ESO.

El dolor que todas esas situaciones causan a las personas gitanas es incalculable, y las consecuencias de todo ese racismo institucional —es decir, perpetuado, perpetrado y consentido por el Estado y sus instituciones, como gobiernos, ministerios, consejerías y concejalías de todos los partidos— son que mi Pueblo, mi familia y yo seguimos viviendo marginadas, oprimidas, segregadas y con 15 años menos de esperanza de vida. Que nadie me diga que esto no duele.

Nosotras menstruamos. Nosotras lloramos. Nosotras sentimos. Y nosotras existimos. Nos pesa la historia, nos pesa la injusticia, pero aquí seguimos, resistiendo. Y, aunque les pese, aquí seguiremos. Usando tampones, la copa menstrual o practicando el free bleeding, que es más ecológico y natural.

Si quieres mandarnos tu historia de machismo cotidiano escríbenos a micromachismos@eldiario.es




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