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El manicomio como excusa: así usó el franquismo la reclusión psiquiátrica para reprimir mujeres tras 1936

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Un libro de Montse Fajardo recupera historias de internas en Conxo, el psiquiátrico de Santiago de Compostela y hasta 1953 el único de la comunidad, y relaciona sus circunstancias con el clima de miedo y terror desencadenado por el golpe fascista y las primeras décadas de la dictadura

Hemeroteca - Mujeres en el manicomio: “Locura genital”, “exageradamente cómica y enamorada”, “psicosis melancólica”

El miedo. Lo que definió aquella época fue sobre todo el miedo. Los cadáveres aparecían cada día en las cunetas. Los falangistas llamaban a la puerta para llevarse a los hombres. Concejales republicanos eran asesinados y sus familias quedaban expuestas. La leva obligatoria del bando fascista dejaba madres con dificultades para alimentar a sus hijos y sin saber si los padres regresarían del frente algún día. El miedo. Estas y otras circunstancias aparecen reflejadas en los expedientes de mujeres internadas en el manicomio de Conxo, en Santiago de Compostela, hasta 1953 el único psiquiátrico público de Galicia. La periodista e investigadora Montse Fajardo ha recuperado sus historias en un libro, Rotas. As mulleres que o franquismo agochou en Compostela (Rotas. Las mujeres que el franquismo escondió en Compostela, 2024), que propone una mirada inédita sobre cómo el franquismo se sirvió de la psiquiatría para justificar una represión con evidente sesgo machista.

“Data su cosa aguda desde el comienzo del Movimiento”, dice el expediente de Felisa -Fajardo omite apellidos y cambia nombres para preservar la intimidad. Por las anotaciones del documento, no se trataba de una persona afecta a los alzados. “En la sesión con el doctor denuncia: 'Me hacen muchas cosas en el hotel' y él diagnostica delirio persecutorio”, escribe Fajardo. El médico no concreta más, pero Fajardo deduce que, al fondo, hay un episodio de violencia sexual. Lo mismo sucede con la hija de un concejal asesinado que, ingresada en Conxo, rompe su ropa, se desnuda, repite a gritos “puta”. Está embarazada. “No puedo asegurar que fuese violada”, dice la autora, “y, sin embargo, todo apunta a ello”. La violación de familiares de ediles demócratas paseados fue arma de guerra de los alzados. La mujer estaba embarazada y sin pareja conocida. Los gritos.

El trabajo de Fajardo, que le valió el premio de ensayo de la Semana do Libro de Compostela (SELIC), se mueve entre silencios, palabras no dichas, fueras de campo, el reverso de la documentación oficial, papeles deteriorados. “De las agresiones sexuales cometidas al amparo de la nueva situación política no queda rastro documental”, escribe, “no hay certificados de las rapas ni de los tatuajes que le hicieron con cruces de la Iglesia […] no hay expedientes que recojan los nombres de las obligadas a ingerir aceite de ricino. Ni archivos que atesoren lo padecido en las violaciones”. Aun así, “fue la memoria oral, de nuevo, la que enmendó el callar de la historia”. El corazón de Rotas es, sin embargo, documental: el archivo del Hospital Psiquiátrico de Conxo, depositado en el Arquivo de Galicia en la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela.

Solo uno de cada cuatro expedientes

“Solo se conservan uno de cada cuatro expedientes de los años de la Guerra Civil. Lo sabemos por la numeración”, explica Montse Fajardo en conversación con elDiario.es, “algunos son muy ricos en detalles e incluyen las respuestas de las enfermas. Otros son muy vagos. Muchas mujeres duraron apenas meses en Conxo”. Especialmente las pobres: el médico pasaba una vez cada 14 meses si la interna o sus familiares no tenían dinero para pagar. “Muchas no llegaban a la segunda consulta”, añade Fajardo. Incluso en situaciones tan extremas como la de un manicomio bajo una dictadura había grados: “Si había algo peor que se una mujer en el franquismo, era ser una mujer loca en el franquismo. Y peor todavía era ser una mujer loca y pobre en el franquismo”.

Al marido de Manuela Abuín, el estibador y sindicalista de la CNT Antonio Meaños, lo pasearon el 15 de agosto de 1936. Lo sacaron de la cama que compartía con Manuel y con su hija Carmen, entonces de ocho años. Fue la misma Abuín la que encontró el cadáver de Antonio con un tiro en la sien. Entonces comenzó a llorar. Lloró y lloró durante días. Tanto que su hija y su otro hijo, Tucho, tuvieron que mudarse con una amiga. Su madre no era capaz de atenderlos. Los altercados con las autoridades locales se sucedían. Hacia 1946, Manuela atacó la estatua de Calvo Sotelo inaugurada en 1938 en unos jardines de Vilagarcía de Arousa. La trasladan a Conxo el 23 de septiembre. Allí murió. Este relato, cuyo rastro documental no se encuentra en la Cidade da Cultura, sino entre los papeles de la Deputación de Pontevedra -el psiquiátrico dependía de las diputaciones-, lo conservó la memoria de Carmen Meaños. Fue ella quien se lo contó a Fajardo hace más de 20 años y es el origen remoto de Rotas.

La familia anarquista de Coralia y Maruxa

“Con Carmen entablé amistad en un acto de memoria histórica. Siempre me decía que los investigadores hablábamos mucho de los que se marcharon y no de las que se quedaron”, recuerda. Marchar era un eufemismo, claro, la palabra que resporaba por debajo era asesinados y asesinadas. Entre las que se quedaron estaban, por ejemplo, Coralia y Maruxa Fandiño Ricart, las célebres Marías, cuya estatua decora hoy en día la Alameda de la capital gallega. Aunque no llegaron a sufrir estancia en el manicomio, Fajardo menciona su historia como ejemplo de las repercusiones de la violencia fascista en la salud mental de las mujeres. “Nunca sabremos, porque ellas no lo contaron, si fueron violadas en aquellas noches en las que los falangistas las sacaron de su casa para castigar las ideas anarquistas y, en concreto, la militancia anarquista de sus hermanos Manuel, Alfonso y Antonio, huidos tras el golpe”, expone en el libro.

La historiadora Encarna Otero investigó la vida de As María. La cita Fajardo: “Consiguieron crear un mecanismo de defensa para sobrevivir: enloquecieron, y en su locura, escuálidas como si hubiesen salido de un campo de concentración, sin dientes, se vistieron de luz y color”. Así las inmortalizó la estatua del parque compostelano. Maruxa y Coralia nunca entraron en Conxo, que había abierto sus puertas en 1885. Hasta que en 1953 abrió el psiquiátrico de Castro de Rei (Lugo) y seis años más tarde el de Toén (Ourense), fue el único sanatorio mental público de Galicia. “Como explica el psiquiatra David Simón, durante el franquismo no existe vocación de curación en Conxo”, dice en el libro. La afirmación la sustenta en cifras: hasta 1968, la relación entre entradas, salidas definitivas y muertes “es similar” a la de un asilo de ancianos.

En los expedientes revisados por Fajardo del período de la guerra y la posguerra, el diagnóstico más repetido, “casi unánime”, es el de esquizofrenia. Pero lo que la autora de Rotas detecta es su vínculo -la tesis central del libro- con los avatares históricos. Usa, por ejemplo, el caso de Luisa, que narra el inicio del volumen. Veinticuatro años, ferrolana, la trasladan al manicomio compostelano en julio de 1939. Procedía de la cárcel de Ferrol, donde la había encerrado por insulto a la fuerza armada. El tribunal concluyó que sus facultades estaban alteradas a causa de la esquizofrenia y la envío a Conxo. El expediente de Luisa señala que ya en septiembre le dice al médico que prefiere estar en la cárcel antes que en el psiquiátrico. “El dictamen del doctor no hace más que corroborar que fue la situación represiva lo que llevó a Luisa a ser considerada loca”, indica Fajardo. El médico anota que ella confiesa que no se dejará llevar por su corazón, “que impulsado por sentimientos de justicia le dio el mayor disgusto de su vida”. Luisa no fue de las peor paradas: a los tres meses, su familia la sacó del hospital.

“Me quieren hacer daño los de arriba”

El análisis cuantitativo de lo sucedido en Conxo en aquellos años resulta imposible. La pérdida de expedientes y de otros materiales lo impide. Sí existe, a juicio de Fajardo, un elemento común, el miedo. “Las mujeres cuyo ingreso está directamente relacionado con el Golpe de Estado sienten miedo. De tres tipos: por la situación, por lo que pasó a gente de su entorno o por lo que le pasó a ella misma”, argumenta. “Me quieren hacer daño los de arriba”, dice un apunte, como una rendija a una esfera de terror político escondida en la prosa burocrática del médico. Los ejemplos se suceden a lo largo de Rotas, organizado por capítulos que abordan la violencia sexual, la pérdida de la identidad, el abandono familiar o la excusa de la histeria. “No es fácil romper el silencio del manicomio y de las mujeres que en él permanecieron durante la larga noche del franquismo”, advierte Fajardo ya en la introducción al libro. Y, sin embargo, este breve volumen, 121 páginas, contribuye a hacerlo.




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