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Aquí seremos felices

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Mientras meto mi vida en cajas, pienso que quizá aquella catarsis era esto, que mi playa paradisíaca son las cajas de cartón y la cinta de embalar. Mi vida pasa ante mí en forma de objetos que golpean mi memoria y ante todos la misma pregunta: ¿Te sigo necesitando o me llevo tu recuerdo y te dejo aquí?

OPINIÓN - Flores de supermercado

“Aquí seremos felices.”

Así, a modo de aprobación, aquel día que vinimos con las bicicletas a ver la urbanización del extrarradio hacia la que nos expulsaba la precariedad, pronuncié las palabras con las que empezó una nueva vida. No sé si lo fuimos, supongo que a ratos, como todos.

Aquí me convertí en directora de cine y tuve mi primer balcón. Me acostumbré al sonido de los trenes de cercanías, volví a ser una niña feliz al ver las ovejas y los caballos que aún suelen pastar cerca, descubrí el placer de leer en un parque falso y deshumanizado con dos columnas dóricas de cemento y una escultura de Hércules con el rostro de Sandokan, el constructor implicado en el Caso Malaya que levantó este lugar. Los placeres a veces son extraños, o se adaptan a lo asequible.

Aquí quise tanto, tanto, como un ser humano pueda querer. Aquí me sentí tan perdida como alguien pueda estarlo en medio de un desierto desconocido. Aquí también aprendí a estar sola. O quizá no, quizá solo conseguí que no me diera tanto miedo.

Durante años me aferré a esta casa como mi único lugar seguro cuando mi mundo explosionó y no supe cómo hacer. Un día llamé a mi amiga Celia y le pregunté: ¿Cómo se hace? ¿Cómo se sigue viviendo? Desde entonces nunca me soltó de la mano. Aquí también descubrí el poder sostenedor de las amigas.

Yo que siempre necesité que tiraran de mí, que nunca di un paso sin asegurarme antes de que la tierra era firme, abrazo la incertidumbre de lo que está por venir, y creo que eso significa que me gusta la vida

Esperé mucho tiempo a que me sucediera algo como en esas películas americanas en las que una mujer se baña en una playa paradisiaca y entonces tiene una catarsis, el dolor se va y ella encuentra su nuevo lugar en el mundo. Pero esas cosas no pasan en las urbanizaciones de extrarradio ni a las personas que sobreviven en ellas matándose a trabajar para pagar el alquiler. Seguramente solo pasen en los libros de autoayuda o en las películas basadas en libros de autoayuda. No lean libros de autoayuda.

Ahora, mientras meto mi vida en cajas, pienso que quizá aquella catarsis era esto, que mi playa paradisíaca son las cajas de cartón y la cinta de embalar. Mi vida pasa ante mí en forma de objetos que golpean mi memoria y ante todos la misma pregunta: ¿Te sigo necesitando o me llevo tu recuerdo y te dejo aquí? Y duele, y tanto que duele, pero mientras tiro bolsas y bolsas al contenedor siento una ligereza parecida a la esperanza.

Empaquetar es decidir, y decidir implica despedirse. “Gracias por los momentos vividos, pero no puedo cargar contigo”. Y así, a modo de ritual voy dejando espacio cargado de aire limpio. Yo, que siempre necesité que tiraran de mí, que nunca di un paso sin asegurarme antes de que la tierra era firme, abrazo la incertidumbre de lo que está por venir, y creo que eso significa que me gusta la vida.

Guardo mis libros y releo páginas marcadas. “Intuyo... Necesito... necesito que lo que venga ahora sea alegre. Sí, lo que sea, como sea. Alegre” “... Sí, hasta volver a encontrar el sitio. El mío. Porque en un lugar tiene que estar.” Escribe el dramaturgo Pablo Messiez en la obra que más me hace llorar. Y también escribe: “Pensé que era cierto, que para entender el mundo hay que estar en el mundo”.

Echaré de menos cuando en primavera se convierte en un campo de margaritas salvajes (...). Pero me voy porque quiero estar en el mundo, porque al menos quiero intentarlo

Dejo esta casa aislada y al descampado que la rodea y que me ha visto dar paseos durante diez años. Echaré de menos cuando en primavera se convierte en un campo de margaritas salvajes, o cuando en verano, al volver cargada con las bolsas del supermercado, me detengo a ver cómo cae el sol sobre el perejil gigante y los cardos. Pero me voy porque quiero estar en el mundo, porque al menos quiero intentarlo.

“Frágil” escribo sobre mis cajas. Pongo cinta de embalar y cierro. Tengo miedo y tengo ganas.

Supongo que todos pasamos por mudanzas aun sin cambiar de casa. Nos despedimos de amigos, amores, trabajos, vidas que fueron, futuros que ya nunca serán... y con sus restos y todas las preguntas que quedan en el aire hacemos cajas.

Aquí fuimos felices. A ratos. Como todos. Necesito que lo que venga ahora sea alegre. Lo que sea, como sea, pero alegre. Gracias por todo el amor.




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