El 'crimen de los existencialistas' que enturbió los inicios del ‘boom' turístico en Ibiza
La Audiencia Provincial de Barcelona juzgó en 1964 a seis americanos por el asesinato del empresario Francisco Rovirosa, que se planificó en Eivissa. "Esa imagen, con un retrato del ambiente 'chungo' que había en la isla, no le venía nada bien", explica el cineasta Enrique Villalonga, que ha investigado la historia con fines documentales
La muerte de una turista en la Ibiza ‘hippy’ de los 60: LSD, un preso inocente y el primer asesino en serie español
Un día cualquiera de 1962, James Wagner, de 22 años, de nacionalidad norteamericana y desertor de las fuerzas armadas destacadas de Estados Unidos en Alemania, desembarcó en el puerto de la ciudad de Eivissa con la intención de buscar una oportunidad en la isla. Había elegido España para trasladarse al no haber presencia de la policía americana en el país, Llegó primero a Barcelona, donde vendió tres trajes para subsistir. Después decidió probar suerte en Mallorca con un amigo suyo que finalmente no pudo socorrerlo.
Desesperado, se trasladó en barco a Eivissa y sin dinero y aún menos, rumbo, el estadounidense llegó a parar a uno de los bares del puerto repleto de compatriotas suyos, a quienes preguntó por alguna forma de ganarse la vida. Allí coincidió con María del Pilar Alfaro Velasco, una catalana de 32 años, y con su compañero, también americano, Jimmie Stephen Johnson. Sus nuevos amigos, al parecer, ya tenían algo entre manos.
La pareja le explicó a James que conocían a un empresario barcelonés, Francisco Rovirosa, con mucho dinero. María había mantenido con él una relación sentimental. “Le indicaron también que sabían con exactitud dónde estaba la caja fuerte en el almacén de lámparas de su propiedad, situado en el número 136 de la calle Aragón”, explica el cineasta ibicenco Enrique Villalonga, que durante más de un lustro se ha estado indagando en la historia de la Eivissa con fines documentales. Así empieza el relato del conocido como ‘crimen de los existencialistas’.
Pero todo empezó un poco antes. Cuando estaba en su Ciudad Condal, María se sumergía con frecuencia en el ambiente bohemio del Jamboree, un tugurio de jazz de la plaza Reial donde disfrutaba de su pasión por la fiesta y la música. Su modo de vida liberal le había costado su primer matrimonio con un fotógrafo y fue tras la separación, y sintiéndose más libre que nunca, cuando se rodeó de un grupo de jóvenes estadounidenses con los que compartía estilo de vida.
La planificación del asesinato
Juntos, movidos por la necesidad, orquestaron diferentes maneras de delinquir y una de ellas, al parecer, era que María se acercara al comerciante Francisco Rovirosa, de alto poder adquisitivo.
Por aquel entonces, María y Stephen, que “vivían amancebados en aquella bella isla mediterránea con estrecheces y apuros por consecuencia de su vida desordenada, concibieron el propósito de obtener dinero, por medios violentos, del empresario”, como consideró el fiscal durante el juicio y recogió entonces el diario ABC.
Durante su encuentro en el bar, Stephen dibujó, a partir de las descripciones de la barcelonesa, un croquis del despacho del empresario para James. María aseguró a Stephen y a James que acostumbraba a acudir solo al despacho los sábados por la tarde, cuando celebraban en la oficina la ‘semana inglesa’. El plan era este: los dos varones saldrían un viernes hacia Barcelona, en el barco de línea, para regresar a la isla el sábado y así llegar el domingo con el dinero.
Pero en el último momento, Stephen, atemorizado, decidió permanecer en Eivissa y limitarse a despedirle desde el puerto. Le encomendó la sucia tarea a James, que al principio protestó porque apenas conocía la capital catalana. El americano terminó aceptando después de que su colega le entregara una carta de presentación para otro compatriota suyo que vivía en la capital catalana: John Joseph Hand. “Un individuo destacado en los bajos fondos y dirigente, al parecer, de un grupo de extranjeros corrompidos”, describiría más adelante el fiscal.
Un crimen de repercusión internacional
Compraron unos zapatos de suela de goma (para entrar con sigilo), una mordaza, una navaja, tinte para el cabello y los utensilios que consideraron necesarios para amenazar al empresario y que les entregara “todo el dinero”, como le pidió James una vez dentro del despacho mientras su compañero de delito vigilaba desde la calle.
Antes, James y Joseph, quien le hacía junto a Nancy (otra de las acusadas) de anfitrión en Barcelona (ella tenía una pensión), habían pasado por un bar y una farmacia donde el futuro criminal había comprado centramina –un tipo de anfetamina que se vendía legalmente– para ingerir varias dosis.
Sucedió el 17 de noviembre de 1962. Arma blanca en mano y ante la negativa del empresario Rovirosa de hacerle entrega del dinero, James le asestó con ferocidad varias puñaladas, causándole una hemorragia que le hizo fallecer en el acto. De inmediato, el delincuente cortó con unos alicates el cable del teléfono y le registró al comerciante los bolsillos, donde encontró 2.000 pesetas que hizo suyas.
Joan Douglas Bryden, una escocesa que mantenía relaciones íntimas con Joseph, se ofreció a arrojar al mar, durante el barco con el que pensaba marcharse a Eivissa, el paquete que contenía las pruebas del delito. Al no tener ocasión de hacerlo durante el trayecto marítimo, ocultó la ropa sucia, el arma y la cartera de la víctima en la isla. James se tiñó el pelo para despistar a la policía y se refugió en Mallorca, no por mucho tiempo.
Apenas diez días más tarde, el asesino del industrial barcelonés fue detenido. El arrestado comenzó negando sus participaciones en el crimen, pero, ante la gran cantidad de pruebas que los agentes le presentaron, no le quedó más remedio al final que confesar el delito. “Al parecer, lo cometió hallándose bajo el influjo de un narcótico, lo que podría explicar el ensañamiento con la víctima”, recoge ABC, que realizó un seguimiento exhaustivo del caso. Todos los demás, fueron cayendo poco a poco en manos de la Policía, quien encontró también las pruebas ocultas en Eivissa.
Los inicios del turismo y la “mala” prensa
“Eivissa, en ese momento, estaba empezando a buscar su imagen como destino turístico después de la posguerra española y a despertar internacionalmente, y esa imagen que se estaba mostrando en la prensa, con un retrato del ambiente 'chungo' que había en la isla, no le venía nada bien”, pormenoriza Villalonga. Parte de esa atmósfera provenía, asegura, de esa generación de beatniks que, por distintos motivos, había recalado en ella.
La prensa local también se hizo eco del crimen intentando amortiguar la mala imagen de Eivissa que se había estado difundiendo. En aquellos años, la mayor de las Pitiüsas no era todavía conocida, sino que se describía tan sólo como “una isla situada debajo de Mallorca”, apunta el cineasta.
Eivissa, en ese momento, estaba empezando a buscar su imagen como destino turístico después de la posguerra española y a despertar internacionalmente, y esa imagen que se estaba mostrando en la prensa, con un retrato del ambiente 'chungo' que había en la isla, no le venía nada bien
De hecho, el corresponsal en Balears del ABC reprochó a su compañero Tomás Alcoverro su artículo sobre el caso, ‘Un crimen con Ibiza al fondo’, a través de una carta publicada en el propio periódico. En uno de sus fragmentos, sin embargo, le da la razón: “Alcoverro cita a varios de los más conocidos bares del puerto ibicenco como centros de reunión de gentes exóticas y de las más diversas procedencias y aspectos que viven en Ibiza. Nada hay que objetar a las descripciones de algunos ambientes, tan ciertos como poco gratos a los ibicencos, con sus lacras sociales, su existencialismo, su frivolidad incontrolada, su exceso de tipos indeseables. Y lo peor es que se barrunta que ya es tarde para la enmienda”.
Diario de Ibiza, por el contrario, no consideró que incumbiera a la isla “ninguna responsabilidad, ni la necesidad de soportar vejación alguna por haberse dado la circunstancia de que los autores y encubridores del crimen hubieran pasado una temporada en Eivissa”.
El libertinaje y la generación beat
Más adelante, con los 70 a la vuelta de la esquina, los periódicos nacionales ya hablaban de un ascenso en España del tráfico y uso de drogas que iba en paralelo del incremento de “las cifras arrojadas por el concepto turismo”.
“Empiezan a menudear las muertes más absurdas, asesinatos o suicidios de los que son trágicos jóvenes extranjeros víctimas de los efectos alucinógenos. Los policías afectos de las plantillas de Mallorca, de Eivissa, y de los más afamados rincones de nuestro litoral se ven obligados a intervenir en el esclarecimiento de unos hechos que, además de alarmar, indignan [...]”, recoge otro artículo del ABC. Es uno de los infinitos documentos recopilados por Villalonga y que tiene amontonados en un disco duro de gran cabida.
"Empiezan a menudear las muertes más absurdas, asesinatos o suicidios de los que son trágicos jóvenes extranjeros víctimas de los efectos alucinógenos. Los policías afectos de las plantillas de Mallorca, de Eivissa, y de los más afamados rincones de nuestro litoral se ven obligados a intervenir en el esclarecimiento de unos hechos que, además de alarmar, indignan", recogía un artículo en ABC
El cineasta, también pintor y creador de Filmótica Studio empezó a indagar en el crimen de la calle Aragón y descubrió, más tarde, que el film Hallucination Generation (1966) trataba sobre la historia, con algunas pinceladas de ficción. Ese ha sido sobre todo su trabajo, indagar en los rodajes de largometrajes que han utilizado Eivissa como escenario. Aunque en ese proceso se ha encontrado con mucho de su pasado.
La trama de Hallucination Generation narra las aventuras de un joven estadounidense que, tras discutir con su madre, abandona su hogar en San Francisco y viaja hasta la isla para unirse a un carismático gurú del LSD.
“La película no dice que se basa en este crimen, sino que, al pedir el dossier de prensa, me di cuenta de que los hechos coincidían”, cuenta Villalonga. Mucho tiempo después, la historia también inspiraría un libro,Todos habían dejado de bailar (2022, editorial Roca), del escritor Alberto Valle, que se hizo con el 16º Premio L’H Confidencial de novela negra. “Un asesinato brutal. A Francesc Reinosa lo ha masacrado, en su almacén de la calle Aragón, un desertor americano puesto hasta las cejas de centraminas llamado Jimmy”, relata su sinopsis.
Eivissa y los beatniks
“La gente se ha quedado en Eivissa con el movimiento hippie, pero antes hubo un movimiento migratorio desde Estados Unidos que fue el de los beatniks”, detalla el cineasta.
Esta generación, “muy individualista y más traumática (más de perdedores)”, subraya el cineasta, empezó a llegar a la isla a partir de la década de los 50. En esa época, en el continente americano, empezaron a publicarse en algunas revistas de corte más alternativo reportajes sobre viajes a Eivissa: “Un pequeño paraíso español donde una habitación cuesta dos dólares al mes y las mujeres son gratis”, detalla uno de ellos. La pieza informativa iba acompañada de imágenes de mujeres desnudas hechas en la pitiusa. “La imagen de Eivissa como un destino turístico libertino empieza, antes de los hippies, con todo este movimiento”, cuenta Villalonga.
El 5 de marzo de 1964 arrancó el juicio oral en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Barcelona contra James y el resto de personas implicadas, como cómplices, en el asesinato de Francisco Rovirosa: Maria del Pilar Alfaro Velasco, Jimmie Stephen Johnson, John Joseph Hand, Nancy Karen Handy y Joan Douglas Bryden. Cuatro magistrados acompañaban al juez Jaime Pamies Olivé, que presidía la Audiencia.
El caso –que llegó luego al Tribunal Supremo–, despertó una gran expectación en Barcelona, lo que provocó que la sala estuviera llena de público. El crimen, por entonces, ya había alcanzado una repercusión internacional lo que llevó a un gran elenco de periodistas británicos y estadounidenses acudieron al juicio. The New York Times, The Spectator o el British Newspaper llenaron páginas del suceso. También se podían diferenciar, sentados en los bancos de cara a los magistrados, los familiares extranjeros de los acusados.
El fiscal pidió penas de muerte para cuatro de los acusados: para James y Joseph como autores por participación directa en la ejecución y para María y Jimmie, como autores por inducción del crimen. Contempló, además, para todos ellos las circunstancias agravantes de alevosía y premeditación. Aunque finalmente, los delincuentes, incluido James, se libraron de la pena capital: fueron condenados a entre seis y 30 años de prisión.