Cuando el poder se paga con vino: la ejecución más curiosa de la realeza británica en las Guerras de las Rosas

El 18 de febrero de 1478, las paredes húmedas de la Torre de Londres guardaron un oscuro secreto: Jorge Plantagenet, duque de Clarence, se enfrentó a su final en las profundidades de un barril de vino Malvasía. O al menos, así cuenta la leyenda. No fue solo una muerte, sino un último acto teatral en la turbulenta historia de una familia que parecía disfrutar caminando sobre el filo de la traición.

Antes de terminar entre uvas fermentadas, Jorge ya había vivido una vida marcada por los engaños y la ambición. Nacido en 1449, su infancia fue un desfile de espadas y conspiraciones, cortesía de su padre, Ricardo Plantagenet, duque de York. En aquellos días, Inglaterra era un tablero de ajedrez ensangrentado, con el conflicto de las Guerras de las Rosas enfrentando a los York contra los Lancaster. Mientras la sangre salpicaba los estandartes, Jorge aprendía que la familia era un concepto flexible cuando había una corona en juego.

El duque que quería ser rey

El ascenso de su hermano Eduardo IV al trono en 1461 debería haber sido el final feliz de la historia, pero la paz no era el fuerte de los Plantagenet. Eduardo entregó a Jorge el ducado de Clarence y lo nombró lugarteniente de Irlanda, una especie de premio de consolación que nunca satisfizo las ambiciones de Jorge. Las cosas se torcieron del todo cuando Eduardo se casó con Isabel Woodville, una viuda lancastriana. Jorge, siempre con un ojo en el trono, no tardó en aliarse con quienes querían ver caer a su hermano.

Las disputas familiares no eran solo cenas incómodas en Navidad. Cuando Eduardo desaprobó el matrimonio de Jorge con Isabel Neville, hija de un primo influyente que había cambiado de bando, las puñaladas - metafóricas y, quién sabe, quizá también reales - se convirtieron en algo habitual. La traición flotaba en el aire y, aunque los hermanos alternaban entre el perdón y la venganza, la tensión nunca desapareció del todo.

En 1470, la historia dio cambio completo: Enrique VI, el rey lancastriano, volvió al poder, solo para ser derrocado un año después. Durante esos meses, Inglaterra no fue un reino estable. Y en medio de todo esto, Jorge oscilaba entre el apoyo a Eduardo y las maquinaciones en su contra. Su habilidad para elegir el bando equivocado era casi un talento

El destino del hermano traidor estaba en un barril de vino

El principio del fin llegó en 1477. Un miembro de la casa de Jorge fue acusado de “imaginar la muerte del rey mediante la nigromancia”. Jorge, en lugar de optar por la prudencia, montó un espectáculo en el Palacio de Westminster. Su arresto por desacato fue solo el primer paso hacia una caída imparable. Eduardo, harto de las traiciones de su hermano, no dudó en acusarlo de alta traición. Y en aquellos tiempos, la traición no se pagaba con multas o destierro, sino con la cabeza.

La ejecución fue privada, lejos de las multitudes sedientas de morbo. Es precisamente esta discreción lo que ha permitido que la historia del barril de vino sobreviva durante siglos. Aunque los historiadores no se ponen de acuerdo, la imagen de Jorge sumergido en vino dulce se ha mantenido firme en la imaginación popular británica.

Tras su muerte, las Guerras de las Rosas continuaron su sangriento curso. Finalmente, en 1485, Enrique Tudor venció a Ricardo III, el hermano menor de Jorge, en la batalla de Bosworth. La boda de Enrique con Isabel de York, hija de Eduardo IV, puso fin a las disputas y dio inicio a la dinastía Tudor. Pero aunque la historia siguió adelante, la figura de Jorge Plantagenet quedó atrapada en el tiempo, siempre flotando en ese barril de vino, brindando con la historia.