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Juan Margallo, Quijote y Sancho Panza del teatro español

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El actor y director pudo conocer antes de morir que este año se le otorgará el Premio Max de Honor, junto a su compañera Petra Martínez

Muere el actor y director Juan Margallo a los 84 años

En 1982 en la calle Raimundo Lulio del barrio madrileño de Vallecas Juan Margallo estrenaba ¡Perdona a tu pueblo, Señor! (No estés eternamente enojado). Dos personajes en bicicleta, Don Quijote y Sancho Panza, intentaban arreglar los problemas del teatro. Esos dos personajes, que entre las risas del personal se debatían entre quemar el teatro o bien suicidarse, resumen la esencia de este extremeño de mirada vivaracha e inteligente. Margallo era tan idealista como defensor de lo popular, tan Sancho como Quijote, tan sensato como cabezón.

En ese 1982, Margallo ya había pasado por mucho. Había dejado su Cáceres y truncado la voluntad paterna que quería hacer de él un militar de carrera. Había pasado como actor por las manos de los directores más importantes de los años 60: José Luis Alonso, José Tamayo, Luis Escobar o el propio Miguel Narros. Y había salido de ese Madrid un tanto gris donde las obras de Alfonso Paso eran el no va más para refundar el teatro y el propio mundo con una compañía que se volvería tótem de toda una época: Tábano.

En 1982 ya había dejado Tábano en manos de otra figura del teatro recientemente desaparecida, Guillermo Heras, había dado la vuelta al país como si fuera un calcetín con la obra Castañuela 70, se había casado con su compañera de vida, la actriz Petra Martínez; y se había reinventado con el Gallo Vallecano, grupo con el que estrenaría la citada ¡Perdona a tu pueblo, Señor!, y en el que recalaron actores tan relevantes como El Brujo o Vicente Cuesta.

Con su desaparición se va un saber insustituible, Margallo tenía en su cabeza buena parte de la historia y la intrahistoria del teatro de este país. Su carrera es inabarcable. Por eso mismo, en este artículo me detendré en tres momentos que quizá den algo de luz.

El primer momento comienza con el citado Castañuela 70. Margallo monta esta obra junto a otros teatreros fundamentales como el autor Luis Matilla (desaparecido el pasado noviembre) o Carlos Sánchez. Hasta ese montaje los estrenos de Tábano habían pasado un tanto desapercibidos. Montajes en los que, en palabras del propio Margallo, emulaban a grupos como el Living Theater americano. “Fue el primer teatro por correspondencia”, bromearía Margallo para recalcar que hacían algo que nunca habían visto, que tan solo conocían a través de revistas. Buscaban sin tener referentes en un país cerrado al exterior.

Castañuela 70 era una parodia de los últimos años del franquismo, un musical bufo y gamberro que consiguió esquivar la censura y subir a escena en el madrileño Teatro de la Comedia. El éxito fue rotundo. Se dieron 74 representaciones, lo vieron más de cincuenta mil personas. Hubo amenazas de grupos fascistas y la autoridad decidió bajarla de cartel. Ante la censura, Tábano decidió hacer una gira europea por los centros culturales donde se agrupaba la emigración y el exilio español. Se giraba sin saber donde se iba a dormir y se le preguntaba al público si alguien podía alojarlos.

Aparte del valor artístico de la obra, que debía tenerlo, hasta el crítico Alfredo Marquerie los puso por las nubes, es ese movimiento de no rendirse, de no conformarse, el que describe a la perfección el carácter de este hombre de teatro. La gira acabó en el festival más importante de Europa del momento, el Festival de Nancy (Francia). Ahí Margallo conoció a una persona que cambiaría el rumbo de su vida y el del teatro de este país, al director del Teatro Experimental de Cali (Colombia). Enrique Buenaventura estaba en aquel festival con dos de sus obras más representativas, Los papeles del infierno y el montaje de Peter Weiss, Vida y muerte del Fantoche Lusitano.

Buenaventura es el padre de la “creación colectiva”, un teatro militante, donde las figuras del autor y el director se desacralizan y un teatro de una enorme potencia poética y artística. Tras conocerle, Tábano pudo visitar el gran festival de teatro de América, el Festival de Manizales en Colombia. Viajarían con y El retablillo de Don Cristobal. Allí, Margallo y toda la compañía decidió formarse con Buenaventura.

En el año 1973 Tábano y el TEC de Cali harían una gira juntos. Tábano con esas dos obras, el TEC con la siguiente obra de Buenaventura, La denuncia. Visitarían Puerto Rico, Colombia y Venezuela. Por detrás de aquella gira en la que también participó otro de los montajes fundamentales de la época (Quejio, de La Cuadra de Sevilla de Salvador Távora), estaban Luis Molina que luego fundaría el Centro Latinoamericano de Investigación Teatral (CELCIT), y José Monleón que desde la revista Primer Acto también empujaba por un proyecto panamericano teatral que comenzaba a nacer con figuras como Augusto Boal en Brasil, Santiago García en Colombia o Atahualpa del Cioppo en Uruguay.

Aquel encuentro cambió el rumbo del teatro español. Margallo abanderó la introducción de la creación colectiva en España y luchó toda su vida por ese puente rico y fértil entre el teatro de España y Latinoamérica. Bien sabía el extremeño de la salud de un teatro encerrado en sí mismo como el que él mismo vivió en los años 50 y 60. Es ese quijotismo el que llevaría a Margallo a impulsar y dirigir en 1985 el Festival Iberoamericano de Cádiz, por ejemplo.

El segundo momento es ya después de ese estreno de 1982. Margallo ha formado nueva compañía con su compañera Petra Martínez, Uroc Teatro. El teatro independiente queda ya en la memoria, Margallo es ya maestro y referencia. Ha dirigido obras de Alfonso Sastre, de su amigo Luis Matilla, ha dirigido Edipo Rey en Mérida y su hija Olga ya comienza hacerse cargo de la compañía. Ahí, en el año 2001, Margallo decide montar junto a Petra una obra de Dario Fo, Pareja Abierta. Les va bien, tienen bolos, el teatro de Fo, político, popular y lleno de humor, les encaja como anillo al dedo. Es julio, hace buen tiempo y está haciendo funciones en el Teatro Alfil de Madrid. Al mismo tiempo en el Paseo de la Castellana hay una gran manifestación que ha acabado en acampada. Los trabajadores de Sintel, filial de Telefónica, comienzan una de las protestas laborales más largas de la democracia española. 1.700 trabajadores se han quedado en la calle, incluso con nnóminassin cobrar. Acaban de montar lo que luego se conocería como el Campamento de la Esperanza, un campamento que duró seis largos años.

“Nos encontramos con la lucha de una hormiga contra un elefante”, diría entonces Adolfo Jiménez, presidente de la Asociación de Trabajadores de Sintel. Margallo y Petra deciden que el lunes, que tienen descanso y no hay función, harán una función gratuita en la calle para los trabajadores de Sintel. Y así se hizo. Ese compromiso define a la perfección la voluntad de este hombre de teatro que siempre defendió un arte de calidad que fuera del y para el pueblo.

El tercer momento es en 2004. Margallo vuelve al Centro Dramático Nacional como actor con El señor Ibrahim y las flores del Corán. Está contento, disfrutando como hace años bajo la dirección de Ernesto Caballero. La función es en el recién inaugurado espacio pequeño del Teatro María Guerrero, la Sala de La Princesa. Cuando se acaban las funciones en el CDN la obra tiene que morir. No está proyectado que gire. Un problema, la dificultad de girar con las obras producidas por el INAEM, que hoy continua y que el propio ministro Urtasun se ha comprometido a abordar en la entrevista que ha dado a este periódico.

“En teoría no hay nada que hacer, no se puede girar”, le dicen. Margallo aun así no se da por vencido y pide una reunión con el director del CDN en ese momento, Gerardo Vera. Nadie sabe qué paso en esa reunión. Pero lo consiguió. El montaje pudo girar y se abrió la posibilidad de que las obras del CDN pudieran tener una vida posterior en coproducción con capital privado. Margallo acabó ganando el Premio Max al mejor actor protagonista en 2006.

Este año, el Premio Max de Honor ha sido otorgado a Juan Margallo y Petra Martínez. Ambos ya lo sabían, pero todavía no se había hecho público. Su fallecimiento ha precipitado que se diera a conocer. Hace dos años esta pareja que creíamos eterna del teatro ya recibió el Premio Nacional de Teatro. En esos momentos, Margallo contaba a este periódico que estaba trabajando para el estreno de Hasta que el alzhéimer me devore en la Sala Mirador, un precioso trabajo en el que el autor recorría su historia y la de su familia.

Juan Diego Botto, actor y director de la Sala, al saber de su muerte publicaba en redes: “Una de las más bellas personas que he conocido nunca y un hombre lúcido de compromiso inquebrantable”. Un buen resumen de este hombre fundamental, Quijote y Sancho al mismo tiempo, que imaginó un teatro por el que luchó y que siempre tuvo la cercanía de escuchar a sus coetáneos y a los más jóvenes que venían con fuerza y que nunca rehuyó una conversación en torno a un buen chato de vino. Hoy familia y compañeros lo despedirán en el Cementerio de la Almudena.




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