Memoria dibujada de la última peste: la gallega Ana Moreiras publica su diario en cómic del confinamiento
'A pausa' ensaya una crónica íntima de la pandemia de coronavirus cinco años después, en la que homenajea a las redes que rodean a las personas: “Noté fisicamente el dolor de no abrazar gente”
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Entre el 14 de marzo y el 26 de abril de 2020, 2,7 milones de gallegos, 48 millones de españoles, permanecieron confinados en sus domicilios. Un coronavirus entonces desconocido recorría el mundo, y desconocidas fueron entonces algunas de las medidas adoptadas para contenerlo. Hubo miles de muertos. “Surrealista” es uno de los adjetivos que le vienen a la cabeza a Ana Moreiras (Trabada, Lugo, 1976). No solo. “También fue un regreso a algo esencial, a una rutina parecida a la de la gente de antes”, asegura en conversación con elDiario.es, “aunque soy consciente de que fui una privilegiada”. Ella y su pareja se encerraron en su casa de Lira, una pequeña aldea marinera de Carnota, con vistas al cabo Fisterra y un pequeño jardín. El relato de aquellos 50 días es ahora un diario en cómic, A pausa (Aira, 2025, en gallego), que recoje sus dibujos de la pandemia, homenajea la dimensión colectiva de las personas y celebra algo así como la necesidad de abrazarse. Una crónica íntima y social al mismo tiempo.
“Soy una persona bastante solitaria, pero durante aquellas semanas”, confiesa, “llegué a notar físicamente la necesidad de abrazar gente”. En una de las páginas de A pausa, la correspondiente a la jornada número 23 del encierro, lo relata en crudo. “Mis padres viven en su casa de Burela [Lugo, a 250 kilómetros de Lira] con mi hermano. Papá anda con un ataque de ácido úrico y mamá sigue sufriendo un doloroso zóster”, escribe, “no sé qué sentido tiene esto que voy a decir, pero ocurre que mientras les dibujo las manos me nacen una ganas de llorar enorme”. La familia directa, su compañero -el actor Miguel de Lira, junto al que vivió el confinamiento-, los amigos en ciudades, los hijos pequeños de sus amigos, los colegas laborales: los trazos de A pausa, realistas y con un punto naíf, son en definitiva una pequeña ofrenda a las redes sociales, pero a las de carne y hueso. “Es verdad. En aquellos momentos fui más consciente de la importancia de las personas y del agobio por no poder tocarla”, admite Moreiras.
El libro surgió cuando el Gobierno central decretó que no se podía salir a la calle. Sus páginas impares contienen los dibujos en cuadros que fue realizando día a día. No los ha modificado. “Al releerlos podía pensar 'qué inocencia' y tener la tentación de cambiarlos, pero decidí mantenerlos. No quería renunciar a esa emoción concreta”, asegura. Eso sí, durante los cinco años transcurridos desde entonces siguió trabajando. Las páginas pares acogen, a toda plana, retratos y estampas que elaboró durante este período. Aparece la pequeña Uxía que está de cumpleaños o Albert Camus. También su amigo Xegunde, implicado en las movilizaciones profesionales por una Televisión de Galicia más plural y democrática. O Uderzo, el dibujante de Astérix, y Luis Eduardo Aute, ambos fallecidos durante la pandemia. Pero A pausa y su formato diarístico es sobre todo el relato de una cotidianidad extraña, de una vida en suspenso, del mundo reducido a las paredes de una casa. Con excepciones, claro, la de pasear a los perros.
“A lo mejor nunca volvemos a un aula”
Moreiras es profesora. Aunque licenciada en física de partículas, enseña tecnología en un instituto de Boiro (O Barbanza, A Coruña). La pandemia convirtió sus clases en virtuales. El desbarajuste burocrático fue de aúpa. Sobre ello reflexiona también su cómic. “Las directrices de la Consellería de Educación eran distintas cada semana. Nosotros elaborábamos materiales que sabíamos que no íbamos a desarrollar. Muchos alumnos no se conectaban”, recuerda. Todo era tan inaudito que ni siquiera todos los docentes confiaban en el futuro. “Había gente que pensaba 'a lo mejor nunca volvemos a una aula'. Yo no era de esas”, dice. A pausa se detiene en ello y en cómo profesores y otros de los en aquellos días denominados trabajadores esenciales se enfrentaron a la situación.
Todavía resultan objeto de discusión las repercusiones del confinamiento en los estudiantes. Moreiras es a la vez optimista y pesimista. “Hay quien achaca a la pandemia un bajón general del rendimiento escolar. Yo creo, sin embargo, que ya venía de antes”, entiende. Y lo que no ayuda, considera, son las pantallas. “Los niños y niñas alejados del libro y del papel están más perdidos, más dispersos”, afirma, “la pandemia nos ató al modelo de aula virtual y solo fomentó más dispersión”. En todo caso, A pausa no es, ni mucho menos, un tratado pedagógico, pese a que la pedagogía, en modos a veces insospechados -organizar un festival de cine escolar, Olloboi-, aparece seguido.
Como si nunca hubiese sucedido
Pero si hay una sensación que envuelve a aquellos que, con la distancia, miran hacia la pandemia, sus efectos y sus consecuencias, es la de cierta irrealidad. “Yo salía a pasear a los perros y no veía a nadie. Si acaso a tu vecina detrás la cortina como diciendo 'mira lo que hace esa', como si fuese algo terrible”, hace memoria. Por A pausa desfilan todas esas acciones que en aquellas semanas surgieron de la invención colectiva, se volvieron habituales y desaparecieron para siempre: los aplausos a los sanitarios desde balcones y ventanas a las ocho de la tarde, el zumba individual frente al computador, el chiquiteo -tomar vinos con los amigos- virtual. El ciberespacio como cárcel, escribe, y la expansión de la posverdad, antes llamadas mentiras: “Me siento como un soldado estadounidense en el Vietnam, narcotizada de bits para matar cualquier neurona crítica. ¡¡¡Quiero salir de aquí!!!”. Parece que nunca hubiese sucedido y, sin embargo, sí, dos millones setecientos mil gallegos, 48 millones de españoles, permanecieron en sus domicilios durante 50 días y 50 noches. Hubo miles de muertos.
La penúltima plancha del cómic la dedica al inicio de la desescalada. “Salgo de los límites por primera vez en 50 días. Me adelantan runners. Tengo miedo de la gente”, escribe, “vecinos sin perros, con chaleco fosforito, reconquistan la ruta del colesterol”. “Yo no soy negativa respecto de lo que hemos aprendido”, relata a este periódico, “por lo menos no más que hace cinco años”. Según Moreiras, la sensibilidad ecologista -uno de los temas que atraviesan A pausa- ha crecido. O la conciencia sobre la manipulación informativa, también presente en el volumen. “Somos un poco mejores”, asegura.
Tercer libro de cómic
A pausa es el tercer libro de Moreiras tras dos novelas gráficas, Madialeva (2020) y Xaora (2023), ambas en Aira. Esta última la protagoniza una periodista de la Galicia Corp. y levantó algunas ampollas por su crítica al estado de los medios públicos gallegos. “El cómic es un arte único, que ofrece una emoción diferente a la del cine o a la de la novela”, afirma. A ella, que siempre le apasionó la escritura, le cambió la vida Persépolis (2003), la dura y emotiva autobiografía dibujada de la iraní Marjane Satrapi. “Hay algo esencial en el cómic que no existe de la misma manera en ningún otro arte”, concluye.