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Wojtek, el oso que se convirtió en militar y cargó municiones en la Segunda Guerra Mundial

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No solo se adaptó a la vida militar, sino que también aprendió costumbres humanas, como caminar en dos patas, jugar a la lucha libre y disfrutar las provisiones de cerveza junto a sus compañeros

Graban el momento en el que cachorros de oso polar salen por primera vez de sus madrigueras

El barco avanzaba entre las olas con un rugido metálico cuando un soldado británico, apoyado en la barandilla, vio algo que lo hizo parpadear incrédulo. Entre los hombres de la 22ª Compañía de Suministros de Artillería polaca, un enorme oso caminaba con la misma naturalidad que ellos, como si fuera lo más normal del mundo.

No era un engaño de la vista ni una broma de los soldados aliados: aquel oso tenía nombre, rango y número de servicio. Se llamaba Wojtek, era soldado raso del ejército polaco y estaba a punto de entrar en combate.

Ese recluta poco convencional había empezado su viaje lejos del campo de batalla, en las montañas de Irán. Huérfano tras la cacería de su madre, terminó en manos de un niño kurdo que lo llevaba en un saco, sin saber que pronto sería parte de una historia increíble.

Leche, cerveza y lucha libre: la vida de cuartel

Los soldados polacos, que atravesaban la región tras su liberación de los campos soviéticos, lo vieron y algo en el pequeño osezno les tocó la fibra. A cambio de comida y una navaja suiza con bolígrafo incorporado, el muchacho accedió a entregárselo. En su nueva familia, Wojtek recibió leche en una botella de vodka y frutas como parte de su dieta, creciendo entre uniformes y armas.

A medida que el convoy polaco avanzaba hacia Palestina, Wojtek no solo se fortalecía, sino que aprendía las costumbres de los soldados. Caminaba sobre dos patas, jugaba a la lucha libre con ellos y compartía con descaro las provisiones de cerveza. “Era como un perrito”, recordaba Wojciech Narebski, oficial al mando, a la BBC. “Le daban leche de una botella como si fuera un bebé, así que sentía a esos soldados como sus padres, confiaba en ellos y era muy amistoso”, comentó. Su presencia levantaba la moral de una tropa formada por hombres que habían perdido todo, y que, de alguna forma, veían en él un reflejo de su propia historia.

Pero la vida de cuartel no siempre era tranquila. Wojtek se ganó enemigos entre las unidades británicas al colarse en las duchas, en busca de un respiro del calor sofocante, y al saquear las reservas de cerveza, generando más de un disgusto entre los aliados.

Sin embargo, su suerte cambió el día que ahuyentó, sin querer, a un espía que se había infiltrado en el campamento. Como recompensa, recibió una ración propia de cerveza y permiso ilimitado para usar las duchas, un privilegio impensable para cualquier soldado humano.

El día que Wojtek se convirtió en un héroe de guerra

El verdadero bautismo de fuego de Wojtek llegó en 1944, en la brutal Batalla de Montecassino. La línea defensiva nazi bloqueaba el avance aliado hacia Roma, y la artillería jugó un papel clave en la ofensiva. Wojtek, siempre observador, notó que sus compañeros transportaban cajas de munición y decidió imitarlos.

Los militares de ambos bandos no podían creer lo que estaban viendo: mientras numerosos hombres caían alcanzados, aquel insólito artillero atravesaba el campo de batalla cargando proyectiles como si fuera lo más natural del mundo. “Estoy seguro de que nos mantuvo en pie”, contaba el padre de Sue Butler, uno de los soldados polacos que presenciaron la escena.

Décadas después, su hija relató la historia a la BBC, explicando cómo el impacto de su hazaña quedó sellado para siempre: la insignia de la 22ª Compañía fue rediseñada con la imagen de un oso transportando un proyectil.

Los tristes últimos días del oso soldado

Cuando la guerra terminó, el destino de Wojtek quedó en el aire. Sus compañeros se negaron a entregarlo a las autoridades comunistas polacas, y finalmente fue trasladado a Escocia junto con el resto de la unidad.

En un desfile en Glasgow, fue recibido como un héroe de guerra, pero cuando la 22ª Compañía se disolvió, tuvo que despedirse de su vida como soldado. Su nuevo hogar fue el zoológico de Edimburgo, donde pasó sus últimos años.

A pesar de estar lejos del afecto del campamento, Wojtek nunca olvidó su pasado. Sus antiguos compañeros lo visitaban con frecuencia, llevándole cerveza y cigarrillos, que seguía tragándose en lugar de fumarlos.

En cuanto escuchaba a alguien hablar polaco, se incorporaba de inmediato, como si esperara recibir una nueva orden. Sin embargo, con el paso del tiempo, quienes lo conocían notaron que algo en él se había apagado. Después de una juventud llena de acción, la monotonía del zoo parecía haberle robado el las ganas de vivir.

Wojtek falleció en 1963, pero su historia quedó grabada en la memoria de quienes lo conocieron. En Edimburgo, una estatua en su honor lo muestra junto a un soldado polaco, un testimonio de aquel oso que, sin proponérselo, se convirtió en un símbolo de lucha, lealtad y compañerismo. Como dijo Wojciech Narebski en la inauguración del monumento: “Wojtek no pudo regresar a Polonia, pero permanecerá sobre tierra polaca”.




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