¿Las langostas nadan, caminan o saltan? La pregunta que casi ocasiona un conflicto a gran escala entre Francia y Brasil
Diplomacia al límite - La crisis alcanzó su punto más delicado cuando el destructor francés Tartu se acercó a la costa brasileña y fue detectado por el buque Paraná
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Las langostas caminan, que para eso tienen diez patas. Eso lo sabe cualquiera que haya visto una de cerca, aunque haya sido en una marisquería. Caminar, en términos legales, fue lo que casi desató una guerra entre dos países, no porque un crustáceo haya hecho nada especial, sino porque había demasiados intereses sobre su manera de desplazarse.
Y en plena Guerra Fría, con medio mundo en tensión, a alguien se le ocurrió decir que si una langosta se mueve dando saltitos entonces es un pez. Y por ese detalle, Brasil y Francia terminaron enfrentándose con barcos, aviones y amenazas de intervención militar en la Guerra de la Langosta.
Caminar o nadar: el debate que desató una tormenta diplomática
Para entender cómo dos potencias navales acabaron movilizando portaaviones por una discusión sobre mariscos, hay que retroceder a principios de los años sesenta. La región costera del noreste brasileño, rica en recursos pesqueros, llevaba tiempo atrayendo a flotas extranjeras.
Primero fue Japón, que optó por comprar el producto en lugar de capturarlo. Luego llegaron los franceses, concretamente desde Bretaña, con embarcaciones que supuestamente iban a investigar. En marzo de 1961 obtuvieron un permiso limitado a tres barcos. A finales de abril ya se habían descubierto capturas ilegales a gran escala. En lugar de colaborar, enviaron más barcos.
La Marina brasileña, que en aquel momento apenas tenía medios suficientes para resistir media hora de combate real, comenzó a interceptar pesqueros. El 2 de enero de 1962, la corbeta Ipiranga apresó al Cassiopée por faenar sin autorización. Luego llegaron más: el Plomarch, el Folgor, el Françoise Christine... todos pescando sin permiso.
La explicación francesa era que las langostas nadaban porque brincaban, por lo tanto no pertenecían a nadie. El argumento brasileño era que se movían por el fondo marino sin saltar, y eso las convertía en parte de su plataforma continental.
El Tartu frente al Paraná: tensión sin disparos en el Atlántico Sur
Los niveles de tensión fueron escalando hasta límites insólitos. Charles de Gaulle, inmerso en una política exterior de tono altivo y expansivo, respondió enviando el destructor Tartu a las costas brasileñas. Desde Brasil, el presidente João Goulart activó una movilización a gran escala.
Se trató de una operación complicada, en la que barcos con fallos mecánicos, escasez de combustible y falta de municiones intentaban aparentar que todo estaba bajo control. Fue tanto el esfuerzo que uno de los buques insignia, el crucero Tamandaré, solo contaba con cuatro de sus ocho calderas operativas, y el Barroso directamente no tenía proyectiles para sus cañones principales.
Durante varias semanas, patrullas aéreas y navales mantuvieron el control sobre las aguas brasileñas, interceptando mensajes, siguiendo movimientos y realizando maniobras de intimidación. El momento culminante llegó cuando el destructor Paraná localizó visualmente al Tartu.
Hubo intercambio de señales, tensión máxima y vigilancia mutua. Ninguno disparó. Al día siguiente, los franceses comenzaron a retirarse. El Tartu fue sustituido por el Paul Goffeny, de menor capacidad ofensiva. Fue el primer síntoma claro de que Francia daba marcha atrás.
La frase más repetida en los despachos brasileños durante esos días no se escribió en ningún comunicado oficial, pero se cita en varias versiones de la historia. Según algunas memorias diplomáticas, fue pronunciada por Carlos Alves de Souza, el embajador brasileño en París: “Brasil no es un país serio”. Otros se la atribuyen a De Gaulle. Sea como sea, quedó como ejemplo de la tensión absurda que puede llegar a haber cuando hay soberanía en juego y crustáceos por medio.
Así terminó la Guerra de la Langosta
En diciembre de 1964, ambos gobiernos llegaron a un acuerdo. Francia recibiría licencias limitadas para pescar langosta durante cinco años, cediendo parte del producto a las autoridades brasileñas. Las aguas territoriales de Brasil se ampliaron unilateralmente. Y la langosta, finalmente, fue reconocida como recurso nacional en su plataforma continental.
Lo que empezó como una discusión técnica acabó reforzando la postura internacional de Brasil en la defensa de sus mares.
Fue una victoria política, pero también un claro ejemplo de lo que puede pasar cuando se juntan orgullo nacional con marisco. Porque en la Guerra de la Langosta, la estrategia no consistía en disparar primero, sino en aguantar el tipo hasta que el otro se cansara de pescar en terreno ajeno. Y Brasil, sin los recursos galos, supo jugar sus cartas.